Tiempos rápidos y (vio)lentos

Tiempos rápidos y (vio)lentos

Paciencia, paciencia

Hace unos días, el economista liberal Martín Tetaz publicó un tuit en el que, junto a datos macroeconómicos provenientes de la Cepal, escribió: “No hay ningún dato que demuestre que haya crecido la desigualdad en Chile. Más bien, todos los datos muestran exactamente lo contrario; la desigualdad cayó sistemáticamente en los últimos 20 años”. Como no podía ser de otra manera en el contexto actual, sus seguidores comenzaron a cuestionarlo, lo que llevó a un intercambio de lo más interesante. Alguien le reclamó que soslayaba la desigualdad, a lo que Tetaz contestó: “Nadie niega la desigualdad. El punto es que hay cada vez menos desigualdad”. Alguien le señaló nuevamente que en Chile los pobres la pasan mal desde hace mucho tiempo, a lo que el economista volvió a señalar que “acá el punto no es que no haya desigualdad, sino que es menor que la que había en los últimos 20 años”. Alguien le reclamó que sugería que las protestas eran injustificadas, pero el mediático economista insistió nuevamente: “Solo digo que la desigualdad está bajando”.

Hábil en la discusión, Tetaz sabe que si se corre de ese dato comienzan los problemas. Todo su argumento descansa sobre esos números, que caracterizó como “irrebatibles”. Así planteada la cuestión, la explosión social en Chile se presenta como el producto de una sensación colectiva arbitraria: a pesar de que los datos macroeconómicos son los mejores en Latinoamérica, la población no percibe el bienestar. Sin embargo, incluso dando por válidos los datos de la Cepal, existe una pregunta que es clave para comprender el fenómeno: ¿qué tan rápido ha bajado la desigualdad en las últimas tres décadas?, ¿qué tan rápido está bajando ahora?, ¿qué tan rápido va a bajar en el futuro con el modelo económico chileno? Hagamos esas preguntas de otra forma: ¿cuánto tiempo deben esperar los pobres y excluidos para mejorar su situación?, ¿cuándo les llegará la “tendencia a la igualdad” que el modelo económico chileno supuestamente está generando?, ¿diez años, veinte años, treinta años?, ¿cuánta paciencia deben tener los sectores marginados según esos datos macroeconómicos? La respuesta, antes que económica es política e invita a levantar los ojos del Excel para mirar también el reloj, sobre todo si tenemos en cuenta aquella famosa frase de John Keynes, el adversario teórico de los economistas liberales: “en el largo plazo, todos estaremos muertos.”

Las máquinas no esperan

Por otra parte, mientras Tetaz se peleaba por Twitter con sus seguidores, el medio británico Financial Times comunicaba que Google habría logrado diseñar una “computadora cuántica” que podría marcar el nacimiento de una nueva era computacional. Esta máquina tardaría 3 minutos y 20 segundos en calcular lo que a la Summit de IBM, que hasta la fecha era la supercomputadora más potente del mundo, le llevaría 10.000 años. El dato es impresionante y solo imaginar la aceleración que la difusión de esta nueva tecnología causaría en la dinámica social, en las comunicaciones, en el trabajo y en los vínculos humanos, provoca un vértigo de esos que hacen que nos aferremos a la pared más cercana. Aunque los expertos afirman que “pasarán años antes de que las computadoras cuánticas puedan solucionar problemas prácticos”, lo cierto es que los gigantes tecnológicos están trabajando activamente para acelerar el procesamiento de la información. Otra vez la pregunta por los tiempos es importante: ¿qué sociedad cabe esperar si la tecnología informática se dispara a la velocidad de la luz y la igualdad social se mueve al ritmo de una tortuga renga?

