Leandro Calle y su Antología poética

Estaciones de la palabra | Por Silvia N. Barei

Leandro Calle y su Antología poética

Por razones que tienen que ver con el contexto del 2020, el campo dinámico de la cultura de Córdoba, la prolífica producción de sus escritores, la disponibilidad de sus editoriales y la sensibilidad y atención de sus lectores, el inolvidable año pasado nos dio a conocer una multiplicidad de textos literarios, de los cuales este diario ha dado cuenta en una exhaustiva nota en diciembre. Entre esos textos, la Universidad de Córdoba publicó una antología notable con los poemas de Leonardo Calle, también columnista de este mismo diario.

Decir que Leandro Calle es poeta, traductor, crítico y profesor universitario en Córdoba es solo para situar en principio su pertenencia y su lugar de enunciación. Porque, más allá de las cuestiones biográficas, la escritura se presenta como sustituta de las propias circunstancias epocales.

El autor pertenece a uno de esos extraños y casi invisibles estamentos que denominamos poetas”, palabra potente que designa criaturas fronterizas, habitantes de una realidad poco reconocible, empeñadas en una palabra raras veces considerada necesaria, aunque activamente situada en su contingencia histórica.

Leo el nombre del libro (una antología de poemas seleccionados por el mismo autor) y pienso: Algo que arde” es algo que toca mi piel, algo que se hace notar, algo que me despierta o me desvela, algo que duele, algo que no se puede ocultar, algo que descubro, algo que marca, algo que brilla. Una antología siempre elige y ordena, es decir organiza y propone recorridos por escrituras de diversos tiempos y matices, a través de los cuales el lector se adentra en un sendero que parece fluir. Porque seleccionar ciertos textos es decidir un itinerario, una estación, un lugar para la propia voz. Otra cosa es leerlos. Leer es seguir el insumiso vagabundeo que se nos ocurre a los lectores.

Encuentro luego el título del Prólogo, escrito por Julio Castellanos, Notas a la poesía de Leandro Calle”, y decido dejarlo para más tarde, después de que los poemas me hablen por sí mismos.

Me voy al Índice y descubro que los textos han sido seleccionados de diez libros, desde Tatuaje de fauno”, de 1999, a país”, de 2018, más dos bellos poemas finales que imagino escritos estos últimos años e inéditos previamente.

Vuelvo entonces al principio del libro y encuentro un epígrafe, una cita del escritor congoleño Gabriel Okoundji, que pregunta en francés: ¿Dónde estás? ¿Es esta una errancia?”

Y me da por contestarle que sí, que inicio con la lectura una errancia, un fluir por la deriva de los poemas, movida por la curiosidad del despliegue visual, el escenario musical, las metáforas del viaje y del desarraigo, el orden de lo emocional, de palabra en la palabra/ toco el estado puro del poema”. (Blasfemo”). Y asumo el riesgo de leer mal, o de perder el rumbo, de no poder acoplar el umbral interior al tiempo de los poemas.

Me llama la atención un título: Cuando abraza, abrasa”, y me pregunto si no será ésta una definición de la poesía, una tumultuosa huella de palabras, sentires, movimientos, brazos y brasas que van del propio cuerpo a las cosas del mundo porque la poesía circula de manera tenue -diría Raúl Dorra- secreta incluso, pero circula sin pausa”.

En última instancia busco, como lo hago con todos los libros de poemas que me conmueven, busco -digo- leer el mundo y leer nuestra humanidad en el mundo: el vuelo de un pájaro, una mujer llamada Laura colgada de un madero, la distancia que une o separa, la atención a una araña o una perra, el Vía Crucis que se desplaza de Jerusalén a las Madres de la Plaza, descubrir y ser descubierto, alguien que nos espera, la ceguera, la mudez, la muerte y la necesidad de rescate y de memoria, el hijo (elijo) y los padres, las rupturas, las fronteras, un nudo y un mantel, la espalda de una mujer desnuda, un camino, una plegaria, la transparencia de un árbol, la ambición de un poema que alumbre al menos/ este desierto en la garganta”.

Encuentro todo esto en una palabra nacida del sentimiento de la incertidumbre y la inequidad del mundo contemporáneo, puntos singulares y puntos de cruce para una sensibilidad astillada. Una poesía que se despliega como territorio propicio para pensar en términos plurales, tensiones y ambigüedades, ideas que llaman, que queman: me desvela/ ese algo que arde”.

Por ello, lo que emerge como una evidencia es una dinámica relacional a veces incómoda, siempre lúcida, una respiración en escenas cotidianas que pueden seguirse como se sigue una música o un trueno: Cicatrices en el cielo/ la casa a oscuras./ Una vela en la mano me sostiene”. (Tormenta”).

La gravidez del pensar, el suelo que lo sostiene, conmueven a menudo: Aquí voy a morir mirando el río./ Sentado en este banco ha de venir la muerte./ Un suspiro tan solo un dolor un quejido/ y mi padre y su mano me tocarán el hombro”. (Quai de Bourbon”).

La selección de los poemas constituye la función configuradora y organizativa de la escritura experimentada en tanto lugar de enunciación diferencial donde se ponen de relevancia imágenes y temas que solo pueden asegurar los signos en tanto voz personal y domicilio existencial, pues se trata de  quedarse acá/ en el sur de todo corazón”. (Sur”).

Vuelvo entonces al Prólogo escrito por Julio Castellanos y encuentro allí recorridos que yo no he hecho, reflexiones profundas, un método de lectura, otros sentidos y derivas y pienso que harán falta más que estas valoraciones para atravesar, errar por este libro, desandarlo y entender que habita un espacio cultural prolífico y polémico a la vez, al que aporta una palabra plena de sentidos. Coincido con Julio cuando concluye que se puede llegar al poema, desde su verdad inmarcesible. Algo de esto ocurre en el viaje que Leandro Calle nos propone hacia este algo que arde y nos espera”.

Doctora en Letras, poeta, ex vicerrectora de la UNC.

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