Interpretaciones de la lejana Copenhague

Por Roy Rodríguez

Interpretaciones de la lejana Copenhague

¿Es posible pensar en un territorio microscópico de la poesía? ¿Un espacio de significados que solo se construye en el acto de leer y que desaparece” al instante siguiente? Comenzar a escribir esta nota es crear un objeto llamado Copenhague, que acaso sea una ciudad, que posiblemente esté ubicada en el norte de un continente llamado Europa, cerca de uno de los polos de un planeta llamado Tierra. En esos lugares donde la aurora boreal hace desaparecer la oscuridad nació Tove Ditlevsen, que, de niña, soñaba con escribir poesía, pero por sobre todas las cosas esperaba escapar a su destino de mujer pobre. Lo demás es la explicación de Copenhague. Y un objeto ciudad que posiblemente exista. Y vuelva a desaparecer después de nombrarlo.
La Interpretación de Copenhague es un axioma de la física cuántica, por la cual Niels Bohr y otros científicos afirmaban que, a nivel atómico, una observación produce la propiedad observada”.

Bruce Rosenblum y Fred Kuttner afirman en El enigma cuántico, encuentros entre la física y la conciencia”, que no hay una interpretación de Copenhague oficial”. Sin embargo, en las observaciones, siempre el átomo estará en la caja que el observador espera. Es decir, si hay dos cajas, la pregunta definirá en que caja será observado el átomo. En definitiva, la pregunta construye la respuesta: el procedimiento de observación crea la historia del átomo (aparentemente hacia el pasado). Localizar el átomo en una caja implica que ha seguido una trayectoria única tras su encuentro previo con un espejo semitransparente. La interferencia establece que ha seguido ambas trayectorias”. Es decir, ha estado en ambas.

Simplificando: la física cuántica, que estudia los objetos en sus nanogeografías, en esos nanoespacios donde nuestros sentidos no llegan, dice que, allí, las leyes de Newton dejan de funcionar.
Albert Einstein confesó haber pensado mucho más en la física cuántica que en el desarrollo de su Teoría de la Relatividad. Y afirmaba que, en esos espacios donde la física newtoniana deja de regir, hay algo fantasmal”. Es como si dios estuviese jugando a los dados”.

Esos objetos que aparecen y desaparecen según la observación son, definitivamente, los que constituyen los grandes objetos. Esos que percibimos a diario. Millones de átomos de hierro constituyen una barra de hierro.

Dos ciudades

Haciendo equilibrio entre la filosofía y la física, la probabilidad y la realidad, Niels Bohr afirmaba, en su lejana Copenhague, que ahí, en la esencia de todo, algo aparece y desaparece: Lo opuesto de un enunciado correcto es un enunciado incorrecto, pero lo opuesto de una gran verdad puede ser otra gran verdad”. Todo se parecía demasiado a la poesía. Pero era física. Y complejas operaciones matemáticas la respaldaban cada afirmación. Mientras tanto, en esas calles de Copenhague Tove Ditlevsen comenzaba a escribir. Su luz aparecía, para desaparecer. Hasta que alguien leyera: No puedo:/ cocinar/ ir con sombrero /disfrutar de la gente /usar joyas /arreglar flores /recordar citas /agradecer regalos /dejar propinas /mantener un hombre /a mi lado /demostrar interés /en reuniones de padres. /No puedo dejar de: /fumar /beber /comer chocolate/ robar paraguas/ quedarme dormida/ olvidar recordar/ cumpleaños/ y limpiar mis uñas. /Decir lo que la gente / quiere oír/ gritar secretos/ amar/ lugares extraños/ y psicópatas.” (Traducción de Sofía Brucco).

Hay en la poesía de Ditlevsen objetos, microgeografías. Estaban ahí. Esperando. Y desparecen un momento después. Esperaron medio siglo, y transitan ahora el espacio tiempo traducidas el español. Como si el mensaje fuera un haz de luz, un átomo, que aparece entre cajas de palabras.

Lo más difícil de comprender en la física cuántica es la dualidad entre onda y partícula, explican explican Rosenblum y Kuttner.

Tove Ditlevsen hacia el final de su vida escribió la Trilogía de Copenhague”. Recorriendo el libro, a manera de cajas chinas, el lector encuentra una, dos o tres mujeres, hechas de la misma mujer: la niña inocente que soñaba escribir poemas. ¿Escribe o percibe esa mujer? ¿Ditlevsen, que murió por una sobredosis en 1976, es acaso otras mujeres, otros nombres? ¿Pizarnik? ¿Storni, quizás? Es su mirada la que ilumina la calle Istedgade, en el Vestebro, un barrio del oeste de Copenhague. Corre la niña después de robar chocolates. Y comprende que en el futuro deberá traicionar a esos obreros de su calle para contar la historia.

Contar la historia, única manera de sobrevivir. Al bajar por Vestebrogade a la tenue y nítida luz del sol, la gente me parecía libre y feliz. Una vez que superaban esa puerta cercana a Pile Allé, que a mí no tardaría en engullirme, sus andares se volvían ligeros y danzarines, y la dicha residía en algún punto más allá”. La Trilogía de Copenhague” trae la voz desconocida. Acaso la caja de necesidades de este tiempo la haya creado. Refulge, como si el lenguaje se convirtiera en luz; en partícula u onda; en energía que, en el momento de la lectura, puede con la materia y con el tiempo. Como si dios estuviese jugando a los dados.

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