Cada época tiene características que atraviesan el modo cómo comprendemos lo que sucede. Nadie puede escaparse de su tiempo. Pero esto no puede ser motivo de pasividad ni de encierro en el marco epocal, porque siempre hay narraciones y posibilidades inspiran transformaciones. Parece necesaria una difícil mezcla de aceptación y rebelión, serenidad e ira, quietud y movimiento.
En ese equilibrio tenso resuenan los antiguos análisis filosóficos de la virtud de la fortaleza, que veían en ella una mezcla de valentía y prudencia, aceptación y rechazo, comprensión de lo actual y movimiento de cambio. Implicaba una dureza o resistencia ante las vicisitudes de la vida (karteia) y, al mismo tiempo un dominio de sí (enkrateia). Siglos después se le agregó un vínculo con la esperanza,“la primera entre las pasiones irascibles”, porquenos mueve cuando nos enfrentamos y actuamos ante situaciones duras o inaceptables.
Quizás la mejor traducción o síntesis la tenemos en la palabra “coraje”, que en nuestro país es sinónimo de valentía, pero en otros países latinoamericanos significa ira, indignación. Sintetiza lo que sentimos cuando vemos una injusticia y, al mismo tiempo, nos mueve a actuar contra ella.
Ambas ideas – vivimos en un contexto ineludible y estamos indignados por él – nos sirven para volver a pensar la situación de la vejez.
Aceptación y capacidades
Los estoicos eran expertos en pensar las durezas de la vida. Una lectura muy común, presente en otra interpretación sesgada en la historia del cristianismo, los interpreta como defensores del aguante: es lo que hay, es lo que me tocó, qué le vamos a hacer. Esa idea tiene algo de verdad, porque muestra el ridículo de las posiciones voluntaristas, que desconocen la realidad y creen que todo se cambia arbitrariamente. Como aquel holandés de 69 años, que exigía a una corte que en sus documentos aparezca 49 años, porque era la edad que sentía. Frente a eso, el estoicismo da un golpe de realidad.
Pero una lectura más detenida rompe la idea de la aceptación sólo pasiva. En su texto sobre la vejez, Cicerón quiere refutar la extendida idea de la ancianidad como la peor época de la vida por su decadencia. Ofrece alternativas a cuatro opiniones extendidas: la vejez aleja de las actividades, disminuye la fuerza física, pierde los placeres y genera angustia ante la muerte. Al revés, sin desconocer lo que tengan de cierto esas afirmaciones, a cada una Cicerón le agrega un tipo de actividad, una transformación de las capacidades y un tipo de conciencia – del límite y de las potencias – que antes no tenía.
A esa dupla aceptación-acción, podemos agregar otra tomada de las reflexiones de Martha Nussbaum sobre la vejez, relativa al pasado y al presente. Ve cómo su generación comenzó la idea de aceptar los cuerpos, en su diversidad y realidad, lo que se proyecta en el presente como afirmación de los rasgos y características propias.
Pero también refuta la idea de la determinación del pasado sobre el presente. Claramente el pasado nos marca y nos deja cicatrices en el cuerpo y la memoria. Pero podemos siempre actuar según nuestras capacidades. Sin embargo, reconoce que la posibilidad de actuar está marcada por lo políticamente factible, es decir, por las estructuras generadas por decisiones políticas, que habilitan o limitan (o eliminan) el “enfoque de capacidades”.
Así, la cuestión deja de ser una decisión o una práctica individual y se vuelve una discusión social, política y económica. Una cuestión de justicia.
Reconocimiento y canas
Visto desde la justicia, se evidencia el uso perverso que puede hacerse de la vejez. La idea de la no-productividad, la caída de las funciones que la ancianidad tuvo en sociedades pasadas, la desviación – por vía del lucro – de discusiones justas respecto de la distribución de los bienes sanitarios, han llevado a un malestar actual sobre la vejez.
No se puede enfrentar ese malestar con gestos románticos, ya que en varias cuestiones puede haber aspectos razonables. Como vemos en los estudios bioéticos de Daniel Callahan sobre la distribución de bienes sanitarios, sí es precisa una discusión seria respecto de su accesibilidad y alcance. Pero no puede estar guiada por el lucro o el interés de las corporaciones.
Por eso es necesario ese “coraje” de la virtud de la fortaleza, que genera el movimiento de indignación y valentía ante situaciones injustas e inaceptables, como sucede con los ancianos que no acceden al ejercicio de sus capacidades debido a decisiones del sistema político y económico.
Pero tanto las discusiones sobre la justicia como la necesaria valentía e indignación para entablarlas y sostenerlas, requieren de algo previo, que podríamos denominar reconocimiento.
Hay una coincidencia sugerente entre Aristóteles y el libro bíblico del Levítico(19:32) con relación al respeto hacia los viejos. En ambos se lee que cuando nos encontramos con una persona anciana, hay que ponerse de pie ante las canas.
No está ahí la idea conservadora de que los viejos saben más. Ninguna de esas obras es romántica ni edulcorada respecto de la vejez y los ancianos. Ven sus faltas y problemas.
Pero reconocen algo inherente a la dignidad humana, que se muestra mucho más en la vejez: subsiste una capacidad y una fortaleza en situaciones marcadas por una creciente fragilidad; y reconocerlo y generar las medidas para su protección y el desarrollo de sus capacidades es parte de una sociedad más humana.
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