Movimiento sobre el jardín

Por Viviana Bernadó

Movimiento sobre el jardín

Durante mucho tiempo depositó día a día en un pozo del tamaño de una persona las cáscaras de papa, de zanahorias, la piel del zapallito verde, de las manzanas, la parte de afuera de las cebollas. Cuando las primeras capas de tierra estuvieron perforadas por los gusanos las repartió en cantidades iguales por el patio. Con los años logró tener el terreno abonado para que naciera un bosque frondoso.  

En vida de su mamá había frutales y un limonero, además de los plátanos que trajo de la estancia en que trabajaba. Cuando quedó sola en su casa, plantó a la luz jazmines trepadores y begonias de distintos colores, junto a una hilera de calas que tuvo antes en agua, para desarrollar más plenamente sus raíces.  Quedaron a la par de las begonias y la madreselva, en el lugar más fértil del terreno. Al año siguiente se había formado un cantero enorme, que bordeaba la boca del pozo. Lo primero que enterró fue el Dachshund que le había regalado la señora Ester cuando dejó la estancia.  

A los plátanos se los había dado Raúl, el encargado de las caballerizas. Fueron brotes que ella tomó, aceptándolos como el ramo de novia, uno de aquellos sábados de hace tanto tiempo, cuando se iba de franco. 

En la casa, las cosas de sus padres siguen en el lugar de siempre. A veces las puntillas de los muebles se desenganchan, y las vuelve a fijar con chinches. Cada tanto las saca y las lava. Cuando pone la tela en el mismo borde, dentro de los aparadores se siente tranquila, como si su madre pudiera extender el dedo hacia ella y decirle buen trabajo. Limpia el sarro de las tazas con lejía pura y prepara strudel de manzanas, lo ve humear en el ventiluz que da al jardín. A veces come unas porciones, pero siempre arroja casi todo a la basura.

Cuando era chica y se lastimaba la madre le besaba la frente, después rezaban la novena juntas para obtener gracias especiales. Ella rezó para que Raúl la fuera a buscar. Pero él no vino.

Le da mucha pena ahora no poder airear como antes. La madera de las ventanas está hinchada, ella no tiene la fuerza suficiente, piensa que su padre sí podría abrirlas. Ya no lustra los pisos con querosene, si solo ella los pisa. Usa las alpargatas para pasar el lampazo y no arruinar el calzado bueno, así aprendió. Todavía se arrima al cuarto de sus padres como cuando tenía cinco o seis años y se levantaba muy temprano sin que la oyeran, para espiarlos. Lava sus sábanas una vez al mes como mínimo, es agradable sentir el perfume y tender la cama como si estuvieran vivos. Le gusta que haya desorden en la casa; las agujas de tejer desparramadas con ovillos de lana regados por el piso, la de crochet con los ensayos de punto cruz o media vareta para hacer las puntillas, los desperdicios del mate en una servilleta sobre la mesada. A las ventanas de la habitación de los padres no las abre, solo saca las telas de araña del techo, lustra los muebles hasta que queda todo brillante como antes, cuando volvían de misa. A veces se siente sola y va a tejer allí. Entra sigilosa y se acomoda a los pies de la cama grande.

La señora Ester era de buena familia. El señor descendiente de ingleses. No tenían hijos y una vez, cuando ella era muy chica y había acompañado a su padre a alambrar una parte de esa estancia, la señora Ester insistió en pasear con ella de la mano por los jardines. Mucho después había pedido trabajo, diciendo su nombre a otra empleada. Sabía que la iban a aceptar enseguida. Empezó como ayudante de cocina aunque todavía no había cumplido los quince. Cuando quedó embarazada su padre la obligó a permanecer en la casa, su madre no dijo nada. Hay cosas que escapan a la luz, que se entierran en un pozo profundo como los cuerpos de los muertos.

La señora Ester había insistido para que se quedara. Su padre esperó tieso, al lado del sulky, igual a la estatua del General en el centro de la plaza del pueblo. Fue entonces que la señora Ester pidió que la dejaran, dijo que se desempeñaba muy bien en la cocina. Pero su padre se negó a dejarla y la obligó a subir al sulky con él, después le hizo un gesto. La señora Ester le regaló uno de los perros, el cachorrito de Dachshund que ella siempre mimaba. Cuando la estancia se alejaba de su vista, ella levantó uno de sus dedos. Jugó a que tocaba el techo del chalet a la distancia, lo acarició como si fuera la cara de Raúl, su cuello. Esperaba que él viniera alguna vez a visitarla. Pero no vino. En cambio sus padres gastaron los ahorros en un médico de Tres Algarrobos. Cómo iban a explicarle a la gente del pueblo. 

