El tesoro del silencio

El tesoro del silencio

Entre el 15 y el 17 de noviembre de 1946, el menudo cuerpo sin vida de Manuel de Falla estuvo alojado en el Hospital de Clínicas de Córdoba, corazón de un barrio insumiso exactamente como él no lo era. Don Manuel acababa de morir en su casa de Alta Gracia. Fue llevado al Clínicas para ser embalsamado por el Dr. Pedro Ara, quien pocos años más tarde se haría conocido por embalsamar a Evita. 

Una vez concluida la tarea del Dr. Ara, los restos de Falla fueron velados en el Hospital Español -donde se atendía desde que había llegado a Córdoba- y luego trasladados a la Catedral en un cortejo acompañado por una multitud de personas que salieron a la calle para despedir al maestro. Al pasar frente al Teatro Rivera Indarte -donde el 30 de mayo de 1940 había dirigido un concierto, invitado por Theodor Fuchs-, la Orquesta Sinfónica interpretó algunas de sus piezas, y al terminar el día el ataúd fue llevado al panteón de las carmelitas en el cementerio San Jerónimo. Falla había sido un hombre profundamente religioso; ningún alojamiento mejor podría haber hallado que ese. 

Finalmente, por solicitud de Franco al gobierno argentino, el cuerpo zarpó con rumbo a España el 22 de noviembre, en el buque Cabo de Buena Esperanza. Pocos días más tarde llegó al puerto de Cádiz, donde Falla había nacido setenta años antes. Su hermana María del Carmen le había escrito a otro hermano llamado Germán: Respecto al cuerpo de Manolo, hay que evitar por cuantos medios puedas todo homenaje político, que siempre lo había horrorizado…” En tanto, un grupo de intelectuales firmaron una declaración en protesta: Sabemos que no le interesaba la política, sabemos que le interesaba la paz entre los hombres y que esa paz no la encontró en la situación actual de España”.

Desde el paso mismo por Tenerife -donde tronaron cañonazos en su honor- y el ostentoso funeral en la Catedral de Santa Cruz de Cádiz, la repatriación del cuerpo de Falla fue explotada por la propaganda política franquista. En verdad, los intentos de usar su nombre fueron muy tempranos. En 1938, Franco crea el Instituto de España; de manera inconsulta designa como su presidente a Manuel de Falla, quien dimite al enterarse y comienza a preparar el viaje a la Argentina para alejarse de la nueva situación española. Llega al puerto de Buenos Aires el 18 de octubre de 1939, a bordo del Neptunia. Atrás quedaban la vida en Granada y la España desangrada, pero no el recuerdo de García Lorca, por el que nada pudo hacer. Había sido Federico quien, tras su viaje a Buenos Aires en 1934, despertó en don Manuel la curiosidad por la Argentina, tanto era el entusiasmo con el que le habló a su regreso.

Al llegar a Buenos Aires, Falla realiza cuatro conciertos en el Teatro Colón e inmediatamente decide viajar a Córdoba, donde se queda a vivir para siempre. Tras residir una semana en el Hotel Bristol de la capital, llega a Villa Carlos Paz; reside primero en una casona de la calle Bialet Massé construida por el arquitecto Ángel Lo Celso; se muda al poco tiempo a un chalet de Villa del Lago y, finalmente, en noviembre de 1942 -por recomendación del Doctor Gumersindo Sayago-, a su casa en Alta Gracia. En ella recibió muchas visitas: Rafael Alberti, Margarita Xirgú, Ramón Gómez de la Serna, Carlos Guastavino -por cuya música el maestro gaditano manifiesta un gran interés- o Enrique Larreta, quien tenía también una casa en Alta Gracia. Muchos años antes, Falla comenzó a escribir una obra musical escénica con La gloria de don Ramiro”, que había leído con entusiasmo en 1919. El libreto bosquejado finalmente no prospera por falta de acuerdo con Larreta sobre algunas modificaciones propuestas. Veinte años más tarde, en Alta Gracia, ninguno los dos propone retomar el proyecto, solo comparten algunas veces veladas musicales del Sierras Hotel, cuando no hace demasiado frío. 

Los años cordobeses de Falla estarán dedicados a la conclusión de la ópera Atlántida”, comenzada en Granada, que tomaba por base un poema de Jacinto Verdaguer. El intenso trabajo en ese poema sinfónico le arrebata la energía y la salud. Una vez más, declina una propuesta oficial de designación honorífica por parte del gobierno franquista, así como todas las invitaciones para volver a España con renta vitalicia”. En todos los casos, rehúsa con el argumento apolítico y la voluntad de mantenerse siempre alejado de todo cuanto pueda tener carácter político, y en ese alejamiento quiero seguir viviendo hasta que Dios disponga de mí”.

Por aprecio al silencio, escribe música en la noche. Ese aprecio era tal, que la decisión de abandonar la casa de Carlos Paz se debió a la constante alboroto musical” que llegaba desde el Hotel Carena, justo en frente de su ventana, y al recorrer por primera vez la casa de Alta Gracia donde iba a mudarse, lo único que preguntó fue si en el Golf cercano ponían música alta, para desistir de residir allí en ese caso. La biografía de Jorge de Persia refiere que en Granada había mandado a quitar las ranas del estanque vecino, debido a que su canto rompía la tranquilidad de la noche. Pero su mayor enemigo no eran las ranas, sino la radio: no tengo ni tendré nunca aparato de radio, pues soy víctima de los que, desgraciadamente, infectan en la actualidad al mundo entero, robándonos el tesoro inestimable del silencio”. Don Manuel no se hubiera sentido a gusto en un mundo donde ese tesoro se ha perdido por completo.

La historia agrega que en las siestas de verano dos muchachos llamados Ernesto Guevara y Daniel Moyano solían entrar al patio de Los Espinillos” para juntar duraznos. Aunque se decía que era hosco, al verlos merodear en su jardín, el viejo ermitaño que allí vivía abría la ventana solo para pedirles que no dañasen el árbol al cortar la fruta.

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