Por Analía Martoglio
Los inicios
El proceso de conquista y apropiación del territorio americano implicó una colisión continua y directa de culturas diferentes: la de los europeos por un lado, y las de los grupos indígenas por otro. Forzados por la evangelización y la invasión, los nativos tuvieron que abandonar sus antiguos dioses y ver cómo sus costumbres y su visión del mundo se sustituían por la de los dominadores.
La desaparición de millones de indígenas fue el resultado de trabajos forzados, y de las numerosas enfermedades que los españoles trajeron de Europa. Pero el eje central en esa eliminación siempre fue la apropiación de sus tierras.
La historia relatada en los libros habla de Jerónimo Luis de Cabrera y la fundación de Córdoba el 6 de julio de 1573, pero para quienes vivían en estas tierras desde tiempos inmemoriales fue el comienzo de una etapa diferente. A partir de esa fecha inició la desarticulación del Pueblo de La Toma, una comunidad comechingona que habitaba los terrenos de esta capital.
Jorge Daniel Ferrer Acevedo, comunero de La Toma, explicó cómo comenzó la pérdida de sus territorios por esos años: Cuando se funda la Ciudad de Córdoba el 6 de Julio a orillas del Río Suquía, en Barrio Yapeyú, en las riberas sur había dos comarcas. Una en la zona de Barrio San Vicente: Cantacarasacat, y la otra en el área central: Chilisnasacat. Nuestros Ancestros habitaban estos asentamientos en una estrecha relación con la Madre Naturaleza. Eran terrenos dedicados a la agricultura y se los denominaba Cementeras”.
Jorge contó que al poco tiempo las poblaciones fueron invadidas, se trasladó la ciudad hacia donde hoy es el Centro histórico y se expulsaron a las comunidades obligándolas a mudarse al oeste del arroyo La Cañada. Esta nueva área destinada a contener a los nativos se denominó La Primera Reducción del Pueblo de la Toma”, debido a una toma de agua que abastecía al primer pequeño pueblo de lo que hoy es la ciudad.
A partir de 1880 y por todo el siglo XX, las comunidades ancestrales se ocultaron. Fue un momento reconocido como La Segunda Reducción del Pueblo de la Toma”, con las expropiaciones como protagonistas del saqueo. El área se urbanizó y se dividió en lotes y calles, repartiendo las tierras a las familias. La Ley de Desarticulación de Comunidades, en 1885 legalizó el desalojo de los residentes de la comuna y en 1910 se creó el Pueblo de Alberdi.
Paralelamente, en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, los gobiernos oligárquicos impulsaron la inmigración ultramarina y llevaron adelante políticas de confinamiento de las poblaciones indígenas. Comienza la configuración de una nacionalidad única, un relato oficial sobre una Argentina blanca” e hija de los barcos”.
La invisibilización
A mediados de siglo XIX, el régimen colonial se había disgregado casi por completo y se crearon los estados nacionales por medio de un discurso de ciudadanía universal basada en un modelo de hombre individual y propietario. La ampliación democrática y la extensión de derechos cimentaron a estas nuevas repúblicas.
En teoría, los indígenas también serían políticamente libres e iguales con estos cambios, pero sus derechos civiles solo funcionaron como una coartada jurídica para los contratos de compra venta mientras que sus derechos políticos eran recortados por un sinfín de disposiciones. Las leyes de propiedad mediante títulos individuales, reiniciaron un ciclo de disgregación de territorios y de desarraigo de la población.
Nuestros Ancestros fueron incluidos en la sociedad como argentinos y no como indios, quizás por alguna condición legal. Así pudieron arrebatarles las tierras que ya les habían sido repartidas. Los emprendedores inmobiliarios y sus abogados visitaban a nuestros abuelos con una damajuana y los engañaban haciéndoles firmar o pintar su huella dactilar en aquellos papeles y títulos de mensura de la época”, explicó Jorge.
Estas nuevas naciones emprendieron además la reconquista” de las fronteras coloniales y la colonización de las supuestas tierras vacías con las llamadas Conquistas de Desierto” en la Patagonia y el Desierto Verde” en el Chaco. Se produjo un borramiento de la indigeneidad a partir de prácticas civilizatorias como la constitución de misiones religiosas para su conversión al cristianismo, la imposición de la lengua castellana, de nombres españoles y de concepciones de género ajenas a las que tenían.
