Los padres

Un recreo de todo esto | Por Ana Llurba

Los padres

Basada en material documental encontrado, esta película inconclusa propone un acercamiento teórico-especulativo desde las disciplinas científicas de la microbiología, la arqueología, la exobiología y la antropología para describir la estructura, el sistema, la organización y otras formas de penetración ideológica, contagio, circulación y perpetuación cósmica de los agentes infecciosos más agresivos y abominables de la historia de la especie humana. Renata Longhinini, directora de la Kunsthaus de Zúrich y curadora de «Hemoderivadas» la retrospectiva de la artista Pandora Ferreira-Bisset.

Los padres son una entidad biológica proveniente del espacio exterior. No son un invento de un laboratorio ruso, un arma de destrucción masiva norcoreana o un experimento de inteligencia artificial de un think thank liberal de Sillicon Valley, como sugiere la teoría conspiranoica de la organización PAnon. Los padres son tecnologías prehumanas, que anteceden en eras geológicas a nuestra evolución como una especie diferenciada de los homínidos y están configurados por una partícula defectuosa del ADN, es decir, un fragmento de nuestro propio código genético inoculado en las profundidades ctónicas de nuestra imaginación desde tiempos inmemoriales.

Encapsulados en una vesícula de proteínas, los padres no se pueden replicar por sí mismos. Por eso necesitan infectar a otras estructuras, familias y organizaciones deportivas para anidar frente a la televisión, acumular colesterol y regular los componentes de una estructura huésped para reproducirse a su imagen y semejanza. En su gran mayoría miden entre 150 y 200 centímetros, los más grandes, pero su aptitud para el camuflaje impide con frecuencia que sean detectados por los paradigmas ideológicos hegemónicos. Por eso solo pueden ser observados de cerca con la ayuda de un microscopio de campo oscuro a través de la ampliación de las falacias promovidas por un fenómeno de inmunoinvasión parasitaria llamada «nuevas masculinidades».

El primer padre conocido, llamado Hemingway, aliento a whisky, testosterona y depresión, fue descubierto por la naturalista, botánica y microbióloga Liselot Van der Meer en 1899 gracias a unos cultivos realizados en el pequeño pueblo de Arizona, a quien este padre le debe su nombre. Hasta la actualidad se han descrito más de 5.000 variedades de padres, y algunos exobiólogos opinan que podrían existir hasta millones de cepas diferentes en los más recónditos rincones de la Vía Láctea. De momento, solo se sabe que estos agentes infecciosos se hallan en casi todos los ecosistemas conocidos en la Tierra y son su entidad biológica más abundante. A diferencia de los abuelos y los tíos o los tío-abuelos (microorganismos unicelulares formados por el alcoholismo, la ludopatía y por una cadena crónica de chistes malos, respectivamente) los padres varían en su forma geométrica. La mayoría son cuadrados casi perfectos. Otras variedades, más exóticas, son helicoidales y poseen estructuras mentales más o menos complejas, aunque son excepcionales.

Por eso, desde el punto de vista evolutivo, los padres son un medio importante de interrupción del crecimiento intelectual, lo que suprime la diversidad interseccional de los ecosistemas e instituciones que parasitan. Debido a ello, los padres y otros agentes paternalistas, han recibido la designación técnica de «machirulos», quienes transportan y retroalimentan cantidades observables de brecha salarial y desigual distribución del trabajo doméstico a los hábitats donde anidan. Asimismo, debido a su origen alienígena, los padres afectan de distintas maneras en función de cada estructura biológica. La mayoría de los organismos contagiados presentan síntomas como ardor continuo en los genitales, compulsión artística neo expresionista, adicción a las alitas de pollo fritas, fiebre, reverencia interpretativa derridiana y dolor de garganta, en una intensidad leve o moderada y se suelen recuperar sin necesidad de hospitalización.

