El viajero cautivo

Por Manuel Esnaola

El viajero cautivo

Uno

El hombre que ha golpeado el portón del viejo hospital de Saint-André, en la ciudad de Burdeos, las ropas andrajosas y el cuerpo desvalido, el hombre que se presenta aquella tarde, carente de toda fuerza y esperanza, frente al joven psiquiatra Philippe Tissié, se llama Albert Dadas. Al son de un tartamudeo apresurado, Dadas alega haber recorrido, sin enterarse -como en un arrebato de conciencia, demente, senil- gran parte de Europa y el norte de África. A veces me despierto en una habitación y cuando me he repuesto y voy a salir -dice-, la puerta está cerrada con llave y entonces me doy cuenta que estoy en la cárcel. Casi siempre mi interlocutor habla en una lengua que desconozco.

Albert Dadas nació en Burdeos en 1860. Cuando tenía doce años, como si el espíritu atroz de un vendedor ambulante lo hubiera poseído, fue encontrado por su hermano vendiendo paraguas en el centro de la ciudad. Cuando su hermano lo tomó del brazo y se lo llevó a la fuerza, un vendedor gritaba desde lejos que lo habían contratado y que aún no había terminado su jornada. El niño, ausente, no recordaba nada.

De joven desertó dos veces del ejército francés, siempre en esos lapsus errantes. La primera vez se le perdonó; la segunda le valió la cárcel en Argelia. Había estado acuartelado en Mulhouse y, según se dice, desapareció una noche y se fue, a pie, hasta la ciudad de Liège. Era capaz de recorrer más de 70 kilómetros diarios, completamente ausente y sin saber muy bien hacia dónde se dirigía. Algún militar de aquel regimiento 27 de infantería, diría, de él, que en los únicos momentos en que se comportaba era en las marchas. Era indudable que el inconsciente de Dadas tenía una inexplicable propensión a andar.

Albert Dadas trabajaba en la compañía de gas de Burdeos. Era un hombre cumplidor, nunca se inclinaba a la bebida, discreto, respetuoso, de vida reposada y que nunca frecuentaba antros ni prostíbulos. Más de una vez sus compañeros acusaban no haberlo visto aparecer durante semanas. En esos trances, Dadas, un poco a pie, un poco en tren y a veces hasta embarcado, llegó -entre sus destinos más conocidos- a Lyon, Marsella, Nantes, París, Argelia, Polonia y Rusia. Allí caminaba absorto, dormía en la calle o en lugares de mala muerte. El doctor Tissié, luego de sus largas sesiones de hipnosis, donde Dadas le relataba con lujo de detalle las peripecias de sus paseos, llamaba a los cónsules de aquellos países para constatar que el viajero alienado efectivamente había estado allí. Generalmente los consulados se encargaban de darle dinero y devolverlo a su ciudad natal. Dadas volvía extenuado, desconsolado y sin pasaportes ni papeles, que había perdido quién sabe dónde.

Dos

El 13 de marzo de 1881, el zar Alejandro II es asesinado en San Petersburgo por un revolucionario ruso. Algún tiempo después, en las gélidas calles de Moscú, los soldados del imperio aprehenden a un hombre indocumentado que habla en francés y no sabe muy bien qué hace allí. Luego del atentado contra el zar, el ánimo reinante en la Madre Rusia no es el mejor y el hombre es considerado como sospechoso de terrorismo: se da orden de enviarlo a Siberia. Ese hombre es Albert Dadas, y otra vez es un cónsul francés quien rescata de tan temible destino al viajero patológico. Dadas vuelve a Burdeos, a su insoslayable segunda casa, en el corazón del hospital de Saint-André.

Todo gran relato, como la vida misma, necesita de otro para existir. Y acaso la historia de Dadas existe y perdura hasta nuestros días, debido a la escucha activa y a la tesis que su psiquiatra, el doctor Philippe Tissié, escribió en 1887, y que se convirtió en uno de los primeros tratados médicos de la psiquiatría moderna: Les Aliénés Voyageurs: Essai Médico-Psychologique”.

En aquellas interminables sesiones de hipnosis, Tissié escucha con devoción los relatos de su paciente y toma nota. Albert Dadas se acuerda perfectamente de todo cuanto ha visto. Describe lugares, monumentos, a veces hasta de forma enciclopédica, con un verdadero sentido de la anécdota y la cartografía. Situación que Tissié aprecia con especial devoción, ya que en cierto modo ese relato le permite viajar a él también, porque el joven psiquiatra es un amante de los viajes, y siente que se ha pasado la vida enclaustrado en aquella clínica.

Tres

Albert Dadas muere en el Hotel-Dieu, en París, el 28 de noviembre de 1907. Semanas antes, había hecho una última visita a Tissié, en su casa de Pau, en el extremo norte de los Pirineos. En su desorientada vida, Dadas se casó y hasta tuvo una hija. Luego de enviudar, confió la crianza de Marguerite-Gabrielle a un matrimonio amigo de hortelanos. La niña, que sería aprendiz de costurera, desapareció un buen día y nunca más se volvió a saber de ella.

A pesar de que en algún momento del tratamiento su doctor creyó haberlo curado, lo cierto es que Albert Dadas nunca dejó de ausentarse por tiempos prolongados, en ese estado de trance y frenesí donde recorría cientos de kilómetros sin recordar absolutamente nada.

Philippe Tissié, como los iluminados y los poetas, pertenecía a aquella estirpe que todavía se inclinaba por inventarle nombres a las cosas. En su último diagnóstico clasifica a su paciente como histérico sonámbulo diurno, perteneciente a la clase de los cautivos”. Un hombre prisionero del viaje, cautivo de la idea del viaje, seducido siempre por lo que está lejos. También lo llama judío errante moderno”, completamente dominado por una orden interior que dice: ¡camina!”.

Albert Dadas fue el primer fuguista patológico, diagnosticado y analizado de la historia. En Francia llamaron a esta patología como dromomanía, en Alemania síndrome de Wandertrieb, en Italia il determinismo ambulatorio”.

Lo cierto es que el tiempo va pasando y en su erosión casi todo se diluye. Pero siempre hay algo que sobrevive: una metáfora, una palabra. Albert Dadás vive en aquellas páginas que Tissié escribió casi con euforia, como si se tratara de un poema. Hay quien dice que aún hoy, en los andenes desolados de Burdeos, a veces se ve a un hombre caminar a la vera de las vías. Es el viajero cautivo, eternamente cautivo, de su último viaje, que nunca es el último.

Salir de la versión móvil