Primeras clases. Cuarto año.
-…y para ver esta relación que hay entre la literatura y el contexto, podríamos aprovechar lo que saben del 24 de marzo. ¿Qué se conmemora?
-El día de la Memoria.
-Bien, perfecto. ¿Y por qué?
-Por la dictadura. Por las personas que se perdieron.
-¿Se perdieron?
-Sí… se entiende.
-Decir que “se perdieron” es raro. Sería un eufemismo.
-…
-¿Saben lo que es un eufemismo?
A veces, los docentes damos por sentado que hay ciertos saberes de base en los y las estudiantes y, a partir de esa premisa, desarrollamos una actividad, abrimos un diálogo. Ocurre en la escuela, pero también en el espectro familiar, en la casa, en donde se presupone que nuestros hijos e hijas ya han aprendido lo suficiente acerca de un determinado acontecimiento histórico de esos que, desde el jardín de infantes, motiva un acto.
Sin embargo, basta indagar un poco para descubrir que existe, por ejemplo, cierta confusión entre las celebraciones del 25 de mayo y el 9 de julio. ¿Qué diferencia hay entre una revolución y la independencia?
También ocurre que figuras complejas, como las de Manuel Belgrano o Domingo Faustino Sarmiento, son recordadas por una sóla acción, en una operación sistemática de invisibilización de las contradicciones que resulta poco menos que preocupante al momento de pensar la memoria nacional.
Al respecto, el documental “Canción para los laureles”, de Pablo Spollansky (que se puede ver gratis en YouTube y otras plataformas virtuales) muestra la forma en que estudiantes de cuarto grado de una escuela de Villa El Libertador experimentan las fechas patrias y los actos culturales en el contexto escolar. Con un trabajo casi etnográfico, la película exhibe el lugar que ocupan el himno o los colores de la bandera en la construcción de la subjetividad, así como el sentido que adquieren los actos para una comunidad determinada.
Ahora bien, en el caso de una efeméride reciente, como la del Día de la Memoria, se ponen en juego problemas que atraviesan a la sociedad actual y se instalan tanto adentro como afuera de las aulas. Porque atravesamos un momento de la historia en el que resultan peligrosamente frecuentes las ideas negacionistas, reaccionarias, que relativizan la gravedad del pasado reciente, que atacan a los movimientos de derechos humanos y estigmatizan cualquier acción colectiva en pos de un individualismo visceral.
Desde hace algunos años se instaló la discusión acerca del número de desaparecidos, se revivió la “teoría de los dos demonios”, y la palabra “comunismo” adquirió un tono agraviante para hacer referencia a cualquier posición que se enfrente al orden hegemónico. Y esto que sucede en el discurso social nacional se replica, con otros referentes y situaciones, en el resto del continente americano, en el mundo.
Es por eso que las esteras de los pasillos escolares contengan palabras como Verdad, Memoria y Justicia no alcanza para dimensionar lo ocurrido durante la última dictadura militar. Tampoco alcanzan las palabras alusivas en un acto, por más comprometido que sea el docente o el grupo de estudiantes que participen.
Estas prácticas, necesarias para garantizar el derecho a la educación en el marco de la democracia, deberían articularse con la clase o, mejor dicho, con las clases, en las diferentes áreas y en el transcurso de todo el año, en un trabajo sostenido donde las efemérides adquieran un sentido profundo para todos los actores educativos.
Entre los libros que el Plan Nacional de Lectura ha enviado a las escuelas hay varios títulos que permiten sostener un proceso educativo en relación a la memoria colectiva y a los acontecimientos más sensibles de nuestra historia. En la biblioteca escolar encuentro “El país de Juan”, de María Teresa Andruetto, por ejemplo, una novela breve en la que se puede vislumbrar los avatares de la última mitad del siglo XX a través de las dificultades que atraviesa una humilde familia del interior.
Con referencias a músicos prohibidos durante la dictadura, como Atahualpa Yupanqui, el texto permite escarbar en la vida de quienes hoy habitan la pobreza, en sus ilusiones, en las traiciones sufridas por el Estado, en la represión.
Este tipo de obras se abren a una multiplicidad de lecturas, de abordajes que exceden lo meramente literario. Y no sólo funcionan para pensar una efeméride como la del 24 de marzo, sino otras con las que se cruza a lo largo del calendario escolar.
Facebook me recuerda una vieja charla que alguna vez tuve con un grupo de estudiantes de la nocturna.
-¿Alguien sabe qué fue el Cordobazo?
-…
-¿Nadie?
-…
-¿No lo vieron en Historia, en Sociología?
-…
-Bueno, ¿quieren que hablemos un poco del Cordobazo?
-Obvio, profe. Hace rato que estamos esperando.
Si cada estudiante se apropia de la historia en un proceso de aprendizaje que atraviese el paso por los diferentes niveles educativos, es probable que las fechas significativas tengan sustento y, en consecuencia, la misma realidad pueda mirarse de otras formas.
Al saber que nuestro pasado está signado por la lucha, por la búsqueda constante de mejores condiciones de vida, también será más fácil explicar por qué los y las docentes decidimos hacer un paro, resistir en las calles, movilizarnos.
Se podrá estar de acuerdo o no, por supuesto. Pero, al menos, entenderemos por qué estamos ahí. Y entender al otro nunca es poco.