Conjetura sobre un diálogo

Por Diego Tatian

Conjetura sobre un diálogo

Aunque inaprensible, el nombre del capitán sir Richard Francis Burton no nos resulta desconocido. Borges le dedica un importante ensayo como traductor de Las mil y una noches” en Historia de la eternidad”, y lo menciona muchísimas veces: en Historia universal de la infamia”, en Otras Inquisiciones”, en algunos relatos como En busca de Averroes” o El aleph”, y en otras páginas de su obra. También en la conferencia de Siete noches” sobre Las mil y una noches” (o, como quiere Burton Libro de las mil noches y una noche”).

Explorador, aventurero, esgrimista, antropólogo, lingüista, traductor, espía de la corona, soldado, poeta, miembro del Foreign Office, políglota (dominaba 29 idiomas, entre los que el indostaní, el árabe, el sánscrito, el persa), Burton había nacido en Hertfordshire, Inglaterra, en 1821. Tras un breve tiempo de estudios en Oxford se alistó en el ejército británico que ocupaba las Indias Orientales, donde vivió siete años. Gracias a su perfecto manejo de la lengua local, se hacía pasar por nativo y recababa información para la causa imperial. Tras esa experiencia escribió Goa y las montañas azules” (1951), el primero de muchos libros de viaje y traducciones (entre las cuales el Kama Sutra”; Os Lusíadas” del poeta portugués Luis de Camões, y un antiguo clásico del erotismo árabe, El jardín perfumado”). Su obra abarca 72 volúmenes.

En 1853 peregrinó por Arabia y visitó Medina y La Meca, disfrazado y poniendo en riesgo su vida, dado que eran ciudades prohibidas para los no islamitas. El relato de esa aventura consta en el libro Mi peregrinación a Medina y a La Meca” (1855). Poco tiempo después viajó por Somalía, descubrió el lago Tanganica, y en 1856 integró una expedición para descubrir las fuentes del Nilo.

Sobre la aventura africana escribió varios volúmenes, entre ellos Vagabundeos por el oeste de África” (1863). Mientras tanto, experimentó con alucinógenos, se interesó por la cábala, el sufismo, el ocultismo, el esoterismo oriental y occidental, y la alquimia.

Tras su regreso de África fue designado cónsul en Rio de Janeiro por el servicio diplomático inglés. Al concluir su misión emprendió una nueva aventura hacia el Río de la Plata, en 1868, y se interesó por algunos de los sitios en los que se libraba la Guerra de la Triple Alianza. Como había sucedido en todos sus viajes anteriores, también luego de este escribió un libro, Cartas desde los campos de batalla del Paraguay”, publicado en Londres en 1870. Allí cuenta que en Buenos Aires el presidente Domingo Sarmiento (el loco Sarmiento”) le obsequió una edición francesa del Facundo”, con esta dedicatoria, escrita también en francés: Al Capitán Burton, viajero en el camino, D. F. Sarmiento, viajero en reposo”.

De ese libro -donde no oculta sus simpatías por el bando paraguayo-, nos interesa un escueto pasaje en la página 414 de la edición londinense, en el que dice: En tanto, Mr. William C. Maxwell y yo deambulamos hacia Córdoba, el ex seminario jesuítico, una de las ciudades más antiguas entre las dispersas con las que los españoles construyeron una especie de esqueleto de civilización”.

William Constable Maxwell era un amigo ocasional, que Burton había conocido en un viaje por el río Paraná. Luego atravesaron la sierra de San Luis, presenciaron un terrible terremoto que devastó la ciudad de Mendoza y cruzaron hacia Chile por el Paso de Uspallata.

Volvamos a Córdoba. Nada más sabemos del pasaje de Burton por ella. Solo que, en algún momento de 1868, su amigo y él deambularon hacia allí”. Quizá nada más nos sea dado saber. Ni qué hicieron, ni dónde se alojaron, ni qué encontraron en la ciudad. Cuando ello sucede y estamos irremisiblemente condenados a la ignorancia, solo nos queda practicar la conjetura. O una plausible ficción. Comenzamos con ella desde aquí.

En su libro de conferencias Psicoanálisis del Conde de Lautréamont”, Enrique Pichon Rivière refiere que Rafael Lozada Llanes, viudo de Amelia Ducasse -sobrina de Isidore, mundialmente conocido como el Conde de Lautréamont- le confió que Isidore había estado en Córdoba… en 1868. Cito textual el pasaje de Pichon (pág. 37): Durante la última entrevista que tuve con Lozada Llanes me relató, ya en tren de confidencias, que Isidore visitó a sus parientes de Córdoba alrededor del año 1868 y que había llevado los originales de Los Cantos de Maldoror para leérselos.

Parece que la lectura produjo una gran indignación y fue tal la gravedad del caso que se consultó al confesor de la familia. Lozada Llanes añadió que los originales habían ido a parar a la Iglesia de Santo Domingo y que posiblemente fueron quemados”.

Al igual que Ricardo Piglia columbra un encuentro entre Macedonio Fernández y Marcel Duchamp en 1918 en el Café Tortoni de Buenos Aires; al igual que el poeta cubano Luis Rogelio Nogueras (Wichy, El Rojo) lucubra un encuentro de Rimbaud y Marx en un bar de Londres (Jean Nicolas Arthur Rimbaud/ y Karl Heinrich Marx/ se han vuelto a encontrar este verano en Londres,/ en el mismo café donde una noche de 1873/ se cruzaron,/ acaso tropezaron y siguieron de largo,/ demasiado ocupados como iban”), imaginemos ahora la posible escena de una increíble coincidencia: sir Richard Burton y el Conde de Lautréamont se apostaron en uno de los pocos bares que existían en Córdoba en 1868, y allí, aquí, conversaron largamente sobre poesía o sobre el Kamasutra”, o sobre el carácter tan extraño de la ciudad a la que el destino los había conducido. Después salieron a la noche intensa de diciembre, tal vez extendieron todavía un poco la conversación bajo el canto unísono de las ranas junto al río que atraviesa la ciudad, se despidieron ya entrada la madrugada y cada cual siguió su camino.

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