En Alemania se llama “Habilitación” a una especie de tesis posterior al doctorado. Esa Habilitación es requisito excluyente para ser titular de una cátedra universitaria (y para usar el venerable título “Profesor”, que aquí – por suerte y gracias a nuestra sociedad plebeya – nos es universalmente concedido por cualquier vendedor de medias en la peatonal).
Hasta la Reforma protestante, el “Doctorado” (ius ubique docendi) era la condición necesaria para enseñar en la universidad. Con la modernización educativa agregaron el requisito de la “venia legendi” o Habilitación, con una nueva tesis que legitimaba y autorizaba (habilitaba) a alguien a ocupar una cátedra.
También se vincula la palabra con algún tipo de habilidad, que remite a la antigua noción de “capacidad” y sus evoluciones. Esto nos pone en la senda de las virtudes estudiadas por los griegos, y sus actualizaciones en perspectivas diversas, como las de MacIntyre, Ricoeur o Martha Nussbaum.
Pero ninguna de estas “habilitaciones” fueron lo que se me ocurrió al iniciar este texto, motivado por las recientes represiones a jubilados, trabajadores … y menores.
Lo que me vino a la mente fue otro rasgo social, que me preocupa desde hace mucho tiempo: cómo funcionan los diversos sectores sociales frente a lo que los poderes dicen y hacen, elogian o recriminan.
Dicho de otro modo, qué prácticas habilitan con sus acciones y palabras las figuras públicas en aquellos sectores en los que influyen. O todavía de otro modo, cómo diversos sectores sociales se sienten convocados, habilitados – o inhabilitados – a hacer o decir ciertas cosas, cuando ven las reacciones de figuras influyentes.
Propondré para ello pensar algunas líneas de una “teoría de la habilitación”.
Discursos que habilitan
Aunque aquí no se trate de la “Habilitation” alemana, ni de la “capacidad” de las virtudes griegas, ni de la característica humana fundamental de ser “homo capax”, esas ideas nos permiten entender dos cuestiones fundamentales.
Ante la experiencia de discursos o prácticas de personas poderosas o admiradas (representantes de corporaciones, funcionarios públicos elegidos o designados, miembros de sectores influyentes de la sociedad, etc.) que incentivan o limitan actitudes, opiniones y relaciones sociales, advertimos cómo hay sectores que, influidos por esas palabras y acciones se sienten legitimados y autorizados a actuar en coherencia con ellas. A reflejar en sus propias prácticas y acciones las mismas manifestaciones que los poderosos bajo cuya influencia están.
Por ejemplo, no es que no hubiera gente violenta en las fuerzas del Estado con permiso de portación de armas. Tampoco es que sean por definición fuerzas antidemocráticas. Incluso es posible que en casos recientes de represión violenta podría no haber habido una orden directa. Sin embargo, alguien se sintió autorizado a llevar a cabo una acción violenta. Las limitaciones que podrían surgir de figuras, normas o gestos, se habían convertido en incentivos, reconocimientos, incluso elogios.
Pero hay otro aspecto de la habilitación: la mímesis o imitación deseante de esa figura. Hay algo en la figura habilitante que atrae. No solamente porque obtiene ciertos beneficios o reconocimiento, sino porque libera sin ninguna autorrepresión las reacciones más oscuras que nos habitan. Su atracción llama a la imitación. Notablemente, esas figuras que son objeto de imitación pocas veces cruzan los límites que sus imitadores traspasan. Seguramente no gasearían con gas pimienta a un anciano o a una niña, pero sí quienes en su afán de imitación e impulsados por sus palabras sienten una comunión con su modelo.
La modelo y el modelo
En general pensamos que la educación no debe solo significar el acceso a contenidos, modos de aprendizaje, competencias. O, como plantea el pedagogo Gert Biesta, que educamos para cualificar, socializar e incentivar la realización existencial de las personas. Sino también pensamos que la educación debía de alguna manera proponer modelos, identificaciones miméticas, que inspiren a los miembros de la sociedad. Así lo hicieron los griegos con sus héroes, los medievales con sus santos y los países con sus patriotas.
La pregunta es quiénes tienen hoy ese lugar que lleva a esa imitación, que habilita o incentiva nuestras prácticas. Y qué efectos se derivan de sus palabras y acciones.
Creo recordar una publicidad de los años 90 que contraponía figuras a partir de un título. Sobre las fotos de Claudia Schiffer y la Madre Teresa se leía “La modelo y el modelo”. Más allá de las discusiones del caso concreto, surgen preguntas válidas: ¿qué figuras orientan los diversos estamentos de nuestras sociedades?; ¿qué rasgos convocantes/habilitantes denotan?; ¿qué efectos tienen esos rasgos para la convivencia social?
Si es Trump o Francisco de Asís, si es Albert Schweitzer o Jeff Bezos, si es Larry Fink o Amartya Sen, si es Rupert Murdoch o Amy Goodman, si es quien dice que hay que lograr la justicia social o quien dice que hay que mear a los opositores, son todas opciones que generan modelos. Y los modelos atraen imitaciones. Y las imitaciones habilitan efectos inimaginables.
Lo cual también es una advertencia para los nuestros.