Antes muerta

Antes muerta

Esta semana será la 9° edición del Festival Latinoamericano de Cortometrajes Cortópolis. Desde el 5 al 8 de noviembre, a través de su plataforma www.cortopolis.com.ar hasta el sillón de mimbre de tu casa.

El viernes se realizará una charla abierta con Andrés Di Tella, organizada en conjunto con el Posgrado en Documental Contemporáneo de la UNC. La charla se titula La primera persona en el cine” y forma parte del programa Recuerdos de Familia. Esta sección del festival muestra la dimensión política de actos domésticos. Se proyectarán películas de tres directores/as. Tres cineastas rompen el protocolo, abren las puertas de su casa, nos sirven té con galletitas surtidas y cuando entramos en confianza nos desconciertan con historias escritas en mayúsculas. Andrés monta una Ficción privada”, Federico lee sus Apuntes para una herencia” y Tatiana canta La Internacional” en la cocina. Hablan de sus familias Di Tella, Robles, Mazú González, y recuperan los espectrales apellidos maternos. Deciden no llevarse los secretos a la tumba. Los árboles genealógicos forman un bosque tan florido como incendiado. En la casa de las Mazú González me quedé charlando con la Tatiana, que ya va por su tercera película y forma parte del colectivo Antes Muerto Cine”.

– En la plataforma del colectivo Antes Muerto Cine manifiestan que las películas son también su modo de producción (y de reproducción). ¿Cómo se materializa esa idea en el desarrollo de sus proyectos?

– Siempre fui a instituciones educativas públicas y participé de los espacios de organización. En 2010 hubo un estallido de lucha estudiantil bastante fuerte, que incluyó tomas de la mayor parte de las facultades, incluso del ministerio de Educación de la Nación, contra el desfinanciamiento educativo. En ese contexto conocí a un montón de personas que, con el tiempo, se hicieron mis amigues, y que hoy son parte de Antes Muerto Cine. Nos conocimos tomando una Facultad, participando de asambleas y discutiendo en comisiones con una consciencia política sobre el cine. En ese momento armamos primero un colectivo contrainformativo que fue Interferencia IUNA, en el que participaron algunas personas que hoy forman parte de Antes Muerto. En paralelo, empezamos a hacer nuestras primeras pelis. En 2012 estrenamos nuestra película El estado de las cosas”, en Mar del Plata, que la codirigí con Joaquín Maito. Empezamos a colaborar más estrechamente con un núcleo duro de seis compañeres y una periferia de varies más, hasta hoy. Los últimos tres años han sido quizás lo más prolíficos, y en los que más nos hemos comprometido e intentado desarrollar un método. Creemos que las películas son también sus modos de producción y creemos en la amistad como política creativa, como política cinematográfica. Disfrutamos mucho del hacer en conjunto, trabajamos de manera rotativa en los roles, discutiendo cada semana el estado de los proyectos, tratando de ayudarnos, de tomar las decisiones de manera horizontal y de hacer que nuestro cine dialogue con el presente que nos rodea a la vez que experimentamos con la forma. Y creemos que esa libertad solo es posible trabajando de manera autogestiva. Por supuesto que aplicamos a subsidios y fondos, pero no nos interesa trabajar bajo una estructura empresarial ni jerárquica, y creemos que con el debate continuo y cotidiano los proyectos crecen y todo se potencia. Todo eso tiene que ver con la manera en la que nos conocimos y empezamos a hacer cine.

– ¿Las teorías/prácticas feministas y queer te permitieron aproximarte al archivo íntimo doméstico desde una dimensión política que resignifica la propia identidad?

– En 2010, además de empezar a filmar con mis compañeres de Facultad, fui por primera vez a un Encuentro Nacional de Mujeres y empecé a reconocerme como feminista. Fue también en ese momento en el que empecé a militar en Silbando Bembas”, un colectivo de cine del que formé parte hasta hace poco tiempo y con el que sigo esporádicamente colaborando, que está muy ligado a las luchas obreras, sindicales, de género y antirepresivas. Para mí fue en simultáneo ese triple crecimiento y siempre desde una formación muy grupal. Las teorías del feminismo y de las izquierdas, dentro de las cuales me reconozco, fueron constituyendo una suerte de brújula, o de mapa, que me permite abordar los archivos domésticos, los asuntos aparentemente personales con una consciencia de lo estructural y de lo político. Esa formación ideológica en lugar de estructurar mis trabajos es una brújula con la cual me permito perderme a la hora de ponerme a navegar en los archivos o en la realidad.

Además, crecí en una casa donde se producía mucho archivo doméstico, porque mi papá es productor y director de documentales. Y ese material convivía, coexistía, en las estanterías con otras cosas que filmaba mi papá, por su trabajo del ámbito público o político. En la película Río Turbio” usé material que filmó en luchas sindicales, a finales de los 90 en la Patagonia. Me gusta pensar que crecí respirando ese cruce. Después, mi formación feminista, mi formación política, me permitió acercarme a esos materiales de una forma ya incorporada desde chica.

Creo que hay una búsqueda identitaria en los tres trabajos, que tiene que ver con la manera en la que pensamos el mundo y queremos transformarlo a partir de pensarnos generacionalmente.

– En el largometraje que está programado en Cortópolis, tu abuela campesina te enseña a coser mientras relata su historia, y vos le enseñas a usar la cámara. La película demuestra que ambas tareas requieren el conocimiento de una técnica, además de horas de dedicación. ¿Ese intercambio te hizo pensar en el cine como un trabajo?

– Me acuerdo de una de las primeras jornadas de rodaje de la película, en la que tuvimos que llamar a un técnico porque teníamos un problema con la máquina de coser, y el señor me dijo que esa máquina era una herramienta de precisión, como mi cámara. Soy muy obsesiva con el montaje, en la decisión del inicio y fin de un plano. Esa analogía que planteás está siempre presente. Podemos pensar en el cine como un oficio. Me reconozco como una trabajadora del arte, más que como artista. Creo que mi abuela es capaz de tramar historias con la tela y con sus agujas de la misma manera de lo que yo lo puedo hacer con las imágenes o con los sonidos. Ambas cosas producen conocimiento sensible. La realidad está herida, fragmentada y una de las tareas que tenemos como montajistas es intentar rescatar algún sentido, poner en comunicación elementos que parecen a simple vista distantes e inconexos, y proponer un recorrido para pensar la realidad, anotando cositas en la pared y uniendo con hilos rojos.

Tatiana Mazú Gonzalez tiene 31 años y vive en las afueras de la ciudad de Buenos Aires, entre gatos y plantas, en la que antes era la casa de su abuela. Es realizadora documental-experimental y artista visual. Codirigió junto a Joaquín Maito El estado de las cosas” (2012). Su cortometraje La Internacional” (2015) participó de 40 festivales internacionales. Dirigió Caperucita roja” (2019) y Río Turbio” (Prix Georges de Beauregard – FID Marseille 2020). Sus películas han sido seleccionadas, además, en Mar del Plata IFF, FICUNAM, Doc Lisboa, Festifreak, Transcinema, Cinélatino, Rencontres de Toulouse, entre otros. Es montajista, junto a Manuel Embalse, de Retrato de propietarios”, de Joaquín Maito. Actualmente se encuentra trabajando en sus próximas películas: Todo documento de civilización”, sobre Luciano Arruga, y Dios autor de todo”, dirigida junto a Joaquín Maito y Nacho Losada.

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