Remordimiento

Remordimiento

El diccionario de la lengua portuguesa señala que para identificar el significado de la palabra «remorso» debemos buscar en las acepciones del verbo «morder», ya que el término «remorder» utilizado en el siglo XVII, derivado del latín re-mordere es el actual responsable del vocablo en causa. En español el término no existe, pero sí su equivalente, «remordimiento» el que es entendido como «pesar que puede sentirse después de ejecutada una mala acción» y cuya derivación etimológica se corresponde con la recién descripta. Esta especulación no es vana, se construye con la intención de explicar el título de la novela de valter hugo mãe denominada o remorso de baltazar serapião” (así en minúsculas, como el nombre del autor y el de los personajes). En  el mismo portugués en el que está escrito, el vocablo «remorso» puede también entenderse como «arrepentimiento» y hasta usarse como sinónimo. Así las cosas, ¿de qué se arrepiente baltazar? ¿Qué es lo que le remuerde la consciencia?

Nada desdeñable resulta esta introducción si pensamos en el baltazar serapião creado por el escritor portugués valter hugo mãe. Este personaje, como todos lo que lo rodean, vive en una villa del Portugal profundo, durante el siglo XIII, bajo el reinado de dínis y ocupa un espacio de tierra concedido por el señor feudal a quien sirve. Todo se desarrolla con absoluta normalidad hasta su casamiento con ermesinda porque, desde entonces, le cabe también a ella ofrecerse al señor y cumplir las tareas que le mande hacer, como el resto de las criadas. En ese punto de la historia comienza el martirio de este buen hombre, que comienza a sospechar que las actividades encargadas a la esposa incluyen también prácticas carnales. El protagonista se ve acorralado por la autoridad de la que depende, ya que una actitud desaforada podría volverse en su contra. De este modo, y a falta de recursos para hacer justicia por manos propias, ejerce su potestad de marido desfigurando físicamente a su amada, de modo que se vea menos apetecible al instinto depredador. Tienen inicio así las escenas más escabrosas del libro, que se configuran en torno de estos significantes al punto de que, en sus instancias definitivas, apenas nos deja reconocer a la bella figura femenina debido a que tiene un brazo torcido hacia arriba, un pie doblado para dentro, un ojo menos, la cabeza deshecha, etc.  

valter hugo mãe nos somete a tentación al presentarnos la virulencia de este relato, porque está convencido de que nuestra actitud como lectores va a ser la de repudiar al personaje, no solo por la malevolencia demostrada hacia su cónyuge, sino también por la pusilanimidad con la que salvaguarda su nombre propio en lugar de protegerla; pero principalmente, por no tenerle confianza y envilecer su nobleza. Con seguridad, el autor no está equivocado y la reacción más evidente del público sea la de convalidar sus apreciaciones. El tema es que, actuando de esta manera, el título de la novela no encuentra ningún asidero, ya que no hay ni remordimiento ni arrepentimiento en los que valga la pena detenernos. Y, sin embargo, su propósito es el de poner al «remorso» en el centro de la trama.

El elemento axial se encuentra en el último episodio, que se configura también con la misma violencia de todo el libro, pero esta vez no cargando las tintas sobre ermesinda sino sobre dos abusadores (entre ellos, su hermano menor) que la someten sexualmente aprovechando la circunstancia de baltazar estar dormido. Cuando éste despierta, alertado por el bullicio, agarra una piedra de las proximidades y mata a los atacantes en forma brutal. Los daños infringidos son tan grandes que la mujer no sobrevive, pero el opaco desenlace no nos puede engañar respecto de su marido, ya que fue él quien efectivamente puso freno a la vejación. Lo difícil de precisar es el móvil de los hechos: si actuó con esa iracundia porque se sintió compungido por el dolor que la aquejaba, o porque era más fuerte la humillación de verse expuesto socialmente al desaire. Dicho de otro modo, si la «inquietud de conciencia» que experimenta el joven -según la definición de la palabra «remorso»- se corresponde con la preocupación por los demás o, exclusivamente, por su propia penuria.

Para entender esta lógica de actuación, tal vez tenga algún sentido repensar el concepto de «auto-calumnia» empleado por Giorgio Agamben, y entender alguna cosa acerca de esa sociedad conservadora en la que se inscribe la trama.

Está claro que no se lo puede acusar a baltazar de un asesinato que no cometió. Sí podríamos, en cambio, imputarle la violencia siempre practicada, porque el cuerpo llagado de la mujer lo delata ampliamente. Es cierto que él podría convocar como atenuante la educación sentimental en la que forjó su conducta, e inclusive ostentar el valor de la «honra», que se encuentra entre los valores más sagrados del medievo. Sin embargo, frente al cadáver de la esposa y el terrible impacto que le provoca, se corre de ese lugar y no necesita que nadie lo juzgue, porque se basta a sí mismo. Fustiga su inocencia, asumiendo no una culpa sino todas las culpas que ha venido acumulando. Y esto, con la clara intención de darle una estocada final al patriarcado responsable de sus males.

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