Un poema, un traductor, una colección y una librería

Por Diego Tatian

Un poema, un traductor, una colección y una librería

El Dr. Samuel Johnson designó con la palabra metafísicos” a un conjunto de poetas que integraron un movimiento lírico del siglo XVII, cuyo representante más destacado fue John Donne (1572-1631). Publicados póstumos -probablemente escritos entre 1609 y 1610-, Donne escribió diecinueve sonetos que se conocen como Sonetos sacros”. Entre ellos uno, impresionante, en el que desafía a la muerte y le vaticina la derrota. Los estudiosos han creído hallar en él vestigios del Libro del Apocalipsis, de la Carta a los Corintios y otros pasajes de las Escrituras. La fecundidad de su influjo a través de los siglos se extiende hasta el poema Y la muerte no tendrá dominio”, del escritor norteamericano Dylan Thomas, o la adaptación musical del soneto de Donne por el compositor británico Benjamin Britten, en 1945, tras tomar conocimiento de la muerte masiva en los campos de concentración durante la guerra. 

    En 1961, una antología cordobesa de Los poetas metafísicos ingleses del siglo XVII” incluía ese soneto, en versión de Enrique Caracciolo Trejo, quien firma el prólogo que acompaña la edición en Villa Allende, noviembre de 1960”. De él sabemos que tradujo también a Yeats, a Blake, que publicó un ensayo sobre Hawthorne, Melville y el pasado puritano” en la revista de la UNC, un libro sobre Vicente Huidobro y la vanguardia, y un volumen de ensayos sobre poetas latinoamericanos llamado Travesías”. 

La antología de poetas metafísicos formaba parte de la colección La campana de fuego”, dirigida por Alfredo Terzaga para la Editorial Assandri, que comenzó en 1951 con una edición de la Iluminaciones”, de Rimbaud, se extendió hasta mitad de los años 60 e incluyó a Novalis, Hölderlin, Rilke, Blake, Apollinaire, George; con traducciones y estudios del propio Terzaga, de José Vicente Álvarez y de Carlos Fantini, además de Caracciolo. Ediciones de una gran belleza y sobriedad, que incluían retratos de los poetas, manuscritos y fotografías diversas en papel ilustración, una tipografía delicada y una muy cuidada composición de página. 

Ediciones Assandri pertenecía a la Librería que don José Assandri había fundado en los años 30, localizada primero en Avenida Colón 63 y luego en Deán Funes 61, hasta que cerró -según creo recordar, aunque sin ninguna certeza- hacia finales de los años 80. Allí publicó Daniel Moyano su primer libro de cuentos en 1960, Artista de variedades”, como resultado de un concurso organizado por la librería-editorial en el que el primer premio quedó desierto, el segundo fue para Moyano, el tercero para Esteban Estrabou, y la mención especial para Glauce Baldovin.

El soneto que vincula un poeta del siglo XVII, un traductor argentino de literatura en lengua inglesa, una colección de poesía que dejó una profunda marca en la memoria cultural de la ciudad y una vieja librería de Córdoba, es este: Muerte, no te envanezcas, aunque te hayan llamado/ Poderosa y temible, porque no eres así,/ Ya que aquéllos a quienes tú los crees abatidos,/ No mueren, pobre muerte; ni a mí puedes matarme./ Del descanso y del sueño, que son imagen tuya,/ Fluye mucho placer; tú más nos puedes dar;/ Muy pronto nuestros hombres mejores van contigo,/ Descanso de sus huesos, libertad de las almas./ Esclava del destino, del azar, de los reyes, de los desesperados,/ Habitas con la guerra, el veneno y el mal;/ Y pueden la amapola y la magia dormirnos/ Aún mejor que tu golpe. ¿Y por qué te envaneces?/ Pasado un breve sueño, despertamos eternos,/ Y no habrá ya más muerte; tú morirás, ¡oh muerte!”. 

En un estudio reciente, la profesora Ángeles García Calderón, de la Universidad de Córdoba (España), sostuvo que la versión castellana de la obra poética de John Donne por Caracciolo Trejo adolece de inexactitudes, errores de comprensión y la falta de métrica. Es muy posible que así sea, y se trate de traducciones que no resisten los cánones de la filología académica actual –más aún luego de transcurridos sesenta años desde que fueron realizadas. Sin embargo, hay algo en esa fragilidad y en esa caducidad de las obras -en este caso la traducción de un poema antiguo- que reviste mucho interés. 

Esa versión cordobesa de un soneto inglés del siglo XVII, en efecto, se abre paso con todas sus eventuales inexactitudes a través de las mutaciones, alteraciones y desvíos que sumen la transmisión cultural en el equívoco y la impureza, hasta llegar a nuestros días de peste y de muerte, para tocar nuestra sensibilidad de seres tan distintos y tan distantes con una vibración aún no desvanecida por el tiempo.

En su núcleo poético, el lenguaje ha sido desde siempre practicado por los hombres y las mujeres de todas las culturas para conjurar el miedo. Acaso esa necesidad de conjura haya sido uno de los motivos que explica su irrupción. La formación de una comunidad que busca amparo de la muerte (o del miedo a la muerte más bien), se produce a veces de manera misteriosa -a través de un poema, por ejemplo- que vincula personas de distintos continentes y ciudades, de distintos siglos y de distintas lenguas.

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