Baron Biza, el hombre ilustrado

Por Cezary Novek

Baron Biza, el hombre ilustrado

Dos días antes de que los aviones se estrellaran contra las torres gemelas y quedara, así, inaugurado el siglo XXI, Jorge Baron Biza saltó desde un doceavo piso situado en el barrio de Nueva Córdoba. Con él moría uno de los mejores novelistas de la literatura argentina y el mejor novelista que dio Córdoba.

Nacido en 1942, hijo de Clotilde Sabattini –pionera de la educación e hija de Amadeo Sabattini– y de Raúl Baron Biza –millonario excéntrico, escritor prohibido y militante radical–, vivió toda su vida del periodismo, la corrección editorial y como escritor fantasma. Cultivó un perfil bajo, quizás para diferenciarse de sus padres, ambos figuras públicas. Fue uno de los periodistas culturales más exquisitos y versátiles que tuvimos. Crítico de arte, cronista urbano, ensayista, entrevistador, retratista, no había género ni tema que escapara a su inmenso radio de interés.

Autor de una única novela, autoeditada de su bolsillo en 1998, que narra los trágicos sucesos acaecidos entre 1964 –cuando su padre desfigura a su madre con ácido y se suicida– hasta 1978, cuando su madre salta al vacío después de años intentando reconstruir su vida y su rostro. El desierto y su semilla” fue ignorada por el premio Planeta, que eligió premiar a un autor que tenía contrato previo con el sello, y tuvo cierta atención en su momento, más por los hechos reales en los que se basa que por la calidad de su prosa autoficcional. Tuvieron que pasar más de 20 años para que ocupara el lugar que le correspondía, gracias a menciones del diario El País o The New Yorker. Como suele pasar con nuestros autores, requirió el aplauso de medios extranjeros para ser legitimado en Argentina. Dejó una novela (inédita hasta el momento), La mujer en lo alto”, sobre un grupo de adolescentes de clase alta que hace un viaje iniciático al Norte.

En vida llegó a publicar, además, un libro que compila sus crónicas urbanas sobre la Córdoba de los 90, y que fue firmado en coautoría por Rosita Halac: Los cordobeses en el fin del milenio”, título que pasó completamente desapercibido en su momento. Pasaría tiempo hasta que otras editoriales realizaran otras compilaciones, ya con un público esperando: en 2010, Caja Negra editó Por dentro todo está permitido. Reseñas, retratos y ensayos”. En 2018, Caballo Negro realizó una nueva antología de su obra periodística, Al rescate de lo bello”. Hay otras ediciones menos conocidas, como Pintores de Córdoba” (2011), que compila los textos biográficos que fueron incluidos originalmente en el catálogo Los colores de un siglo” (1999), volumen para coleccionistas pero que, al prescindir de las imágenes, pierde algo de su esencia original.

Aunque nació en Buenos Aires, donde vivió la mayor parte de su vida, Jorge Baron Biza se educó en Europa y en 1995 se radicó definitivamente en Córdoba. De sólida formación autodidacta y cosmopolita, colaboró con el diario La Voz del Interior y las revistas Arte al Día y Aquí vivimos, entre muchas otras. Como todo buen periodista que investiga a fondo, lee mucho y corrige minuciosamente sus textos hasta convertirlos en piezas notables y duraderas, Baron Biza subsistía de manera muy modesta. El ninguneo, el destrato, el recorte de las colaboraciones y la impuntualidad en los pagos fue uno de los factores que erosionó su ánimo hasta acabarlo, pero no fue el único. Tuvo un fugaz paso por la cátedra de Movimientos Estéticos y Cultura Argentina, en la carrera de Comunicación Social en la UNC, cargo que le permitía contar con una obra social para sus numerosos problemas de salud. La falta de un título de grado fue la razón por la que tuvo que dejar ese espacio poco tiempo después.

Quienes lo conocieron lo describían como una persona amable y culta, algo huidiza. El escritor Marcelo Scelso –primo político y amigo, además de una de las personas que tuvieron el privilegio de revisar El desierto y su semilla” cuando aún era inédito y se titulaba Leyes de un silencio”–, en la semblanza publicada en Por dentro todo está permitido” recuerda que se defendía con humor, un humor profundo, a veces ácido pero nunca resentido. Un humor que era en realidad ironía. Respondía a la indiferencia y a la injusticia, como tenemos que hacer los que le seguimos: esforzándose, escribiendo”.

En su ensayo biográfico dedicado a su padre, Raúl Baron Biza, Cristian Ferrer dedica un breve capítulo a su relación con Jorge, a quien describe como un caballero, alguien sobre quien parecían pesar los escombros de una vieja demolición”.

La docente e investigadora Fernanda Juárez (quien fuera amiga, alumna y colaboradora del autor y que, además, ganó en 2019 la beca del Fondo Nacional de las Artes para el proyecto Escritura y soledad. Estudio sobre la vida y obra de Jorge Baron Biza”) ha sido una de las personas que más se ha preocupado por mantener vivo el enorme legado periodístico del autor.

Recientemente, y con la colaboración de Cristian Ferrer, lanzó una muy completa página web que hace de archivo virtual, aún en desarrollo: https://jorgebaronbiza.com.ar/

El desierto y su semilla” es una obra densa y a la vez atrapante, que incluye varios niveles de lectura (narrativo, político, autobiográfico, estético). No hay otra novela que se le parezca en nuestra literatura nacional. Admirador de Proust, el autor realizó una tarea ardua y minuciosa para tomar la distancia necesaria de su propia historia, de manera tal que pueda convertirse en literatura. Sobre el final de la novela, la voz del narrador dice: Comprendo que esa abertura hacia el abismo quedará en mí para el resto de mi vida. No sé qué voy a hacer con ella, pero sobre todo no sé qué va a hacer ella conmigo”.

Esa novela perfecta y contundente en su peculiaridad ha sido el mascarón de proa que permitió aflorar una masa de textos dispersos que conforman una obra total y complementaria a su narrativa. Como si de una profecía se tratara, pocas líneas antes del final del libro, escribe: Tarde o temprano yo también seré solo un texto”.

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