Tetris

Un recreo de todo esto | Por Gustavo Oña

Tetris

I

—Me voy a dormir, ¿necesitás algo, papá?

—¿Querés que hagamos un partido? —me pregunta sin sacar la mirada de la pantalla.

—Hoy no, estoy cansado.

—Más alfajorcitos —me dice y desliza con el pie el plato vacío que está en el suelo.

Le pongo tres alfajores en el plato y se lo dejo al lado del sillón. Se inclina sin dejar de mirar la pantalla, saca uno y se lo lleva a la boca. Juega al Tetris con una habilidad increíble. Le gusta la música del juego, la tararea y mueve la cabeza.

II

De noche le costaba dormir y era frecuente que me llamara al celular a cualquier hora. Decía que sin saber cómo se despertaba en el sillón o en la galería y que un par de vecinos lo tuvieron que ayudar a volver a su casa porque se había desorientado.

—Susana anda por acá y eso me da miedo. Creo que me quiere llevar con ella —me dijo en una oportunidad.

Hace un par de meses falleció Susana, su segunda esposa, dejándolo solo en una casa enorme. Tuvieron dos hijos, Clara y Juan, mis medios hermanos. Consultamos a un psiquiatra que, sin verlo, solo con lo que nosotros le contamos, lo diagnosticó con demencia senil y terrores nocturnos. Indicó medicación y compañía. Indicar compañía es señalar un vacío imposible de llenar; lo que necesitaba mi padre, en el caso de necesitar algo del otro, era un testigo de su soledad.

En una reunión con mis hermanos decidimos que lo mejor era que me instalara con él de manera provisoria, hasta tener el panorama más claro. De los tres soy el único sin hijos ni pareja.

—Solo de manera provisoria —aclaré.

La relación con mis medios hermanos es distante. Mi padre, sin suerte, intentó que fuéramos unidos. Se fue de casa a mis cuatro años y me pasaba a buscar sábado de por medio para ir a pasear. Lo esperaba sentado en el cordón de la vereda y al ver su auto doblar por la esquina me ponía contento. A veces iba con Clara y Juan, eso me ponía mal. Para mí eran los otros, pero el otro, en definitiva, era yo.

III

Ocupo la habitación que había sido de Juan y descubrí que de adolescente jugaba al ping pong. Tiene varias medallas colgadas en la pared y algunos trofeos. La primera noche me sentí extraño y más cuando mi padre se asomó a la puerta y me dijo:

—Buenas noches, hijo, que descanses.

Me levanto temprano y voy al trabajo. Le llamo al mediodía, regreso después del almuerzo y lo encuentro en el sillón, juega al family game. A veces me siento con él y jugamos al Tetris. Uno al lado del otro con la cara iluminada por la pantalla. Me gana siempre, encaja las fichas con una velocidad impecable y en el suelo pone su vaso con whisky y sus alfajorcitos de maicena.

IV

Escucho ruidos en la cocina. Salgo de la cama y voy a la habitación de mi padre. Tiene la espalda apoyada en el respaldo de la cama, habla solo y me mira.

—Vino a verme Susana de vuelta —los ruidos en la cocina continúan y entorno su puerta—. Esperá. A ella le molesta que estés en la cama de su hijo. Me dice que hay que hacer algo.

—¿Algo como qué, papá?

Me indica con la cabeza que de momento le cuesta hablar. Camino a la cocina y prendo la luz. Escucho corridas del otro lado de la ventana y los arbustos se sacuden. Llamo a la policía y les comento lo que pasa. Recorren el patio y verifican las ventanas, me dicen que están recibiendo muchas denuncias por una ola de robos en la zona, que más allá de las vías se consolidó un asentamiento de gente delincuente. La mujer policía me parece hermosa, tiene cara de cansada y un rodete tirante que da la sensación que le mantiene los ojos abiertos.

V

—Siento su olor —me dice papá en la cena, mientras corta un tomate.

—¿El olor a tomate?

—El de Susana —contesta—. La verdad es que aparece todas las noches y quiere conversar, a veces yo no quiero, pero ella está.
—Vos sabés que murió, ¿no?

