Para darle voz a las chicas

Para darle voz a las chicas

En el libro-álbum «Esa cuchara», de Sandra Siemens y Bea Lozano, una cuchara que está guardada en un cajón junto al resto de los cubiertos funciona como disparador de un relato que indaga en la memoria y las genealogías familiares desde la mirada de una niña, porque a partir de ese objeto que no se puede usar -pero que tampoco se exhibe como una reliquia- subyace una historia que remite al exilio y a la guerra.

Esa cuchara cruzó el océano en una valija que la bisabuela, «la abuela vieja» -la mujer del retrato en la pared-, trajo con lo poco que pudo llevarse de su exilio. Es la cuchara con la que sembró raíces en un lugar nuevo: con la que tomaba la sopa, hacía pocitos en la tierra y tocaba música. La cuchara pasó de generación en generación, pero ahora ya nadie la usa. Y tampoco dejan usarla.

¿Qué historias guardan los objetos? ¿Cuántas cucharas pueblan los hogares como ejercicios de memoria, cuántos elementos tan metidos en la cotidianidad familiar hablan sobre el pasado? Justamente, en este libro publicado por la editorial Limonero y con ilustraciones de Bea Lozano (Salamanca, 1986), la cuchara que no se puede tocar atesora una historia que espera ser contada.

El texto es de la escritora argentina Sandra Siemens, radicada en Wheelwright, un pueblo del sur de Santa Fe, autora muy reconocida de libros para niños y jóvenes, distinguida con el White Ravens por su libro «El hombre de los pies-murciélago» en 2010, y en 2015 con la misma distinción, por «La tortilla de papas», además de otros galardones como el Barco de Vapor o Premio Norma-Fundalectura.

– «Esa cuchara» interpela sobre un tema que quizá para las nuevas generaciones de este lado del mapa resulte un poco más ajeno, la guerra, y en ese punto, el libro es una invitación a la memoria ¿Cómo pensaste este texto?

– Sandra Siemens: No estoy tan segura de que de este lado del mapa la guerra resulte tan ajena. Pienso en la violencia de las guerras entre carteles narcos, por ejemplo. Otras guerras tal vez más domésticas, pero no por eso menos devastadoras. También me quedo pensando que la cuestión de la ajenidad, en este mundo global, tal vez habría que entrecomillarla. Siempre todo de alguna manera nos toca. Es un texto sí, que habla de la memoria. De la memoria que nos da una identidad.

Sin embargo, todas estas elaboraciones intelectuales no aparecen, o no de esta manera, en la primera aproximación a un texto poético. La escritura tiene múltiples líneas. La racional solo es una más. Lo que quiero decir es que no siempre uno piensa un texto. A veces nos dejamos pensar. Una escritura nos empieza a habitar de a poco como se amuebla una casa.

– ¿Qué potencia tiene la literatura, específicamente pensando en infancias, en la construcción de esa memoria, en tanto es una reconstrucción crítica sobre el pasado y el presente?

– Fue un libro que fue apareciendo a partir del juego con un objeto. En este caso, una cuchara. Ver las otras posibilidades que tiene ese objeto más allá de las convencionales. Y descubrir los mundos que despiertan esos objetos. Pienso en la magdalena de Proust. Cómo la acción de mojar una magdalena en una taza de té, lo conecta con su pueblo y con la infancia. La escritura siempre es un posicionamiento. Cada escritura es una manera de leer el mundo.

– Y la cuchara como elemento recuerda a los objetos como escrituras de la historia; al mismo tiempo la cuchara habilita algo curioso: la cuchara cuya dueña utilizó de todas las maneras posibles, se convirtió en una cuchara de cajón, protegida como reliquia ¿Qué significa esa cuchara para vos?

– Apenas salió el libro muchos lectores hicieron instintivamente ese ejercicio. Conectarse con esos objetos que están en todas las casas y que por algún motivo son especiales para esa familia. Un plato, un reloj, una silla… Esa cuchara además de ser el hilo de una memoria familiar muestra las distintas valoraciones que podemos darle a una misma cosa. Para algunos, una situación, un objeto, otra persona, una idea, pueden ser fundamentales, mientras que para otros eso mismo es absolutamente intrascendente.

– También aparece la mirada desencantada de los adultos y allí la infancia se presenta como terreno reflexivo que proyecta e imagina otras elecciones.

– Ocurre que esa cuchara se fue transformando de generación en generación en algo sagrado. Los adultos van trasmitiendo ese mensaje generacional sin permitirse cuestionarlo. La infancia tiene el poder de la irreverencia. La mirada de la infancia es cuestionadora y libre. Por eso puede proyectar el quiebre, la ruptura de lo sagrado que puede pensarse como una ceremonia que ella no entiende, o mejor dicho, que para ella no tiene sentido.

– Así como en este libro trabajás la memoria, también tu obra aborda otros temas como el abuso ¿Concebís a la literatura, la tuya, en clave social?

– A lo largo de mis libros he transitado por temas como el abuso, el exilio, la muerte, la adopción, el bullying, la intolerancia. Nunca he pensado en escribir sobre un tema en particular. El «tema» no es previo a la escritura. Hay disparadores, situaciones, escenas que me generan las ganas de escribir en alguna determinada dirección. Pero luego, el libro no se agota en el «tema». O eso espero. Flannery OConnors lo dice mejor que yo: La gente tiene la costumbre de decir ¿Cuál es el tema de tu cuento?, y esperan que les digas una afirmación: el tema de mi cuento es la presión económica de las máquinas sobre la clase media, o algún otro disparate. Y cuando reciben una declaración así, se van contentos y sienten que ya no es necesario leer el cuento.

Alguna gente tiene la idea de que leés el cuento y después trepás hacia el significado, pero para el escritor de ficción mismo, toda la historia es significado, porque es una experiencia, no una abstracción. La función de la palabra poética es ella misma. No puede medirse con el criterio de utilidad.

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