Con dos estimados colegas, Claudio Viale y Marcos Breuer, tuvimos la oportunidad de traducir un libro del sociólogo y filósofo alemán Hans Joas, titulado “El hechizo de la libertad”. Entre otras tesis, Joas postula la necesidad de revisar qué se entendió por libertad desde la modernidad, el vínculo de ésta con las experiencias de autotrascendencia y sacralización, y cómo los seres humanos hemos configurado históricamente ideales universalistas.
En el fondo hay una discusión profunda con la posición, proveniente de Max Weber, acerca del progresivo “desencantamiento” del mundo en la modernidad, y la proporción directa de que a más secularización, más libertad.
No ahondaré aquí los argumentos, pero parecería una discusión que solo puede interesarle a filósofos o sociólogos.
Sin embargo, en una época donde el significante “libertad” ha reaparecido de modo abundante y poco serio (incluso contradictorio) en relación a los contenidos a los que alude, se hace sentir la necesidad de claridad. Al menos para ordenar la discusión.
¿Hacer lo que quieras?
Si hacemos el experimento de preguntar a diversas personas qué entienden por libertad, obtendremos (al menos esa fue mi experiencia) la siguiente respuesta: “hacer lo que quieras”. Pero basta repreguntar brevemente, para que la misma persona revise su propia afirmación.
No hace falta leer las casi 20 enormes páginas de la entrada “Libertad” en el “Diccionario histórico de la filosofía” alemán, para darnos cuenta que la libertad quiso decir muchas cosas a lo largo del tiempo.
Por libertad se entendieron cosas tan distintas como la superación de la necesidad y del azar, por un lado, o la aceptación del destino y las leyes de la naturaleza, por otro. En este caso, libre sería quien se saca de encima la idea de que puede salirse del orden de las cosas, porque esa idea le llevaría a frustraciones mayores precisamente por su imposibilidad.
Otra idea de libertad se basaba en el análisis de lo voluntario, aquello que efectivamente está bajo nuestra capacidad de agencia o dominio. Así, algunos llegaron a pensar que solo nuestras opiniones sobre lo que pasa están a nuestra disposición, el resto de las cosas no.
Pero la idea más influyente, que penetró en corrientes tan distintas como el cristianismo y el marxismo, aunque también varias posiciones republicanas modernas, es que libre es quien obra lo mejor. Dicho de otro modo, quien sigue su voluntad haciendo lo que le daña, o daña a otros, o daña al mundo, en el fondo no está siendo libre, por más que lo crea.
Naturalmente, esta idea es muy problemática hoy, ya que los “grandes relatos” no gozan de asentimiento generalizado.
No obstante, sí parece parte de nuestra experiencia el sentimiento de que hubo algo fallido cuando la voluntad propia concluye en alguna forma de daño, personal o colectivo.
Para volver a Joas, vemos cómo los ideales universalizables, que con todos sus problemas y contradicciones fueron generándose y corrigiéndose de modo contingente en la historia, intentaron funcionar como ese correctivo del individualismo atado por una libertad “hechizada”.
La anterioridad de la responsabilidad
Desde otra clave filosófica, Emmanuel Levinas afirmaba que antes de la libertad está la responsabilidad. Es decir, que antes de poseer una libertad y a partir de ahí decidir si vamos o no a relacionarnos con los demás o a acordar con ellos, antes de ser sujetos libres y a posteriori hacernos cargo de nuestras decisiones, hay ya de antemano un vínculo con los demás que nos obliga. Y la respuesta a ese vínculo es la libertad.
En una época de narcisismos y del imperio del bien privado, en una época donde se cree en el dogma de que los vicios privados llevan a las virtudes públicas, la idea de una responsabilidad inicial es contracultural.
Sumada al análisis histórico de Joas acerca de cómo fue que a lo largo de los años diversas generaciones se sensibilizaron respecto de cosas que antes eran dadas por sentado y no afectaban a nadie (la esclavitud, el trabajo infantil, la tortura, la pena de muerte, etc.), la idea de una responsabilidad que da origen a la libertad nos permite volver a pensarnos.
Según Joas, lo que rompe el hechizo de esa libertad engreída y pagada de sí, no es un análisis filosófico o teórico. De hecho, en su libro sobre el origen de los Derechos Humanos argumenta que no fue la ilustración europea o las creencias religiosas lo que les dio origen, sino una sensibilidad cada vez mayor ante el sufrimiento ajeno. Esa sensibilidad pudo empalmar luego con ideas filosóficas o religiosas y finalmente convertirse en instituciones que, justamente, revisaron la supuesta “libertad” previa, mostrando su falsedad. Pero no fueron las teorías sino las experiencias del sufrimiento lo que dieron origen a esa revisión.
Recién con esa revisión, guiada por la justicia y la universalidad de los bienes básicos, liberaron a la libertad de su propia opresión.