Leonardo Boff
Especial para HDC
“Ebullición global”: esta expresión no es mía, la dijo el secretario general de la ONU, António Guterrez, el 27 de julio de 2023, al tener conocimiento de la aceleración del calentamiento global. Este ha llegado a un punto en el que el planeta ha entrado en un proceso de ebullición, dado el descuido de los procesos humanos, especialmente el industrialismo y el productivismo capitalista (incluída China), que usan abusivamente la energía fósil, el carbón y otros elementos que producen el efecto invernadero.
El clima normal medio de la Tierra es de 15ºC. Pero esta media ha empezado a subir tanto que en julio de 2023 superó los 17ºC. Todo esto se debe al hecho de lanzar a la atmósfera cada año cerca de 40.000 millones de toneladas de CO2, que permanece en la atmósfera más de 100 años, además del ácido nitroso y del metano, que es 28 veces más dañino que el CO2, aunque permanezca en la atmósfera menos (unos 10 años).
Las consecuencias de este aumento se manifiestan en sequías prolongadas, en inundaciones de ciudades y regiones enteras, huracanes, ciclones extra tropicales, incendios en casi todo el planeta. El impacto sobre las vidas humanas es grande. La conocida revista Nature Medicine calculó que el fuerte calor de 2022 provocó (sólo en Europa) 61.000 muertes. No hablemos siquiera de África y Asia, o de países más pobres, en los que murieron miles de niños y personas mayores, particularmente en la parte central de la India, donde la temperatura llegó a 50ºC.
Al observar lo poco que hacen las grandes corporaciones y los estados para detener esa lenta pero permanente elevación de la temperatura, todo indica que ya hemos alcanzado el punto de no retorno. La ciencia y la técnica han llegado atrasadas, no consiguen detener el aumento, apenas ayudan a disminuir los efectos dañinos, que serán inevitables.
Pero no todo es fatal. Cabe recordar que lo improbable puede suceder: que los seres humanos, dándose cuenta del peligro de desaparecer, den un salto de conciencia, rumbo a la noosfera, como proyectaba Teilhard de Chardin ya en 1933, es decir, uniendo corazón y mente (noosfera) para cambiar la forma de producir, de consumir y especialmente de relacionarse con la naturaleza, sintiéndose parte de ella, no sus amos, y cuidándola.
Si observamos la biografía de la Tierra, constatamos que el calentamiento forma parte de la evolución de nuestro planeta. Cuando todavía no existíamos como especie sobre la Tierra, hace 250 millones de años, el clima llegó a 32ºC y permaneció así miles y miles de años. Hubo una extinción masiva de especies de seres vivos. Más tarde, hace 50 millones de años, la Tierra llegó a 21ºC; los cocodrilos y las palmeras se adaptaron a ese calentamiento, pero hubo también una gran extinción de organismos vivos. Más cerca de nosotros, hace 130.000 años, la Tierra alcanzó la temperatura de 17ºC a la que ahora estamos llegando. Muchos seres desaparecieron y el mar subió entre 6 y 9 metros, lo que habría cubierto toda Holanda y las partes bajas del norte europeo.
Ese aumento del clima terrestre pertenece a la geoevolución. Pero el actual está siendo causado por los propios seres humanos, no tanto por las grandes mayorías pobres, sino por las poblaciones de los países opulentos sin justa medida en sus acciones, sea en el asalto a la naturaleza o en las formas de consumo suntuoso y nada solidario.
Se dice que hemos inaugurado una nueva era geológica, el “Antropoceno”. Con este concepto se quiere expresar que la gran amenaza para la vida del planeta y para el futuro depende de los seres humanos. Estos, según el biólogo de la biodiversidad Edward Wilson, se han comportado como el satán de la Tierra y han trasformado el Jardín del Edén en un matadero. Algunos van más lejos todavía y se refieren al “necroceno”, dado el creciente proceso de muerte (necro) de especies de seres vivos, del orden de 70.000 100.000 por año. Últimamente se está hablando del “piroceno”, es decir, de la era del fuego. Este también está causado por los seres humanos, particularmente porque pequeños trozos de vidreo irradian calor, o el suelo está más seco y las piedras se calientan y bastan algunas hojas y ramitas sobre ellas para que se produzcan grandes y devastadores incendios en casi todo el planeta, incluso en la húmeda Siberia.
¿Qué escenarios podremos enfrentar? Son todos sombríos si no ocurre un salto en la conciencia colectiva que defina otro camino y otro destino para el sistema-vida y el sistema-Tierra. No se puede negar que el planeta se calienta día tras día. Los órganos de la ONU que siguen la evolución de este evento desastroso nos alertan de que entre 2025 y 2027 habremos superado los 1,5ºC, previstos para 2030 por el acuerdo de París, en 2015. Todo se ha anticipado y en esta fecha, entre 2025 y 2027, llegaremos a lo que está ocurriendo actualmente, un clima que podrá estabilizarse por encima de los 35ºC, llegando a 38º-40º en algunas regiones del planeta. Millones de personas tendrán que emigrar por no poder ya vivir en sus queridas patrias y se perderán las cosechas totalmente.
La gente del agronegocio debería estar atenta a estas advertencias, pues como escribió el papa Francisco en la encíclica “Laudato Si: cómo cuidar de la Casa Común”, dirigida a toda la humanidad y no sólo a los cristianos: “Las previsiones catastróficas ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía. A las próximas generaciones podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad”.
Nadie quiere esto para sus hijos y nietos. Pero para eso debemos llenarnos de valor y audacia para cambiar de rumbo. Sólo un radical cambio ecológico nos podrá garantizar nuestra subsistencia en ese pequeño y bello planeta.