En tribunales, la mayoría de los funcionarios y abogados coinciden que buena parte de los imputados por diferentes delitos (sobre todo de robos), son adictos a alguna clase de droga, y cuando cometieron los hechos por los que son juzgados estaban bajo el efecto de algún narcótico. Dicen que en nuestra ciudad hay barrios tomados por el narco y que lo que se vende en general es una «mezcla de mezcla» que nada tiene que ver con la cocaína que allá por los noventa empezó a ingresar en cantidades incontables desde Bolivia, aquella que no se cortaba tanto para la venta.
A pesar del promocionado trabajo de la Fuerza Policial Antinarcotráfico contra el ‘chiquitaje’, los kiosquitos pululan y muchos son el «día a día» de familias casi completas sumidas en la miseria en estos tiempos de tanta desigualdad social y económica.
Pero, además, en los últimos años puede verse un crecimiento en el número de mujeres condenadas, sobre todo en la franja de entre los 15 y los 30 años. Los robos piraña con la participación incluso de niños que recién están iniciando la pubertad son una novedad que desconcierta a los fiscales y a jueces penales juveniles, quienes a la hora de intentar explicar el fenómeno echan mano a la irrefutable causa de un tejido social muy dañado e incapaz de contener a una franja demasiado vulnerable.
Sin embargo, lo que más impacta es la violencia de la mayoría de los hechos. Dicen quienes peinan canas que antes había códigos y entonces los hechos de sangre o ataques agresivos a las víctimas eran bastante menos. En cambio ahora, de la nada golpean y gatillan sin el mínimo freno y como si nada importara. Los sobrevivientes como Félix Lallana de la verdulería Carlitos de barrio Matienzo pueden dar fe de haber sobrevivido de milagro a un robo que ya había terminado, sin embargo lo balearon en el cuello para ponerlo frente a frente con la muerte y sin ninguna «necesidad». Más allá de lo que digan las estadísticas, la presunción es que el perfil del delito hoy en Córdoba es más joven, violento y adicto.