El amor en tiempos de coronavirus

El amor en tiempos de coronavirus

Estamos viviendo un momento de cuarentena, apestoso, oscuro, gris, como el cuadro macabro de Pieter Brueghel el Viejo, Triunfo de la muerte”. Ahora los mayores de 60 caemos en la categoría de amenaza. Todos somos una suerte de Isidoro Vidal, personaje de Crónicas de la Guerra del cerdo”, de Adolfo Bioy Casares, donde hay que eliminarlos. Como el mandato de la ex directora del FMI, Christine Lagarde, que expreso más o menos así: Los ancianos viven demasiado y esto es un peligro para el sistema. 

Nada de amores de novela, como los de Elsa y Fred, de hacerse los pendejos, e ir a la Fontana di Trevi. Hacerse la Anita Ekgber y Marcelo Mastroiani. Un amor de película y de veteranos, ni hablar. Menos viajar a Italia en tiempos de coronavirus.

Hemos pasado por esto. La peste asolaba Londres, y en medio de ella, Shakespeare escribió Hamlet y el Rey Lear. Cuando el cólera azoló Córdoba, allá por 1867, el Cura Brochero, en sus primeros meses de sacerdocio, cuando trabajaba como asistente en la Catedral, ayudó a los enfermos. En la novela de Albert Camus, La Peste”, aparecen miles de ratas muertas en la ciudad de Orán, como símbolo del nazismo en la faz de la tierra, pero también del sanitarismo y la solidaridad, representado por la figura del Dr. Bernard Rieux, héroe de la novela. En el Decamerón” de Giovanni Boccaccio, se desarrolla en una cuarentena declarada en Florencia, en 1348, donde la peste negra desangra la ciudad. Siete mujeres y tres hombres de la alta sociedad florentina se encuentran fortuitamente después de misa en la iglesia vacía de Santa María Novella, y deciden huir al campo. Allí pasarán 10 días contando relatos procaces y anticlericales, aislados, creyendo que zafaban. No fue así.

Culpaban a los tártaros, a los mongoles, lo que venía del norte. Creían que con catapultas les tiraban muertos infectos a la ciudad. La gente disparaba despavorida, y no hacía más que diseminar la peste por toda Europa. Eran las pulgas de las ratas. Era zoonosis, como hoy.
Una de las primeras guerras bacteriológicas, digamos.

Un poco más de un siglo después, en América se usará como estrategia de dominación. Lo cuenta Bartolomé de la Casas, no solo trajeron la espada, sino que el mejor efecto de devastación fue la viruela, el sarampión, diezmando la población indígena, que, claro, no disponía de anticuerpos.
En esta cuarentena, también hay sospechas de guerra bacteriológica entre EE.UU. y China, que, obviamente, pelean por la hegemonía internacional. Fuera de estas sospechas conspirativas, la literatura siempre se ocupó de generar obra alrededor de las pestes; como José Saramago, en Ensayo sobre la ceguera”. El Estado, para controlar una peste de la que no conoce nada, se pone represivo, generando la desolación de los ciudadanos que deben enfrentar una cuarentena por demás violenta y cruel, pero finalmente saca el mejor aspecto de todos: la solidaridad. Ojalá esto suceda en la aldea global, con nosotros.

No nos podemos besar, ni abrazar, ni acariciar, nada de proximidad. Da rabia. Otra peste. Saludarnos con el codo. La parte de nuestra anatomía que tiene peor fama, por aquello de borrar lo que previamente se afirmaba. El codo es la zona menos erótica de nuestro cuerpo, porque sabemos que las más blandas y húmedas son las más amables, como sabrosas. El codo es seco, árido, insensible, y solo sirve para flexionarlo, y mandar al diablo a alguien, como al Dr. Juvenal Urbino, en la novela de Gabriel García Márquez, cuando Jeremiah de Saint-Amour decide suicidarse porque se negaba a envejecer, en cambio, Florentino Ariza y Fermina Daza es el triunfo del amor, en los tiempos del cólera.

En esta novela los protagonistas desafiando el mandato de que es tarde para todo, afirman La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artilugio logramos sobrellevar el pasado”, y viejos como eran, se amaron.
Pusieron bandera amarilla de la peste en la embarcación, y navegaron indefinidamente por el río, en un tiempo que se haría eterno, y se respirará olor de almendras amargas, reminiscencias de amores contrariados.

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