Capaz ahí le vino la idea del jardín, o más adelante. No se acuerda cuándo. Quería que el agua fuera a las raíces, por canaletas que rodearan los canteros. Punteó hasta formarlas. Armó la guía con sus propias manos, usó tanza gruesa. Las begonias necesitan atención. Para detectar las plagas a tiempo tiene la lupa. Cuando atiende las begonias tiene que tener tiempo. Una sola que se le pase y pueden atacarla los bichos. Hoja por hoja las revisa. No le gusta que estén estropeadas o tengan partes muertas, enseguida se las saca. Ahora llueve. Ni bien pare va a salir al patio a remover la tierra blanda y a cavar para ahondar el pozo. La fruta también a veces se agusana, por eso elige plantas de jardín. Flores y  hojas tienen una belleza que dura a veces un rato, otras varios días, pero la fruta enseguida empieza a fermentar, como los cuerpos, por eso los cuerpos se parecen más a los  frutos, una vez que maduran y caen de la planta y chocan con el suelo y revientan, los insectos se alojan en ellos para obtener su comida. Los cuerpos empiezan a despedir olor, y la velocidad de la descomposición depende de cuán avanzada esté la enfermedad. Su papá murió afiebrado y la hinchazón era imposible de parar. La madre, en cambio, estaba sana. Los hongos corrompen más fácilmente el cuerpo que saca líquidos para afuera, como las frutas podridas. Después se encogen y se marchitan. Todo eso servía igualmente para preparar tierra fértil. Los árboles frutales no le gustan, hay que cuidarlos de la mosca hembra, que está al acecho todo el tiempo, pone sus huevos y la fruta cae pútrida porque se alimentan de la pulpa. Es tan difícil controlar esos árboles. En cambio lo que está enterrado se convierte en algo bueno. Enseguida se meten los gusanos y las bacterias adentro del suelo para que las begonias crezcan: las princesas del jardín.  

Este año no podó la madreselva para que tapara el pozo, que no se viera desde la galería. Al tiempo que había enterrado el perro, se dio cuenta de que cada cosa que plantaba en ese lugar, crecía más rápidamente. De eso hace tanto que le parece una eternidad.

En el agua de los pozos hay mucho arsénico. Cree que a Villegas le tocó la tierra más envenenada del país. Toma agua de la bomba que hay afuera, cerca de la letrina vieja y también la usa para regar, empuja el hierro de la palanca con las manos, encorvada, con fuerza, sin conseguir agua al principio, hasta que sale y ya no siente los brazos, los tiene acalambrados. Si no hubiera preparado abono tendría que regar continuamente, pero el humus se hace solo con los desechos.

A veces la belleza de las begonias la abruma. Va con la tijera, les corta dos o tres flores y las pone en un vaso con agua. Enseguida le viene la pena por lo que hizo, le vienen los recuerdos y piensa que Dios la va a castigar. Todo se oscurece adentro suyo, en algún lugar que no sabe bien dónde está, como si su cuerpo fuera también parte de la tierra fértil donde crecen las plantas. Como si después de un cuidado exhaustivo ella también pudiera dar flores. Es adentro del cuerpo que le sucede. Una vez tuvo que trasplantar una begonia. Tenía cochinillas. La puso en cuarentena y aun así murió. Lloró mucho. Por eso ahora las revisa con la lupa para que crezcan y no se conviertan en alimento de las plagas. Las hormigas protegen a los pulgones, así que cuando ve una, la mata sin dudar.

Julio es el mes más frío. Eso no impide que disfrute de trabajar en el pozo, también sentir la presencia de la tierra fértil haciéndose, en su cercanía. Lo rodea punteando a nivel de la superficie como formando un brocal.

Hoy fue a la carnicería, un anciano que estaba comprando le preguntó el apellido. Conocía a su padre, habían alambrado juntos la quinta de un tal González, quizá era cierto, aunque el viejo podría estar divagando, pensó ella. El tipo se puso a hacer cuentas de los años de ambos, le preguntó si vivía.

—Sí, dijo ella —Convenciéndose, aunque sabía perfectamente que estaba muerto. 

Hasta que la atendieron miró por la ventana hacia la vereda, hacia los aguaribayes desmembrados por la poda del invierno. Esperaba que el viejo le dijera algo más pero no tenía que ponerse ansiosa. Pagó y se fue sin mirarlo a la cara. Notó en el viejo el deseo de hablar. Cuando salió afuera simuló acomodar la compra arriba del sulky, mientras lo examinaba. Estaba muy delgado, necesitaría encontrar alguien más. Pensó en la facilidad con que lo cargaría hasta el patio. Lo vio tendido cerca de los canteros nuevos de begonias, como un muñeco más grande que ella, con los ojos fijos hacia la tarde. Pensó que ni bien llegara a su casa, la segunda tarea sería regar el pozo nuevamente. Hizo un recorrido mental por el galpón. En el estante de abajo, al lado de las herramientas, estaba la botella de éter. Lo dejaría sentarse en la galería. Desde ahí sería más fácil pasarlo a la carretilla. La pala: afilada y en su lugar. No estaba segura de la primera parte de la faena. Podía torcerle el cuello de un manotazo o usar la cuchilla grande. Su padre le había enseñado con los corderos. Después trabajaría cómodamente separando las partes. Había empezado a acelerársele el corazón. El viejo salió de la carnicería y ella le hizo señas con la mano alzada.

 

Viviana Bernadó

(General Villegas, Buenos Aires) Reside en Capital Federal. Es periodista, docente y magister en Escritura Creativa. Escribe en la revista La Agenda (Ideas y Cultura en la ciudad). Coordina talleres de lectura y escritura desde 2007, además de un ciclo de entrevistas a escritores denominado Mientras escribo.  Publicó el libro de relatos Aquello era el cielo (Nudista, 2020).

Facebook: Viviana Bernadó.

Instagram: @vivianabernado.

Publicado en el libro  de cuentos Aquello era el cielo, la historia que nos presenta Bernadó es la descripción minuciosa de un plan criminal, diseñado y ejecutado con la paciencia del agricultor que espera el momento y la estación adecuada.

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