Ruido y control

Lecturas de viernes | Por Leandro Calle

Ruido y control

Ku dice que me trae un regalo que me va a gustar. Al principio parece no querer decírmelo, pero insisto a través del celular. Tapones de siliconas para los oídos, escucho que dice Ku, y se ríe. 

Es que desde el comienzo de la pandemia -y confinamiento mediante- dos bares de la esquina del barrio céntrico, en donde vivo desde hace ya 20 años, han decidido pasar del modo bar al modo boliche, o bar con espectáculo”. Uno de ellos en una terraza sin ningún tipo de insonorización. Antes de llegar a convertirme en el sujeto de Un día de furia”, opté por lo que usualmente tendríamos que optar como ciudadanos: el dialogo. Así que busqué el teléfono del lugar y hablé con el dueño. El tema en cuestión era que los martes, los miércoles, es decir cualquier día, el altísimo sonido estaba prácticamente adentro de mi casa. Comenzaba la música a la nochecita y se estiraba, al principio de la pandemia, hasta la 01:00 de la madrugada, hoy han obtenido permiso municipal para seguir hasta las 03:00 (que nunca son las 03:00, por cierto). 

No sé todavía cómo, ni por qué, chat mediante con el dueño, los mensajes fueron convirtiéndose en un dialogo chicanero, incluso hasta con concesiones” de los dos lados, más del mío, lamentablemente. Confieso que, por momentos, cuando daba vueltas con mi cabeza en la almohada un martes a las 02:30 de la mañana, me imaginaba exactamente igual que Jack Nicholson (sin su talento, claro) en El resplandor”, persiguiendo a su familia con un hacha. Bueno, un barrio debería ser también como una familia, o al menos uno trata de que existan ciertas solidaridades; de no existir ellas, al menos el saludo de buen día, buenas tardes, como para no ser abducidos por la matrix citadina. 

Algunos reclamos a la Municipalidad lograron un efímero control, y alguna vez un llamado de otros vecinos a la Policía, cuando, en pleno espectáculo cuartetero, el cantante homenajeaba a alguien cantando el cumpleaños feliz a los gritos. El problema, sobre todo, era que desafinaba mucho, demasiado. Pienso en los tapones de siliconas que Ku me trae este fin de semana y me parecen de un sentido común extraordinario. Aunque, al mismo tiempo, voy pensando en la incapacidad de escucharnos unos a otros que tenemos como sociedad. 

¿Quién era aquel que sostenía que vamos hacia una sociedad de control? Ah, sí, el filósofo francés (claro que inspirado en Burroughs, ¿no?) Me llamó mucho la atención que cuando les conté por teléfono a algunos amigos y amigas acerca del suceso que me aquejaba, un gran número de personas reaccionaron de manera violenta en su decir: denuncialo, ponele una denuncia, hacelo pedazos. La palabra denuncia” sonaba muy a lo que, en mi generación, se entendía por botonear”, aunque el reclamo fuese justo. ¿No hay posibilidades acaso de sentarse a hablar, de llegar a un acuerdo lógico de partes? Parecería que no. Hace dos días que no duermo”, me dice una anciana de mi edificio. ¿Vio usted el bochinche de anoche?” Le respondo que sí, con la voz asordinada por el uso del barbijo, y salgo a hacer las compras. 

Todos fuimos jóvenes, me digo, de boliche en boliche me gusta la noche me gusta el bochinche”. Pero inmediatamente pienso en que la juventud no tiene mucho que ver en todo esto. Se huele (sí: se huele) un paulatino crecimiento de microfascismos, de autoritarismos, de los cuales ya hemos tenido noticias en el siglo XX. Volverán las oscuras golondrinas, y créanme que no serán las dulces y nostálgicas de Bécquer, sino unos pájaros más bien tirando a cuervos, que lo primero que se comerán será nuestros ojos.  

Que somos una sociedad que no dialoga es muy fácil de comprobar. Tampoco dialogan nuestros ediles y legisladores. Hablar, hablan; pero no se escuchan. Me pregunto si Ku, en su corazón generoso, habrá repartido tapones de siliconas en algunos organismos provinciales y nacionales. Porque el discurso lo tienen, pero escuchar y escucharse no se escuchan. 

Mi amigo y crítico literario ítalo portugués, que se le da por aparecer en estos momentos (también a las 02:00 de la mañana desde Brasil) dice sin dudar: es la utilización espuria de la palabra”. Como sé que le gustan los juegos lingüísticos, le pregunto: espurio ¿en sentido de bastardo o en sentido de falso? De darwinismo social”, escucho del otro lado del teléfono, salvate como puedas, gil”, y corta. Rolando es así.

Ya van a hacer las 10:00 de la noche. Ku no llega y la música comienza a aumentar su volumen. No se puede uno concentrar en casi nada. Voy a la cocina y preparo algo. Cuando llega Ku con los tapones de glicerina me los pruebo. Escucho de manera muy lejana la música. No hay peor sordo que el que no quiere oír, pienso. Escucho también mi propia respiración. Mis ruidos interiores. Ruido y control. Y también esas voces sin sonidos que surgen en el interior. Denunciá, denunciá” me gritan algunos fantasmas con caras que conozco muy bien. A mí me gustaría charlar, digo en voz alta. Ku, me mira porque no entiende de qué hablo. ¿Qué dijiste?, me dice. Que el regalo es hermoso, le digo. Que la vida es hermosa.

A la noche, la música está al palo. Me recuesto y muerdo entre dientes un tango de Discépolo. No escucharnos es también una manera de matarse. Me clavo hasta el tímpano los tapones de silicona mientras canturreo: Cachá el bufoso y chau, vamo a dormir”. 

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