Todos estos procesos dieron inicio a una etapa de invisibilización del aborigen dentro del relato nacional y la historia social, algo que sería una constante hasta entrada la década del 80. Basados en el supuesto de superioridad racial de los europeos, los indígenas fueron convertidos en una prueba del atraso que debía ser eliminado y superado.
Para ello se valieron del discurso de la extinción con una idea predominante y muy conveniente: el indio” se habría extinguido por el mestizaje, tanto biológico como cultural. De esta forma, los que quedan no son aborígenes en estado puro sino descendientes, personas degradadas y carentes de derechos sobre la tierra que ocupaban sus antepasados.
La idea caló fuerte y generó efectos que aún permanecen. Por un lado, las comunas quedaron sospechadas de inauténticas, por el otro, los originarios fueron ubicados en el pasado y ligados a espacios de ruralidad, como si de un simple patrimonio museográfico se tratara.
La comunidad comechingona cordobesa
Desde el inicio de la república, el Estado cordobés se encargó de desarticular las comunidades de indios”, con el objetivo de privatizar los territorios por las urgencias del capital mercantil. La legislación liberal de fines de siglo sentó las bases para la desestructuración definitiva y para el beneficio de empresas inversoras, habilitando la expropiación de los territorios y el desalojo de los comuneros por parte de la fuerza policial.
Las comunidades indígenas de nuestra ciudad se declararon entonces extintas por el Estado y durante el siglo XX solo existían en los libros de historia. Aun así, en cada familia se guardó secretamente la identidad aborigen, pasando de generación en generación a través de la transmisión oral en el espacio privado.
A finales del siglo XX y a comienzos del siglo XXI comenzaron a hacerse públicos los procesos de adscripción de comechingones y la formación de comunidades indígenas en diferentes zonas del territorio provincial, principalmente rurales.
Una de las primeras en reorganizarse fue la comunidad Comechingón del Pueblo de La Toma, a finales del 2007 y comienzos del 2008, la cual tiene la particularidad de ser la única reivindicada en un espacio urbano y de estar compuesta por descendientes de indígenas preexistentes a la fundación de la ciudad.
Actualmente, existen 40 comunidades aborígenes en Córdoba, la mayor parte pertenecientes a tres pueblos/naciones principales: el comechingón, el sanavirón y el ranquel. A su vez, migrantes de otras partes del país o de países vecinos autoidentificados como guaraníes, collas, mapuches, qoms o wichis han nutrido a las comunas cordobesas y se han sumado a su lucha en el espacio público.
Con todo, la invisibilización perpetuada durante siglos había dejado huellas. No todas las familias identificadas hoy como indígenas-comechingones lo hicieron público y muchas decidieron ocultar su origen para no cargar con la humillación social que significaba ser aborigen en una Córdoba orgullosa del europeísmo.
En esa línea, Víctor Acebo, miembro fundador del Instituto Superior de Lenguas y Culturas Aborígenes (ICA) relató: Años atrás era muy difícil ser y decir que uno era originario. En mi casa nunca quisieron que yo aprendiera mi lengua materna, el quechua, principalmente por temor a la discriminación, al rechazo, la postergación, la exclusión. Ahora entiendo que mi madre quería preservarme, cuidarme para que no me sucediera lo que a ella le tocó vivir”.
Muchos descendientes todavía cargan con el estigma y el miedo de tantos años de segregación. Así lo contó Teresa Saravia, también miembro activa del ICA: Gran parte de nuestros hermanos todavía tienen lo que nos han metido durante 529 años en la cabeza: vergüenza de ser lo que somos. Todo un sistema está armado para que tengamos vergüenza. Se ve en las publicidades donde todos son blancos, rubios y de ojos claros. Jamás está la presencia de un indígena porque nosotros no respondemos al estereotipo de lo que consume el pueblo argentino”.
A pesar de todo, desde su resurgimiento en la esfera pública, la comunidad comechingona fue reconstruyendo una narrativa histórica y territorial que daba cuenta de la expropiación, reducción y desarticulación sufrida en el pasado. Algo que afectó profundamente la historia de nuestra ciudad y puso en disputa los imaginarios de la identidad local.
Construyendo una identidad nacional
Venimos de trayectos, historias y experiencias que han sido silenciadas, negadas y ocultadas para construir una nacionalidad unívoca. Pero la identidad es una construcción, un proceso dinámico que nos desafía a forjar una nueva que incluya todas nuestras raíces y para eso, debemos apuntar a horizontes pluriculturales.
