Bristol y la arena de la historia

Por Roy Rodríguez

Bristol y la arena de la historia

Pedro Luro hablaba francés, la lengua con la que se escribía y discutía en el Salón Literario. Marcos Sastre, Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi o Bartolomé Mitre no se enteraron de su llegada, en 1837. En la librería del número 59 de la calle Victoria, comenzaban a pensar el futuro de una nación enclavada en el sur de América, que ya admiraba París y comerciaba con Londres. O más bien con Liverpool o Bristol.

Luro, el recién llegado, tenía instrucción escasa y 17 años. Es posible que ni siquiera hubiese escuchado hablar de Bristol, un puerto donde los traficantes de mano de obra esclava -proveniente de Europa, primero, y, de África después- se habían hecho tan ricos como lo sería él en apenas dos o tres décadas. Diré que los años de mi narración son los 183… de Cristo”, escribía Echeverría en El Matadero. Pedro Luro llegó a Barracas. Trabajó en un saladero.

Por entonces, la ciudad de Bristol, en Inglaterra, aun florecía. El comercio con las Antillas, y con el resto de las colonias inglesas, habían convertido una aldea en una gran ciudad. Cada tendero del puerto era dueño de algún buque de ultramar. Partían barcos hacia África; luego, con las bodegas llenas de esclavos viajaban al Caribe. Regresaban con oro y azúcar.

El tiempo de oro en Bristol comenzó con la figura del Indentured servants”. Miles de personas blancas migraron en condición de cuasi esclavos.

En su libro, Capitalismo y esclavitud”, Eric Williams explica que los primeros migrantes blancos partieron de Bristol como ciervos por contrato. Personas que perdían sus libertades individuales para servir a sus amos en América, las Antillas, Canadá o Australia. Su condición era la de un bien mueble en manos de su propietario”. En los puertos franceses usaban una figura similar: engagement”.

El francés Pedro Luro era un hombre libre en el Río de la Plata. Y para cuando Juan Manuel de Rosas cerró el Círculo Literario, él dejó el saladero para comprarse un carricoche, que ofició por un tiempo de taxi entre Monserrat y Barracas. Transportaba a sus antiguos compañeros. Y rumiaba las conversaciones de grandeza, pampa adentro, el cochero.

En la inmensidad de las imágenes de El Matadero”, se escondía, para Pedro Luro, la oportunidad de hacerse rico. No había leído. Mezclaba intuición con ambición. Pulperías y carretas. Hasta la costa del río Negro. Comerciando en el desierto. Cuando, a mediados de 1870, llegó a Laguna de los Padres, ya era uno de los grandes terratenientes de este país. Instaló otro saladero, primero.

Y es posible que la Laguna se haya convertido en Mar del Plata cuando decidió la construcción del Grand Hotel. Ya por entonces regresaba regularmente a Francia después de un gran negocio.

Para Francis Bacon, la figura del Indentured servants” daba a los países centrales una doble ventaja al verse libre de gente, aquí y de servirse de ella, allá”.

Pronto el Grand Hotel, de Luro, fue sinónimo de verano para la aristocracia argentina. Un espacio europeo a orillas de dos mares.

Ernesto Tornquist era hijo de alemanes. Fue socio de Pedro Luro en el frigorífico Sansinena. Pero la primera sociedad entre ambos se constituyó para la construcción del Hotel Bristol. Era 1887. El año anterior había llegado a Mar del Plata el trazado de la Buenos Aires Great Southern Railway”.

Estilos nacidos en la Academia de Artes francesa reverberaban más allá de la playa. Entre el Hotel Bristol y la Rambla. Academicismo en las fachadas. La modernidad europea soñada en el salón literario. Victoria, en los vestidos, frac y galera. Y la mirada en el horizonte, dominando pampa y mar. Bristol, al sur, era sinónimo de exclusividad.

Al otro lado del mar, Bristol era otra riqueza. Se escondían las huellas de la esclavitud. Una estatua de bronce se preparaba para homenajear a uno de sus hijos pródigos: Edward Colston. El hombre, como Luro en Mar del Plata, había colaborado en el desarrollo de la ciudad. Su riqueza brotó de la sangre de 80.000 personas negras. Tráfico.

Pedro Luro murió mirando al mar. En Cannes. Fue el mismo año en que un temporal destruyó la primera rambla marplatense. 1890. Ese invierno, los integrantes de la Unión Cívica, junto a Bartolomé Mitre, intentarían el primer golpe de Estado cívico militar de la Argentina moderna. Crisis, corrupción y deuda. Y un general que no ataca.

Tras la renuncia de Juárez Celman asumió Carlos Pellegrini. En Mar del Plata hubo una nueva rambla y la bautizaron con el nombre del flamante presidente.

Y el Hotel Bristol con un nuevo castillo. Y la exclusividad aristocrática hasta el crack del 30. Desde ahí, decadencia.

La última gran cena fue en 1944. Sería tiempo de otra rambla. Los salones del Bristol quedaron a oscuras. Una nueva clase pisaría la arena. La playa heredaría el nombre. Bristol: en el norte, símbolo de esclavitud. En el sur, inclusión.

En 2019, una multitud enardecida derribó la estatua de Colston. Fue tras la muerte de George Floyd. Luro es un nombre tan olvidado como los sueños del Salón Literario. O su estatua, a unas veinte cuadras del mar.

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