En los últimos años se multiplicaron las condenas a pastores y curas de diferentes religiones por delitos sexuales, con diversos matices pero todos aberrantes y con menores como víctimas. Ocurre que en la actualidad la red del cibercrimen descubre a bandidos que en otros tiempos pasaban desapercibidos, lo que también nos lleva a preguntarnos sobre tantas historias ocultas de destinos heridos y marcados por aprovechadores que en nombre de la cruz y la fe hicieron lo que quisieron.
Hace algunos días, el juez Mario Capdevilla de la Cámara Primera condenó al octogenario ex sacerdote Mario Giuliano a cuatro años y seis meses de cárcel por distribuir videos e imágenes de abusos sexuales infantil con la participación de menores de 13 años de edad. Los tres hechos juzgados ocurrieron entre 2020 y 2021; y las imágenes fueron enviadas desde Buenos Aires y desde Villa Rivera Indarte, sede de la congregación de los Frailes Menores Conventuales, a la que pertenecía este cura de nacionalidad italiana pero que reside en nuestra ciudad desde 1962. La prueba era elocuente, a tal punto que en uno los mensajes enviados Giuliano había escrito: «You will be happy here» (serás feliz aquí). Con buen criterio, el defensor oficial Martín Cafure y la fiscal Milagros Gorgas acordaron rápidamente la condena y ahora falta resolver si le darán la prisión domiciliaria, lo cual es muy probable por su edad.
Cercado por la acusación, Giuliano no tuvo otra alternativa que admitir los hechos pero sin mostrar ningún arrepentimiento, algo inconcebible para alguien que supuestamente ató su vida a una religión que claramente ubica al Paraíso bien lejos del Infierno. De hecho, con la frescura y suavidad de una lechuga mantecosa, antes de terminar la audiencia, pidió que le devuelvan el teléfono celular que le habían secuestrado «porque le había costado muy caro». Es decir, lo acababan de condenar a cuatros y medio de prisión y Giuliano se mostraba ajeno a la situación como preguntando: ¿Cometí un pecado?, ¿cuál pecado?