Los argentinos no tenemos nuestra identidad definida y por eso vivimos hablando de querer encontrarla, pero si se sigue ocultando la verdadera historia no la vamos a encontrar nunca porque no se puede amar lo que no se conoce”, explicó Teresa.
Para ella, la identidad es una opción y no se necesita recurrir a la sangre o al ADN”. Lo curioso es, que incluso recurriendo al ADN, con el mestizaje sucedido durante el saqueo español las raíces indígenas quedaron totalmente integradas en nuestra genética. Por eso sería extraño que nuestros genes no posean un porcentaje aborigen y, si buscamos bien, es probable que encontremos en alguna rama de ascendencia, algún familiar originario.
Algo que según Teresa afianzaría nuestra identidad y el orgullo por nuestro origen es la educación. Cuando hice mi secundario, llegábamos a cuarto año y estudiábamos los fenicios, los griegos, los egipcios. Era hermoso, pero cuando en septiembre empezábamos con la cultura precolombina lo veíamos en un toque, sin tiempo”.
Ella plantea que debería ser a la inversa, con las culturas originarias protagonizando las currículas de historia antigua. Allí encontraríamos nuestra identidad y brotaría el orgullo sobre lo que somos. Pero no sucede porque ese es el miedo de aquellos que no quieren que encontremos nuestra identidad, el miedo de los que siempre nos inculcaron vergüenza y lo siguen haciendo hoy”.
Por su parte, Víctor y Jorge, plantearon que la identidad se fomenta participando y visibilizando las problemáticas indígenas. Podemos construir identidad visibilizando y compartiendo con los demás hermanos. Dialogando, escuchando, comprendiendo los relatos de vida de nuestros mayores para compararlos con los procesos históricos”, subrayó Jorge.
En ese sentido, Víctor acentuó el involucrarse desde el cuerpo”, acercándose a las comunidades para ver de cerca, escuchar de cerca, para saber dónde están, cómo viven, cómo son. Sino siempre vamos a teorizar, hablar desde la ciudad, desde el escritorio”.
Creo que la manera es abrirnos sin prejuicios, saber que yo puedo aprender de ellos y que ellos me pueden enseñar. Involucrarse, estar ahí sin sentirme más que el otro. Compartir todos los saberes, respetar, amar. Esto es lo que nos va a hacer un país pluricultural, eso es lo que sueño y creo que es hora de caminar por ese lado”, agregó.
Además, ese involucramiento nos ayudará a desterrar una creencia errónea que nos impide avanzar en la inclusión y, por ende, en la construcción de una identidad intercultural como es la de creer que los descendientes de aborigenes viven en lugares alejados de la vida y costumbres urbanas.
La mayoría de los integrantes de comunas originarias habitan los mismos espacios que nosotros, viven una vida igual a la nuestra y en su cotidianeidad, tienen las mismas actividades: van a la escuela, trabajan en diferentes oficios o son profesionales. No hay diferencia con el resto de los ciudadanos. En todo caso, si hubiera alguna, tiene que ver con memorias o relatos ancestrales que vienen de generaciones previas y promueven la constitución de grupo.
El reclamo que persiste
Finalizando el siglo XX, dos discursos fueron dando fuerza a la voz indígena: la defensa de los derechos humanos y el ambientalismo. En ambos casos, el énfasis está en los planteos legales, algo que ayudó al surgimiento de políticas públicas y a la constitución de agendas alrededor de sus demandas a nivel nacional.
En Córdoba, sin embargo, subyace una ausencia de políticas territoriales para los pueblos aborígenes. Algunos líderes comuneros han señalado demoras del Estado en aplicar la Ley nacional Nº 26.160 que declara la Emergencia en materia de posesión y propiedad de la tierra” y que habilita el Relevamiento Territorial de Comunidades Indígenas” con participación del INAI.
Al respecto, Jorge explicó que en los años 90, Argentina adhirió al convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el cual establece que ante cualquier decisión o proyecto que afecte a las comunidades originarias, los estados deben consultarlas antes de usar las tierras involucradas.
Para eso, en Córdoba se hace un registro de comunidades, aunque pocas veces se incluye a todas las que realmente existen: Nosotros si hicimos la consulta dicen, pero en realidad le preguntaron a un registro donde al no estar todas, quizás la comunidad del territorio afectado justo no estaba presente”, agregó Jorge.
