Japón: hombres, prostitución y charla

Japón: hombres, prostitución y charla

Tokio, la ciudad más grande del mundo, tiene sus secretos. Cuando el sol comienza a esconderse, para nacer nuevamente allí en algunas horas, los bares y discotecas de la ciudad van tomando forma y color. Entre esa fauna que puebla los lugares de esparcimiento, se encuentran los hombres que ofrecen sus servicios a mujeres: charlar un rato a cambio de una importante suma de dinero.

Su trabajo es simple: llanamente conversar con ellas. Puede ser una charla individual o con varias mujeres a la vez; pueden ser jóvenes o maduras; profesionales o estudiantes; japonesas o extranjeras. Las citas suelen realizarse una vez por semana, copiando la modalidad del psicoanálisis, y estos caballeros suelen cobrar por encima de los 100 dólares por una noche de conversación. El epicentro de todo esto sucede en Kabukicho, la afamada zona roja de la ciudad. Este distrito del entretenimiento nipón está orientado a los adultos, pero durante el día el ambiente es familiar y es posible calzarse armaduras de guerreros en el Museo Samurái, o aprender técnicas de combate feudal japones.

País de contrastes

A lo largo de su historia, Japón se ha caracterizado por su cerrazón y distanciamiento del mundo. Luego de la segunda Guerra Mundial este país se abrió, aupado por los Estados Unidos, hacia el hipercapitalismo y la tecnología de punta; dando como resultado una tierra de contrastes y de mezclas entre el pasado tradicional y su presente distópico, elementos dispares que conviven y enriquecen su cultura.

En la película Tokyo-Ga”, de Wim Wenders, puede verse claramente ese cambio: luego de sufrir dos bombas atómicas por los norteamericanos, pocas décadas después estaban fanatizados por la cultura occidental.

La japonesa es una sociedad ultra productiva, donde el tiempo libre no sobra y el ocio es una rara avis. Por esto, un poco de conversación con otra persona puede ser algo escaso, convirtiéndose en un placer y, a la vez, en un producto por el cual algunos están dispuestos a dejar gran parte de sus ahorros.

Dicen que hablar por teléfono en el transporte público es de mala educación, y que no se escuchan bocinas de coches en las avenidas. En definitiva, Japón es un país complejo y sorprendente. En ese contexto, las geishas abrieron paso a los karaokes y los shows de striptease… de robots. Sí: hay bares donde los estríperes son máquinas. Y ahora han aparecido estos conversadores incansables y encantadores, pero de carne y hueso.

Chamuyo a la nipona

Según la Real Academia Española, chamuyero” es una persona que dice chamuyos, esto es, palabrería que tiene el propósito de impresionar o convencer”. Se dice que esta palabra, fundamental en nuestro lunfardo, proviene del verbo chamullar” del caló (dialecto del romaní, la lengua gitana) que significa, justamente, conversar o charlar.
Naturalmente no es esta la palabra con la que se designa a estos hombres que trabajan de dar charla, sino que suelen ser señalados como anfitriones” (hosts”), y los bares donde trabajan son denominados como host-club”.

Estos anfitriones comenzaron a trabajar de forma independiente y se los solía percibir como bohemios o buscavidas, pero hoy son empleados contratados con salarios nada despreciables. Un host” promedio puede ganar cerca de un millón de yenes al mes (alrededor de 8.800 dólares) y supera ampliamente el sueldo medio de un joven tokiota, que es de entre 200.000 y 300.000 yenes al mes.

La dinámica de la conversación entre la clienta y el host” toma la forma de un romance idílico, entre copas, tragos de shochu y comida, el anfitrión crea un personaje que busca que la otra parte se enamore de él y así poder seguir concretando futuras citas, cobrando más dinero, estirando la fantasía del amor.

El fin es encontrar una relación íntima, pero en la que no hay sexo: ese no es el objetivo y tampoco es lo que buscan las clientas.

El modus operandi es el siguiente. La mujer entra al host-club” y le entregan un catálogo con fotos. De ese catalogo debe elegir uno de los host” para conversar. El host” se muestra extremadamente curioso e interesado por la conversación y por la vida de la mujer. Así se van sucediendo los encuentros. Generalmente, a la tercera visita al mismo host-club” es necesario hacerse miembro del establecimiento. Este trámite ronda los 20.000 yenes (190 dólares), y es un requisito para poder seguir disfrutando de la compañía del anfitrión deseado.

Este nuevo tipo de flirteo a la japonesa se suma al ya clásico enjo kosai” –que significa literalmente asistencia-compañía”– y que, en la realidad, es una cita por compensación, donde hombres mayores pagan a mujeres adolescentes o jóvenes estudiantes de secundario por su compañía en citas (aquí sí hay, a veces, fines sexuales). Otra práctica social consolidada en el país del sol naciente.

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