Apurado y no tanto

El primer debate presidencial incluyó entre sus temas “Educación y salud”. Cuando fue su turno, el presidente Macri expresó lo siguiente: “Estamos frente a la mayor revolución tecnológica y científica de la historia (…) Ya no alcanza con leer, escribir, matemáticas (Sic). Se le agrega robótica, programación, trabajo en equipo, idiomas (…) Emprendimos una revolución en la educación desde el primer día de gobierno (…) Y además pusimos robótica y programación desde jardín de infantes (…) dando las herramientas a estos chicos para acceder a los trabajos del futuro”. La verdad es que en el gobierno de Macri hubo más intenciones a este respecto que hechos concretos, pero lo que me interesa es el planteo conceptual: el macrismo cree que el país debe apurarse en seguir el agitado ritmo que las corporaciones tecnológicas imponen, para proveerle trabajadores “del futuro”; esa es su prioridad y eso es lo que muestra como logro. Este apuro contrasta con las metáforas de la espera que el mismo gobierno de Macri ha empleado sistemáticamente en relación a la igualdad social: esperar la lluvia de inversiones, esperar que crezcan los brotes verdes de la economía, esperar el segundo semestre, esperar a llegar al otro lado del río.

El que mejor captó esa contradicción fue el candidato del FIT, Nicolás del Caño, quien rápido de reflejos dijo cuando llegó su turno: “A veces cuando uno escucha a los candidatos que hablan de educación del futuro, que nos dicen todas estas cosas, realmente da muchísima bronca, ¿no? Porque nuestros pibes van con hambre a clases muchas veces, más del 53% de nuestras niñas y nuestros niños son pobres en la Argentina. No hay gas, presidente, no hay gas en muchas escuelas. Los pibes no tienen con qué calefaccionarse.” El apuro por instruir a las nuevas generaciones en el empleo de las tecnologías informacionales contrasta con el pedido de espera para recibir mejoras básicas en tecnologías no tan novedosas, como un calefactor a gas. Esa mirada del macrismo es ideológica, es una ideología sobre los tiempos, sobre cómo administrar las velocidades, las aceleraciones y los retrasos.

De otro tenor fue la crítica de Alberto Fernández, aunque también podemos leerla en clave de las temporalidades. El candidato del Frente de Todos le recriminó al presidente: “Si es real que es la mayor revolución que vivimos, explíqueme presidente por qué trató tan mal al Conicet, a nuestros científicos, a nuestros investigadores.” Roberto Lavagna también había puesto el dedo en la llaga cuando afirmó que el gobierno de Macri ha reducido en un 43% el financiamiento de los organismos encargados de producir ciencia y tecnología. Pero, ¿qué tiene que ver el tiempo con eso? Pongámoslo de la siguiente manera: el macrismo responde a una vieja mirada neoliberal en Argentina, que tuvo su esplendor en la década de los 90, y que sostiene que la población debe aprender rápidamente a usar las nuevas tecnologías, pero que aún no es el momento para producirlas. En consecuencia, se deben formar rápidamente usuarios, consumidores y trabajadores informáticos; y mucho más lento, en cambio, productores y fabricantes.

Revoluciones (por minuto)

Una definición afirma que el equilibrio de un sistema es el momento en el que todos los cambios rápidos ya han sucedido, pero los cambios lentos aún no. Quizá, una buena forma de pensar lo que está pasando en Chile sea exactamente la inversa: una sociedad en la que los cambios lentos se han dado durante los últimos 30 años, pero los cambios rápidos se presentan como inminentes. La pregunta es si el caso chileno, al que podemos sumar el ecuatoriano, es el presagio de un fenómeno más general que está gestándose en Latinoamérica. Si es así, aún no está claro qué peso tienen o tendrán las tecnologías informacionales. Solo sabemos que son una inyección de aceleración que afecta, de maneras que aún no comprendemos del todo, la percepción de los pueblos sobre lo que debe llegar ahora y lo que puede tardar un poco. Se dice que gobernar es tener prioridades, deberemos sumar también que es administrar tiempos, aceleraciones y desaceleraciones. A quien lo sepa hacer, el tiempo le dará la razón.

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