Es así que la provincia no cumple plenamente dicho convenio, porque los proyectos extractivistas se desarrollan mayormente sin consultar a fondo a quienes habitan los territorios. Se construyen rutas, autovías y se pavimentan caminos dañando enormemente a las comunidades aborígenes.
Según los beneficios que estas clases pueden obtener de nosotros es el grado de inclusión que podamos llegar a tener. Cuando nos necesitan nos incluyen, pero cuando no, nos desestiman”.
El desmonte indiscriminado, la producción minera y los desarrollos inmobiliarios y turísticos, son los aspectos centrales que constituyen la agenda indígena. Problemas que pueden resumirse en uno: el del territorio y la avanzada sobre él.
Es una provincia donde las clases sociales más acomodadas realizan muchos emprendimientos que afectan la vida de las y los seres naturales, incluyendo a nuestra cultura. El alto desarrollo turístico lleva a realizar muchos barrios cerrados y complejos de vacaciones que impactan en la Madre Naturaleza, cuando solo queda el 3% del bosque nativo”, explicó Jorge.
Por su parte, Teresa enfatizó este reclamo y sostuvo que lo que más desean es el respeto a nuestra Pachamama. Esa es la bandera que tomamos, la lucha y defensa de nuestra madre tierra. Basta de incendios provocados, de mega minería a cielo abierto, de abrir caminos sin respetar. En pos de hacerse ricos y para hacer un country se talan árboles, ¡se hacen verdaderos terricidios! Nosotros no pedimos que nos devuelvan cosas o volver a vivir en chozas, lo que queremos es que nos respeten, a nosotros y nuestra madre”.
En la misma línea Víctor planteó: Lo central es el derecho al territorio, porque allí siembro, vivo, recojo los frutos que me da, hago mis ceremonias y ritos. Está la filosofía y la vida de la comunidad en el territorio porque ahí me educo, me desarrollo, me formo, crezco, comparto la vida con los distintos seres vivos como animales, plantas, o con los cerros, ríos y montañas. No puede haber una comunidad sin territorio”.
Dónde hay un indio hay problemas de tierras”, destacó Teresa y con ese argumento explicó porque los gobiernos hacen oídos sordos a sus reclamos y no los incluyen en sus agendas políticas. Nada se hace sin la complicidad de los gobiernos” y si realmente oyeran las necesidades indígenas, no podría darse rienda suelta a los negocios inmobiliarios como ocurre en la actualidad.
Tal como explica Víctor, el avance indiscriminado sobre la naturaleza viene por el predominio de la cultura occidental, en la que el hombre es el absoluto y por eso puede hacer lo que quiera con todo lo que existe sin necesidad de reparar los daños: En nuestras comunidades nadie se interrelaciona como propietario de la tierra sino como parte de ella. Algo contrario a la visión occidental, que se apropia de la tierra, la compra, la vende, la parcela. Para nosotros todo lo que hay en la tierra merece respeto: el agua, los cerros, las plantas, los bosques, la tierra, todo eso es el buen vivir, la vida en armonía y en la diversidad”.
Aires de cambio
A pesar de los reclamos aún vigentes, la conciencia sobre el valor de las comunidades originarias como nuestras raíces identitarias va en aumento. Hay cada vez más gente consciente sobre nosotros, personas a las que les interesa y aman nuestra cultura. En cada lugar siempre hay hermanos sensibles frente a nuestra realidad que trabajan y nos acompañan”, remarcó Víctor.
Hay un cambio, pero falta”, reconoce. Tenemos que tener mayor participación, mayor protagonismo, que el Estado Nacional hable mucho más de nosotros y que haga algo por nosotros, pero también los gobiernos provinciales. Somos un país federal y cada provincia tiene su propia constitución, así que cada una debe acompañar a nuestros hermanos en cada territorio”.
Desde lo simbólico, nuestra responsabilidad y compromiso es lograr que Argentina sea un país pluricultural, donde se incluyan todas las raíces ancestrales que nos dieron origen. Y desde lo material, es urgente que nos unamos a sus reclamos territoriales, porque ante el cambio climático inminente la defensa de la naturaleza es una prioridad y porque como plantea Víctor, querramos o no, está en juego la vida de cada uno en la Pacha”.