A lo largo de algunas semanas, intenté presentar en esta columna ciertos aspectos históricos del término “woke”, sus orígenes y derivas, las sensibilidades que despertó, los apoyos y rechazos. La intención de fondo, como debería ser en toda reflexión filosófica, era menos quedarse en las opiniones y reacciones inmediatas que profundizar sus justificaciones, los problemas que suscitan y las verdades que revelan. Y permitir así una vuelta crítica de cada quien, respecto de sus propias posiciones.
Para un cierre provisorio sirve recordar un viejo capítulo de la serie Seinfeld.
Kramer, un personaje caracterizado por cierto escepticismo e inconformismo, se inscribe para participar en la caminata de Nueva York en apoyo a personas con Sida. Luego de inscribirse, la secretaria quiere darle una cinta roja y un alfiler para que la prenda a su pecho. Él la rechaza. Ella insiste, “tenés que usar la cinta”, y él remata “precisamente porque tengo que, es que no quiero”. La cuestión sube de tono y pasa a mayores.
Experiencias, sensibilidades, argumentos
Hay argumentos sólidos en favor de muchos intereses abarcados hoy por el término “woke” (luchas de pueblos originarios, feminismos, disidencias sexuales, grupos étnicos oprimidos, contra la destrucción ecológica, los efectos del colonialismo en la sociedad, etc.). Esos argumentos implican aspectos cognitivos (pongamos por caso, las estadísticas respecto de la accesibilidad de personas trans al mundo laboral, o la representación porcentual de algunos colectivos en la universidad, o el daño cuantificable a los ecosistemas por nuestro modelo de producción y consumo). Pero requieren, además, una cierta sensibilidad, que a su vez remite a las experiencias de las personas.
La tensión aparece en el momento en que la demanda, como cuestionamiento general, se encarna en reclamos particulares. Y empieza a exigir concreciones. Estas no excluyen situaciones incómodas, incluso tensiones con otras personas.
Por eso, el fragmento de Seinfeld nos da un buen pie para poder distinguir. Kramer está allí para apoyar un colectivo particularmente golpeado, en una época caracterizada por la discriminación (mediados de los `90). Seguramente tenía una sensibilidad previa, nacida del sufrimiento de personas de su entorno. Por eso decidió acompañar la caminata. Pero sin mayores explicaciones rechaza un símbolo menor.
¿Había sido influido por las voces mediáticas, que ponen las tensiones menores al mismo nivel que las injusticias estructurales? (riesgo que también opera en viceversa, cuando las luchas confunden reconocimientos fundamentales con cuestiones menores). ¿Era sólo una señal de independencia? ¿Era el mero “hartazgo”, señalado por un famoso autor que mencionamos en una columna anterior? No lo sabemos.
Lo cierto, es que la escena permite volver sobre la cuestión de la justicia y los criterios para evaluar y responder a los reclamos, discriminar su peso, urgencia y obligatoriedad. Permite plantear, tanto para quienes enarbolan algunas banderas como para quienes las rechazan, cuál vigor y rigidez corresponde a cada lucha, qué aspectos conllevan decisiones de fondo y cuáles son negociables. Y finalmente permite pensar los dispositivos no sólo formales sino también formativos de la sociedad.
Acción afirmativa y discriminación positiva
Como toda caricatura, Seinfeld nos permite distinguir rasgos principales y características estructurales, así como también problematizar semejante generalización. Es interesante que los “historiógrafos” de la serie atribuyen esa escena al disgusto que sintió el equipo cuando les requirieron usar una cinta en apoyo a personas con VIH durante los premios Emmy.
Se trataba de un símbolo que exigía un tipo de compromiso menor, en comparación con otras cuestiones de fondo, como la estructura económica, los derechos personales o la accesibilidad a bienes públicos como la salud. Pero el ser humano no sólo vive de pan, sino de símbolo y gesto también. Éstos pueden ser vacíos, pero también pueden señalar, con otros indicadores, el estado de los vínculos sociales.
Pero reconocer la diferencia de niveles y cargas de obligación es un buen criterio para discriminar entre estructura y superficie. Sirve también, en los conflictos concretos, para identificar quiénes están más cerca de lo que podría parecer, si se es capaz de hacerles sentir parte y encontrar el suelo en común.
Hegel fue un filósofo a quien se atribuyó el origen del totalitarismo, pero otros lo entienden al revés: apuntaba a abarcar, sí, pero ampliando el círculo. La pregunta, claro, es con qué condiciones se entraría.
Esta interpretación puede pensarse en paralelo con otro filósofo liberal, Rawls, que proponía una acción afirmativa para promover a los sectores desfavorecidos, siempre que no se eliminen derechos políticos universales.
La educación sirve como ejemplo. Supuestamente tenemos acceso formalmente abierto, pero la realidad es otra.
En la década de 2010 avanzaron en Brasil las normas para incrementar la población afrodescendiente en las universidades. Aunque un 51% de la población total pertenecía a ese grupo, menos del 3% accedía a la universidad. Se generaron normas de “discriminación positiva” o “acción afirmativa”, para que personas de este colectivo tengan carreras universitarias.
Como contrapartida, en 2024 y en el nombre de la igualdad ante la ley, la Suprema Corte norteamericana prohibió las acciones de acción afirmativa en las universidades, que tendían a promover con apoyos especiales a estudiantes de sectores desfavorecidos.
¿Cómo reconocer para incluir a quien demanda reconocimiento? ¿Alcanza la norma formal?
Los reclamos “woke” no sólo muestran el daño sufrido por sectores particulares. Identifican los puntos ciegos de las normas y las necesidades de revisar los criterios universales. Muestran también que, aunque se corra el riesgo de centrarse en reclamos particulares o asumir nuevas posiciones (o imposiciones) moralistas, no podemos olvidar el daño del que nacieron.