—Claro que lo sé, cómo no lo voy a saber si yo fui al entierro. Prométeme una cosa, Juan, hacé algo antes de que me vuelva completamente loco, ¿podrás hacerlo?

Niego con la cabeza, me duele que me haya confundido con Juan. Se pone de pie y su silla se cae, vuelvo a notar lo alto que es. Las aspas del ventilador de techo lo coronan y parece un rey destronado.

—Sos una basura —me grita y le pega a la mesa, después se va.

Si la basura es Juan o soy yo, me importa poco. Su grito es el que me lastima y dejo la comida sin probar. Voy a la habitación y me tiro en la cama. Tengo ganas de llamarle a Juan o a Clara y decirles que el tiempo se acabó, que me voy. Escucho movimientos en la casa, muebles que se corren, puertas que se abren y se cierran. Me da lo mismo si es mi padre o son ladrones. Pienso en la mujer policía y en las ganas de que venga a esta casa. Desarmarle el rodete, que cierre los ojos y encajar nuestros cuerpos en este colchón de una plaza.

A la mañana encuentro un mueble de algarrobo tapando la puerta que sale a la calle. Intento correrlo y apenas se mueve.

—Fue Susana —dice mi padre que aparece detrás de mí, en calzoncillos —. Ella nos quiere encerrados acá. ¿Vos también sentís su olor?

VI

Es de noche y jugamos al family game, al Tetris. Jamás me dejó ganar a nada y veo que está a punto de perder y se me acelera el corazón. Tiene un cigarrillo enganchado en los labios, la ceniza le cuelga y está sentado en el borde del sillón, mueve la pierna. Sus fichas se amontonan y antes de perder se levanta de la silla y tira el televisor al piso. Explota. Una luz azul intermitente que sale de la pantalla ilumina los vidrios que están en el suelo.

—¿Qué te pasa? —le grito.

Se arrodilla en el suelo y se larga a llorar. Junta los pedazos de vidrio y los quiere poner en su lugar, las lágrimas que salen de sus ojos recorren sus arrugas y caen al piso.

—Extraño a Susana —dice y levanta la cabeza, parece un niño desilusionado.

Me arrodillo a su lado y lo abrazo. Aprieta su cabeza en mi pecho y empieza a calmarse. Lo acompaño a la habitación, le doy la medicación y me acuesto a su lado hasta que se duerme. Le acaricio la cara, está mal afeitado y me raspa, me queda en los dedos esa aspereza.

Le llamo a Clara y le digo que me voy de la casa. Intenta decirme algo, convencerme de que me quede, pero le corto.

Se terminó el juego.

Camino dos cuadras a la parada de colectivo y lo espero. Por la esquina dobla un móvil de la policía. Me subo al colectivo y me siento al fondo. Al pasar por la casa de mi padre cierro los ojos, como los cerraba de niño cuando esperando en la vereda mamá se asomaba por la puerta de casa y decía que acababa de llamar mi padre para avisar que no iba a pasar a buscarme. Y me quedaba ahí, sentado, mirando una calle vacía.

 

Gustavo Oña

(Córdoba, 1980) Psicólogo. Publicó el libro de cuentos Sábado de baile y soledades (Ediciones del Boulevard, 2011), Contame una novela o te mato (A.T.E.O, 2013), Casting (Ediciones del Boulevard, 2015) y Constelaciones (Recovecos 2017), libro finalista del Premio Literario de Provincia de Córdoba.

Los cuentos de Gustavo Oña se caracterizan por una narración realista, cotidiana, que siempre se detiene momentos antes de la definición o el cambio. Son retratos de lo que podría ser un día cualquiera en la vida de cualquiera pero que sin embargo alcanzan a encuadrar todos los detalles necesarios de manera tal que, prestando atención, pueden apreciarse las vidas completas de los personajes en el momento de mayor tensión. Tetris es un relato sobre la decrepitud, no solo física, sino afectiva en el marco de una familia constituida por distancias y soledades.

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