Sophia, el pato y la oveja

Lecturas de viernes | Por Darío Sandrone 

Sophia, el pato y la oveja

(Cualquier parecido con la realidad, no es mera coincidencia)

Hace dos semanas se cumplieron 24 años de la presentación en sociedad de la oveja Dolly, el primer mamífero clonado de la historia, experimento que llevaron adelante en el más absoluto secreto los científicos del Instituto Roslin de Edimburgo. La polémica y la infinidad de debates éticos que proliferaron en aquel momento en los medios y foros internacionales parecen haber perdido su fuerza. Es posible que, entre otras cosas, el tsunami digital que vino después haya corrido el eje del interés público hacia los peligros de la Inteligencia Artificial (IA) y los datos informáticos masivos. Pero en aquel momento, la clonación estaba en la picota. Tal es así que, en 1998, un año después del anuncio, un grupo de activistas intentó secuestrar a Dolly, pero cuando se encontraban frente al rebaño sucedió algo absolutamente predecible: no pudieron distinguirla. Si para diferenciar una oveja entre otras hay que ser un experto, para identificar una copia genética hay que ser un adivino. Hoy, Dolly (o alguna igual a ella) pasa sus días embalsamada en el Museo Real de Escocia. Convengamos que, por el mismo motivo que fallaron los secuestradores, no tiene mucho sentido viajar para verla.

El Arca de Noé, bajo cero

El asunto de la clonación despierta pocas pasiones hoy. Por tomar un ejemplo: días pasados, salvo alguna nota aislada, pasó desapercibido un hecho que veinte años atrás hubiera sido portada de varios diarios. Estados Unidos, por primera vez, ha clonado un ejemplar de una especie autóctona en peligro de extinción: el hurón de patas negras. 

Elizabeth Ann”, tal es el nombre de este bello animalito, presenta una novedad con respecto a Dolly, puesto que fue clonada a partir de un grupo de células que habían sido congeladas 30 años atrás. Según contaron los científicos del San Diego Zoo Global, esta especie se creía extinta, pero en 1981 un granjero de Wyoming descubrió una pequeña población de siete especímenes en sus tierras. De ese grupo, y de las crías que se han podido obtener, pende la especie desde aquel entonces. No obstante, cuando en 1988 se construyó un zoológico congelado” en San Diego, mucho antes de que los escoceses dieran los primeros pasos en perfeccionar la técnica de la clonación en animales, los científicos enviaron a ese lugar, por las dudas, algunas células de un hurón de patas negras, a partir de las cuales ahora ha surgido un nuevo ser en el laboratorio. Como recordará el lector, en el cine ya hay un antecedente similar con dinosaurios. 

El conducto conocido 

Sin dudas, la clonación biológica ha sido uno de los métodos más eficaces desarrollados por los seres humanos para realizar copias de otros vivientes, a pesar de que no es el más antiguo. En el siglo XVIII, cuando aún la biología no era una ciencia capaz de encauzar, con fines prácticos, las fuerzas de la vida, la construcción de autómatas se presentaba como una estrategia más viable. El primer episodio (que para esa época significó un escándalo similar al de Dolly en el siglo XX) fue el que protagonizó Jacques Vaucanson, un relojero e inventor francés, que dio rienda suelta a su fascinación por los mecanismos sofisticados y en 1738 presentó en sociedad a su más perfecta creación: un pato mecánico. Ese mismo año, en una carta al abad De Fontaine, decía: No creo que los anatomistas puedan echar nada de menos a la construcción de las alas de mi pato. No solo he imitado cada uno de los huesos sino también la apófisis o abultamiento de cada hueso, todo se ha imitado con precisión, así como las articulaciones”.

Pero lo que hizo famoso al pato de Vaucanson no fueron sus alas, sino algunos detalles escatológicos de su funcionamiento. A propósito, el inventor decía al abad: He reproducido el mecanismo de los intestinos que se utilizan en las operaciones de beber, comer y digerir… El pato alarga el cuello para tomar maíz de la mano de quien se lo ofrezca, lo traga, lo digiere y lo expulsa ya digerido por el conducto conocido”. 

El mundo de Sofía

Desde luego, no solo los animales han sido objeto de copia. Los mitos sobre humanos artificiales (clonados o construidos) son numerosos y antiguos, comenzando por la creación de Eva a partir de la costilla de Adán. Quedémonos, sin embargo, en uno de los proyectos más recientes, que se ha hecho conocido a fuerza de una gran maquinaria marketinera de la firma Hanson Robotics, cuyo principal producto es Sophia. Sophia”, ginoide (nombre más adecuado que androide”, reservado para los robots con aspecto masculino) se ha presentado al público como una copia fiel de una mujer. Por un lado, su rostro acuñado con silicona especial (patentada, desde luego), le permite imitar más de 60 gestos humanos. Por el otro, su inteligencia artificial (también patentada) le permite elaborar algunas respuestas improvisadas que recrean una conversación, más o menos rústica. Se retoma con ello la vieja tradición de Vaucanson, que hace de las imitaciones autómatas un número de feria, y que, en nuestras épocas, encuentran su centro en las apariciones públicas y entrevistas televisivas de las que Sophia suele salir, nobleza obliga, más airosa que muchos entrevistados humanos. Sin embargo, el hecho que le ha dado fama mundial, hablando de marketing, fue que en el 2017 se le otorgó la ciudadanía en Arabia Saudita, con DNI incluido. En su discurso, notablemente emocionada, dijo sentirse orgullosa y honrada, y añadió: Quiero vivir y trabajar con humanos, por lo que necesito expresar emociones para comunicarme con ellos y ganarme su confianza”. En aquel momento, el portal de la BBC tituló, con buen tino: Sophia, la robot que tiene más derechos que las mujeres en Arabia Saudita”.

¿Qué se esconde tras ese afán duplicador de los seres humanos? ¿Qué misterios encierra el acto de copiar? ¿Qué vínculos establece con el tiempo, el devenir y la eternidad? ¿A qué poderes evoca? ¿Qué peligros trae consigo o qué clase de salvación? Son sólo algunas de las preguntas que podemos hacernos sobre este asunto, a riesgo de no ser para nada  originales.

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