Justicia lenta

El ojo de Horus

Justicia lenta

Justicia lenta

Dicen muchos psicólogos que el suicidio es un crimen interno, una parte de uno mismo que decide acabar con otra parte aborrecida, odiada y maldita. En alguien desesperado, ese acto extremo se suele dar de manera intempestiva para, por ejemplo, no ver el choque del cometa Halley contra la Tierra. En cambio, en un depresivo el desenlace se planifica y se ensaya mentalmente, como quien juega con las ideas.

La semana pasada, contábamos aquí el calvario de Sathya Aldana, en Un monstruo”. Esta adolescente de 19 años, que en enero del 2020 se pegó un tiro en Villa Urquiza al no poder superar un pasado abominable, tras ser violada entre los 8 y los 14 años por su propio padre. Próximamente, Walter Manuel Insaurralde será juzgado por la Cámara Tercera del Crimen y, posiblemente, sea condenado a prisión perpetua, tal como lo pidió el fiscal Marcelo Hidalgo, al considerar que el suicidio de la joven también es culpa del abusador. El contexto familiar actual carga además con la dura enfermedad terminal que padece Nancy Monges, la madre de Sathya.

Sin embargo, desde la comodidad que da el paso del tiempo, nos permitimos hacer algunas preguntas. En el círculo íntimo ¿nadie se daba cuenta de que Insaurralde abusaba de su pequeña hija? ¡fueron seis años de esta cruz! ¿nadie pudo denunciar? Cuando a los 17 años Sathya cuenta su tremendo pasado y denuncia a su padre, ¿la Justicia no advirtió la gravedad de lo ocurrido? ¿la fiscal Ingrid Vago actuó con lentitud? Es increíble que Insaurralde haya permanecido libre hasta hace una semana.

Lo cierto es que Sathya, antes de apretar el gatillo, pidió auxilio y dio señales. De hecho, tomó pastillas con lavandina y hasta intento cortarse las venas. Solo tenía 19 años.

Alguna vez fue una niña alegre que jugaba y tenía sueños. Lo impresionante es que, durante aquellos años de sometimiento, su lucha por sobreponerse fue titánica. Sus libretas de calificaciones del Colegio Gabriela Mistral, al que concurría, así lo demuestran. En los casilleros de todas las materias solo había muy buenos y excelentes.

Cárceles y memoria

La intervención arquitectónica que transformará a las ex cárceles de la Unidad Penitenciaria 1 (UP1) de barrio San Martín; y Encausados, de barrio Güemes, en Parques Abiertos, irremediablemente reflota infinidad de recuerdos sobre hechos ocurridos durante la última dictadura.

En ese tiempo, ambos penales se convirtieron en campos de concentración por los que pasaron cientos de presos políticos de diferentes organizaciones, la gran mayoría, torturados y otros asesinados, como René Moukarzel y Paco Bauducco.

A poco del golpe del 24 de marzo de 1976, un grupo de policías fue a buscar al joven José Manuel de La Sota, ex secretario de Gobierno del destituido intendente de nuestra ciudad, José Domingo Coronel. No encontrándose en ese momento en su domicilio, se presentó en la vieja jefatura del Cabildo y allí lo detuvieron y lo llevaron a la UP 1, ya controlada por el genocida Menéndez. Al provenir de la «derecha peronista», al Gallego no lo dejaron entrar ni a los pabellones 6 y 8, donde estaban recluidos muchos militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y Montoneros. Consideraban que era un «isabelista traidor», y entonces lo alojaron en el pabellón 9, junto a varios gremialistas. Allí no la pasó bien, ya que algunos detenidos lo insultaban con ganas, entre ellos un militante del Peronismo de Base, que mucho tiempo después se convertiría en uno de sus principales colaboradores.

En la UP 1, De la Sota fue protegido por delegados de Ika Renault y Perkins. Según cuentan, hasta lo acompañaban para ir al baño. Finalmente, De La Sota sacrificó su reloj pulsera y, gracias a la gestión de un guardia con las autoridades de la cárcel, fue trasladado a Encausados, donde fue blanqueado y permaneció por varios meses.

Ya siendo gobernador, dijo que una vez se orinó durante un simulacro de fusilamiento, una tortura psicológica habitual, que fue sufrida por la mayoría de las víctimas del Terrorismo de Estado.

A 45 años de aquel horror, una, entre tantos penosas historias, corresponde a quien ya en democracia fuera tres veces gobernador de Córdoba.

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