Mentiras que el pasado se encarga de descubrir. Como hoy, Córdoba también fue, en el ayer, un mapa de la caravana de madrugadas sin fin. Una Córdoba que no dormía. ¿Dónde fue todo esto? ¿Viven los fantasmas de ese pasado pasado de copas? Viven, y no saben qué bien viven.
Viven en Jujuy y 9 de julio, donde estaba El Panalito. El Panalito era una casa de juegos en donde se practicaban “actividades brumosas”, según algunos historiadores. Pasaba de almacén de día a sala de baile nocturno sin escalas ni problemas. En Urquiza y Colón estaba Monsieur París. Canchas de bochas, aperitivos y tragos que quemaban como la lava. Es cierto que por entonces no había relacionistas públicos conocidos como tal. Pero había otros personajes. En Monsieur París destacaban -nos cuenta el maestro Roberto Ferrero- el ‘Tuerto’ Zabala y ‘Lana sucia’, dos pesados de la noche cordobesa.
La Confitería Camarda estaba en la calle Bolívar. Tragos varios y los tangos del ‘Cabeza’ Colorada, en el corazón de El Abrojal, hoy Güemes. Sala de baile y de trifulcas varias. Podía tocar el Cabeza Colorada, quizás acompañado por su amigo Carlos Gardel, pero igual los muchachos, después de algunas ginebras -a la que ahora le decimos gin, porque queda mejor-, siempre estaban dispuestos para las trompadas. Y no defraudaban.
Si te aburrías en Camarda, te ibas para Peredo al 300, que hoy está entre la lady Nueva Córdoba y el re cool Güemes. En las noches actuales reina la música chill-out y la indie y los yupis que comen empanadas en frasco y se dicen holis. Antes, Peredo al 300 era el territorio exclusivo del Boliche de los 60 guasos, nombre que hacía referencia a la cantidad de hermanos que lo atendían: 60 guasos, uno más áspero que otro. Estaba prohibido entrar sin facón.
El Boliche de los 60 guasos era un gran nombre. Pero en la noche de Córdoba,el mejor nombre de todos lo tenía ‘El Reñidero grande’, en San Martín y Olmos. Era el lugar de la riña legal de gallos, vigente y legal hasta 1907. Ciriaco Ortiz, el célebre bandoneonista de Troilo, a los 14 ya entrenaba sus plumíferos en la esquina céntrica donde la diversión era ver cómo un gallo liquidaba a otro. Jodón.
La riña no era exclusiva de marginales. En el Café y Billares Provincias Unidas se hacía lo mismo, pero era todo más distinguido. Tan distinguido que Marcos Juárez era un habitual visitante a la esquina de San Jerónimo y Buenos Aires.
En Tablada y San Martín, cerca del Mercado Norte, estaba la Confitería de Guerra. Billar, ring para el que quisiera hacer guantes y la estrella de la noche: el alucinógeno ajenjo de marca Suissé. Volaban todos y todas.
_ Uhhhh loco, cómo pega el ajenjo.
Nos pongamos solemnes por un momento. Porque en La Rioja al 500 estaba El Convento, donde no había ninguna monja -guiño, guiño-. El convento era el prostíbulo donde se cruzaban músicos, cantores, bohemios, prostitutas, cafishos, rufianes, compadritos, dirigentes y delincuentes. Al principio de la noche estaba bueno. Después, agarrate.
Y agarrate con esta comparación: Córdoba y París no solo tuvieron en común lo oscuro de la noche. También algunos nombres, como la Maison de Madame Safó, en la esquina de Santa Rosa y Haedo. Era nuestro Moulin Rouge, explotación sexual incluida. El gran poeta mediterráneo, Arturo Capdevila, las definió, a ellas, a las explotadas sexualmente, del modo más tierno posible: Simples, cándidas y pacíficas.
Nota del autor:
Estos lugares son recuperados por el historiador Roberto Ferrero en su libro ‘La mala vida en Córdoba’.