Con una extraordinaria pulsión milenaria, los padres vienen infectando desde hace eones a todas las sociedades humanas conocidas con el fútbol, su cepa más contagiosa. Hallazgos arqueológicos en las estepas de Eurasia testimonian el culto a una antigua deidad representada por las famosas maradonas neolíticas. Vestigios humanos de corazones y testículos de niños indican que estos habrían sido sacrificados y enterrados en honor de esta deidad junto a sus atributos: una pelota, un miniesnifador, un par de zapatillas de piel de origen animal y un vial con cuchara, en las catacumbas bajo el estadio de San Paolo, Nápoles. Así es como los brotes masivos de este agente infeccioso desde el Alto Neolítico con el comienzo de la Edad de los Mundiales habrían contribuido con la extinción de las antiguas culturas matriarcales. Recolectora y pacífica, esta civilización se extendió antes de la invasión de los padres, alrededor de su desaparecida capital, Herlyeh. Cuenta una antigua leyenda que en aquella mitológica ciudad de geometría no euclidiana desaparecida en el océano Pacífico, la Gran Madre espera dormida para volver a reinar y ordenar al padre de turno que saque a pasear al Shoggoth. La hipótesis de la Edad de los Mundiales contradeciría la teoría oficial de la autoextinción de dicha civilización por guerras internas espoleadas en paneles de concursos de talentos musicales y reality shows.

Recientemente se ha descubierto otra manifestación recurrente de este agente biológico: el padre ausente. Una entidad holográfica formada por un núcleo de régimen de visitas y tolerancia judicial que depende de la coinfección de la célula maternal por la bacteria del amor romántico y la baja autoestima para replicarse, obteniendo así las enzimas ausentes en su genoma original: los hijos. En su mayoría, los padres ausentes suelen encontrarse en la inspiración autobiográfica de la obra de performers y artistas conceptuales feministas. Aunque también se los ha detectado en otro tipo de organismos más patógenos, como críticos culturales infatuados por el lacanismo, o video artistas que denuncian la geopolítica de la sobreexplotación de nanominerales utilizados en las tecnologías de la comunicación como el coltán, el cuarzo o el cobre a través de la jerga académica del materialismo especulativo y las nuevas ontologías.

Asimismo, varias hipótesis consideran que los padres han servido como un medio de contagio masivo de guerras, terrorismo y uso de palos de selfie. Su curva de propagación durante las invasiones y otros episodios históricos de gran virulencia social han aumentado exponencialmente desde el Neolítico hasta el presente. Un proceso que se ha acelerado después del fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando los padres minaron en su casi totalidad el ADN humano alimentando el efecto de hiperrealidad bajo la amenaza constante de crisis económicas cíclicas, desalmacenamiento de papel higiénico, aceleración del cambio climático, inclusión de menúes veganos en las guarderías y pandemias derivadas de nuestros estilos de vida que pueden desatar la histeria colectiva cuando…*

*Debido a un incendio de origen desconocido ocurrido en el estudio de Pandora Ferreira-Bisset en Berlín, el metraje del resto de esta película no se ha podido recuperar.

Fragmento de la novela inédita Hemoderivadas.

Ana Llurba

(Córdoba, Argentina, 1980) Es licenciada en Letras Modernas por la UNC, Argentina. Estudió un máster en Teoría literaria y literatura comparada y otro, en Edición, ambos por la Universidad Autónoma de Barcelona. Publicó Este es el momento exacto en que el tiempo empieza a correr (I Premio de poesía joven Antonio Colinas, 2015) y su primera novela, La puerta del cielo (2018) fue publicada en España, Argentina y Chile. Su primer libro de cuentos, Constelaciones familiares, fue publicado en otoño de 2020 en España y en 2021 en Argentina. Algunos de sus textos han sido traducidos al portugués, italiano, polaco, lituano, alemán e inglés. Actualmente vive y trabaja en Berlín. Su web es http://www.anallurba.net/

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