El rey y el día del juicio final

Por Roy Rodríguez

El rey y el día del juicio final

Los habitantes de la isla de Martinica lo olvidaron casi por completo, sin embargo, un día de 1792 el Monte Pelée entró en erupción. Y la lava bajó por las laderas dejando solo muerte. Martinica era colonia francesa. Y mientras la piedra incandescente arrasaba los campos de cáñamo y azúcar, en París, Luis Augusto de Francia, coronado rey como Luis XVI, era detenido. Lo esperaba la guillotina. Nuevos ciudadanos proclamaban al fuego de la historia las ideas de libertad, igualdad y fraternidad.

Las crónicas dicen que los habitantes de Martinica olvidaron el rugido del volcán y su erupción. Y quizás hayan pasado décadas hasta que se enteraran de la muerte del último rey de Francia.

Luis XVI, que había llegado al trono casi sin querer, el hombre de carácter débil encontró la muerte luego de dedicar buena parte de su vida a pasatiempos mundanos: la carpintería, la caza y la creación de cerraduras.

En 1902, en el Caribe, quizás sean pocos los que recuerden a un rey llamado Luis Augusto de Francia al que le cortaron la cabeza con el nombre de Luis Capet, por negarse a enviar tropas a la guerra con Austria.

Saint Pierre es aún la capital de Martinica esa mañana del 8 de mayo. El sol azota las espaldas de los hombres negros en los campos de azúcar y cáñamo. Luis Augusto es ahora uno de ellos.

Está encerrado en una celda oscura de la cárcel de Martinica. Apenas una pequeña ventana le deja ver las laderas del Monte Pelée. Entonces la tierra tiembla. Y las cerraduras resisten. Y, a las explosiones infernales, le sigue la lava olvidada. La cerradura resiste. Todo es fuego. Se incendian Incluso los barcos anclados en el puerto.

Luis Augusto Cyparis (¿de París?), así su nombre, se arrodilla, dentro de la pequeña celda con forma de tumba. Arena ardiente cubre las paredes. La lava penetra por una fisura del techo. Se recuesta. Todo su cuerpo es una llaga, aunque sus humildes ropas permanecen intactas. Lo encontrarán cuatro días después. Será el único grito en un silencio aterrador.

Los cronistas escribirán que el hombre estaba encerrado en una celda de castigo donde no llegaba la luz. Al parecer, Cyparis, en un día de libertad condicional, evadió a su custodia y pasó una semana en las fiestas patronales de su pueblo natal: Le Precheur (El predicador). El día anterior a la erupción volvió a la cárcel por sus propios medios. Lo enviaron al espacio más oscuro.

Luis Augusto Cyparis (¿de Paris?) fue uno de los dos sobrevivientes. En Saint Pierre murieron 30.000 personas. La justicia de los hombres decidió perdonarlo una vez que sus heridas sanaron.

Entonces cambió su nombre y se embarcó hacia los Estados Unidos.

Sus cicatrices, negras, su piel quemada por la lava del volcán, lo convirtieron en una de las atracciones del mayor circo de la historia estadounidense: el Ringling Brothers and Barnum & Bailey.

Entre mujeres barbudas, enanos y deformidades de toda laya, Ludger Sylbaris recorrió el país del norte: lo presentaban como El hombre que sobrevivió al día del juicio final”; viajaba arrumbado entre jaulas de tigres y leones.

Una civilización que se muestra incapaz de resolver los problemas que suscita su funcionamiento es una civilización decadente. Una civilización que le hace trampas a sus principios es una civilización moribunda”, escribe Aimé Césaire en su Discurso contra el colonialismo. Césaire había nacido en Martinica cuando las huellas de la erupción de 1902 estaban candentes. Fue de los primeros negros de la isla en aprender a leer y escribir; se convertiría en uno de los líderes del movimiento de la Negritud. Su obra y compromiso hicieron que el filósofo Jean Paul Sartre lo considerara el mayor poeta francés de la actualidad”. Era a mediados del siglo XX. A esa altura Luis Augusto Cyparis y sus cicatrices habían dejado este mundo. En las ruinas de Saint Pierre, su celda resiste. Se parece demasiado a una tumba.

La Negritud es un movimiento opuesto al desprecio del blanco, y se ha revelado en ciertos sectores como la única herramienta capaz de suprimir prohibiciones y maldiciones. Los cantores de la negritud opusieron la vieja Europa a la joven África, la razón fatigosa a la poesía, la lógica opresiva a la naturaleza piafante; por un lado rigidez, ceremonia, protocolo, escepticismo, por el otro ingenuidad, petulancia, libertad, hasta exuberancia”, escribió Frantz Fanon, discípulo y compañero de Césaire, en Los condenados de la tierra”. La lucha contra el colonialismo tenía otra mirada.

El Ringling Brothers and Barnum & Bailey Circus dejó los caminos en 2017. Y si bien desde 1902 la lava no volvió a emerger del Mont Pelée, cada tanto una incandescencia parece fluir por las calles de Paris. En 2005 y 2011 fueron los jóvenes negros, quemando coches. Después, los chalecos amarillos. Hay algo en la memoria de los pueblos, algo que intenta persistir contra todo olvido: libertad, igualdad y fraternidad. Y cuerpos que resisten. Incluso al día del juicio final.

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