Un oxímoron: la utilidad de lo inútil

Un oxímoron: la utilidad de lo inútil

Nos hemos educado con lo evidente, con lo que se toca, la realidad, más que un abstracto, pareciera un mueble. Yo, si no lo veo, no creo. Y de pronto un virus, invisible, inútil, parasitario, nos inficionó la vida, nos cambió el rumbo existencial. Así como en Río Tercero, en 1995, aprendimos una palabra que no estaba en nuestro diccionario: esquirlas”. Ahora, la palabra cuarentena” se instaló como una bomba en nuestros hogares, y sus habitantes nos vimos obligados, no solo por indicación del Estado, sino por pura instinto de sobrevivencia, a tomar distancia.

Distanciamiento social, distanciamiento físico sobre todo. No beso, no abrazo, la sospecha y la delación. Y las fuerzas de seguridad, habilitadas para el control social. Algo ganamos ahora, algo perdimos, o perderemos, en el futuro. Nuccio Ordine, escritor italiano, ha presentado un libro en forma de Manifiesto; en el reflexiona sobre las consecuencias de esta pandemia y de la utilidad de lo inútil.

Encuarentenados, tomamos conciencia de la utilidad de lo inútil”, un oxímoron, figura literaria, retórica, como decir dulcemente amargo. En esta cuarentena (sobre todo los primeros 30 días, porque después, con la gran adaptabilidad que tenemos los seres humanos, fue mutando nuestra situación) fuimos limpiadores compulsivos, ordenadores obsesivos, cocineros empedernidos. 

Como la Peña del Morfi” en clave permanente, y sobre todo lo indispensable que se volvió el arte en su formato de películas, música, libros, y en el altar de todos los rezos: Internet y su red infinita. La conectividad: si tenemos WiFi, estamos vivos. Aprendimos palabras que no sabíamos de su utilidad y qué rentabilidad les sacaríamos: zoom, live, google meet, todas en inglés, los runners nos lo podrían explicar a las corridas y sin barbijo.

Y otra cosa positiva de esta cuarentena fue desmitificar la palabra soledad: tiene mala prensa, aunque los artistas sabemos cómo lidiar con ella. Nos estimuló a pensar, meditar, ensimismarnos. Romper con el criterio de manada para saber que somos seres gregarios, claro, pero que el aislamiento, nos vuelve creativos, y no la jauría, que siempre busca una víctima propiciatoria de sus pulsiones y violencias contenidas. 

Dos lecciones deberíamos haber aprendido con esta pandemia, la utilidad de lo inútil” y que la lentificación, el bajar un cambio, no es un suicidio. Que no hacer nada, o hacer los que nos gusta, y no ser tan productivos no es un crimen de lesa humanidad; nos da posibilidad de pensar y sentir profundo, de reflexionar que no todo tiene retorno, y que no todo es monetizable. Descubrimos que nos rinde más el dinero, y el tiempo, porque con menos también se vive. Y si bien el arte no responde a las leyes del mercado, puede darnos beneficios. Genera un proceso virtuoso: enriquece a quien da y a quien recibe. 

Los live”, los vivos de los músicos poniéndose en pantalla, invitándonos a disfrutar de una canción, nos sacan de la asfixia, y sin barbijo disfrutamos del arte en casa. Pero necesitamos salir de la burbuja, porque somos creadores, somos trabajadores culturales. En un tiempo y en un espacio necesitamos estrategias para recuperar espectadores, lectores, público que ponga su cuerpo, porque poniendo el cuerpo, como en el aula, y no on line”, es donde se da el verdadero amor, la consumación del deseo, el escenario de la vida. 

Descubrimos que la naturaleza se restaura. Los bosques se talaron porque aprovecharon nuestra reclusión para la depredación, pero aparecieron las aguas cristalinas; peces en el río; cisnes en Venecia y ballenas en Mar del Plata; focas en las ciudades. No es la barbarie, es el regreso a la pura naturaleza. 

En los actos de insolidaridad de los anticuarentena” se rompe el mito russoniano y prevalece el mito hobessiano, el hombre lobo del hombre. Esther Díaz, se pregunta: ¿por qué los humanos luchan por su esclavitud, como si fuera la libertad? Hoy vemos cómo hablan de la libertad, pero casi siempre lo hacen los que tienen resueltas muchas cosas, más desde los sectores acomodados que desde los sectores vulnerables. Reclaman libertad” mientras embargamos nuestra identidad, nuestra privacidad al cibercontrol, a Facebook, a Instagram… nos falta un chip en nuestro cuerpo para que la distopía se haga realidad. Viva la muerte (de los demás); viva la economía (la propia), dicen los anticuarentena”; volvamos a la normalidad, a la nueva normalidad”, dicen. A la ¿nueva realidad?, como si existiera una para todos. Hay más interrogantes que respuestas. 

Sabemos que vivir en sociedad es cumplir con ciertas normas. Si no hay cambios, no solo actitudinales, de conducta, sino estructurales, no habrá nueva realidad.

Estamos en tiempos de tapabocas” con glamaour, con diseños, pero tapa bocas al fin. George Floyd, y todos, con una rodilla de policía en el cuello, suplicamos no puedo respirar”. Esperemos que después de esta pandemia no nos pase como en los tiempos post primera Guerra Mundial, cuando devino un ataque de olvido, una amnesia colectiva, y la gente prefirió la vida desenfrenada de los felices años 20”, todo joda, runner, happy hour, happy end, el jazz, charleston, Hollywood… hasta que vino la gran depresión de los 30. 

El virus ataca los pulmones, debemos usar tapabocas, muchos mueren de neumonía, el aire está inficcionado por la polución industrial, por combustión de los automóviles. Todos necesitamos un respirador” y gritamos: por favor, queremos respirar.

Que no nos agarre la depresión, sobre todo psicológica. Los artistas sabemos que toda depresión puede ser catárquica, creativa, sanadora y recreativa. El arte, el conocimiento, pueden desafiar las leyes del mercado y del puro entretenimiento. Estamos en guerra, pero contra un virus que no tiene estrategias, solo se multiplica; es inútil pero dañino, viral y vicioso, vive del cuerpo del otro, se autoreplica y destruye. 

Dice en sus palabras liminares Nuccio Ordine (traducido por Jordi Bayod): El oxímoron evocado por el título ´La utilidad de lo inútil´ merece una aclaración. La paradójica utilidad a la que me refiero no es la misma en cuyo nombre se consideran inútiles los saberes humanísticos y, más en general, todos los saberes que no producen beneficios. En una acepción muy distinta y mucho más amplia he querido poner en el centro de mis reflexiones la idea de utilidad de aquellos saberes cuyo valor esencial es del todo ajeno a cualquier finalidad utilitarista. Existen saberes que son fines por sí mismos y que —precisamente por su naturaleza gratuita y desinteresada, alejada de todo vínculo práctico y comercial—pueden ejercer un papel fundamental en el cultivo del espíritu y en el desarrollo civil y cultural de la humanidad. En este contexto, considero útil todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores”.

El arte es inútil y producto de los inútiles, pero esta inutilidad es su salvoconducto, porque no tiene precio, generoso porque se prodiga, se multiplica como los panes, embriaga como el vino, y será tenido en cuenta como antídoto, vacuna, para cualquier nueva normalidad”.

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