Más que un programa, un refugio
Si hace 25 años estabas escuchando la radio un atardecer y el sol se oscurecía entre unas montañas color fernet con coca, notarías que todos los aparatos radiofónicos, unánimemente, decidían sintonizar la voz del anfitrión de la cultura. Una lengua de huesos fuertes abría, a las 20, el refugio de la creatividad. Entonces no lo sabíamos, pero esa avalancha de metáforas urbanas lanzadas con la aceleración de una motocross, iba a ocupar un lugar medular para escritores, cineastas, y cuanto artista necesitaran difusión.
Tirate un cable a tierra
Su slang único, y a veces altanero, llenaba los cables de cada parlante, que se ponían firmes cuando CJ -porque con sus siglas alcanza- empezaba su segmento. Hoy quedan menos cables que hace 25 años, pero la fuerza de la leyenda continúa agitando la frecuencia del corazón cordobés.
Cómplice, amigo, colega, inspirador y formador de decenas de profesionales de la radio verdadera —esa que tiene la moqueta verde gastada de tantos invitados a su programa—, nadie le conoce deslealtades o manchas. Rockero pero con la barba mejor perfumada de Córdoba, ha recibido menos reconocimientos de los que se merece. Sí le entregamos -todos los cordobeses- el Premio Jerónimo Luis de Cabrera 2019 (en una versión 70% Grammy, 30% Oscar), y recientemente la Legislatura le reconoció tantos años de militancia radial. Pero le debemos, al menos, una avenida con su nombre. Una avenida toda tejida en corderoy.
Su peso en libros
En lugar de cuna, el bebé Carballo debe haber sido arropado en un auricular gigante, instalado en el barrio de Cofico, cerca de los mejores grafitis de la época. Comunicador de toda la vida, licenciado con pergaminos que van desde el Monserrat hasta los posgrados, «El gordo CJ» lleva décadas activando el patrimonio vivo. Por eso, si Dargelos viene a Córdoba, va a verlo. Y si Marilyn Monroe vuelve al Parque Sarmiento, antes pasa por su Radio.
Sus programas comienzan con una arenga poética y perturbadora, una suerte de epílogo de la jornada productiva. Un viaje al corazón de la música que retumba en las cabezas, los edificios y las almas pecaminosas, antes de perderse en la noche.

En la barra de un bar pasan las cosas
Su lado nocturno ha hecho que La Luna jamás se atreva a salir sobre Güemes si nuestro protagonista no se lo indica con la elevación de un gin tonic: «Tengo que ser yo mismo / No puedo ser nadie más / Me siento supersónico / Dame gin&tonic» cantó Oasis en homenaje a él.
En la esquina donde las luces de los autos y el tuchituchituchi de los bares se hacen una sola cosa, justo ahí, serás abrazado con la misma fuerza del Oso del Museo Caraffa por nuestro protagonista. En ese preciso instante los naranjitas harán una coreografía perfecta de ballet y todos los barmans saldrán de sus locales para emitir un canto triunfal de bienvenida.
Siempre en el borde, siempre con principios
El bondi de todos los días lo transporta del barrio al mundo entre lecturas porque CJ jamás tuvo —ni tiene, ni tendrá— auto. O teléfono celular.
Su posesión mayor es un numeroso grupo de autores americanos, algunos excesos y toda la ciudad caminada sin sacarse sus grandes borceguíes. Llegará con conversaciones que van desde Foster Wallace hasta la obra de Dolores Cáceres sin solución de continuidad. «Con categoría y elegancia, más o menos de todo un poco», reza su mantra.
El misterio del bolso
Durante mucho tiempo circulaba con un bolso muy pesado. Trasladaba ese trasto sin que nadie supiera qué había dentro, alimentando oscuras fantasías: desde armas hasta piedras. Pero no eran armas, eran libros. Siempre de firmas extrañas, siempre ediciones raras, siempre textos que todavía no estábamos leyendo. Un explorador de la contracultura con una biblioteca portátil y la gorra que aún lleva puesta.
Verborrágico hasta la resaca, fugaz en sus apariciones sociales, su lado misterioso lo vuelve aún más fascinante: poco, o nada, se conoce de su vida privada, su inhallable mansión en Cofico, algunas de sus actividades diurnas, o hasta su edad.
Con un estilo que reúne trajes, borcegos y cadenas, es un tipo alto. No sólo de estatura, sino de energía, siempre más arriba que cualquier carilindo de las redes con perfume a desodorante para autos.
Leyenda
Estos veinticinco años están caracterizados por la coherencia, la pasión y ese amor infinito por la cultura: Son miles de bandas presentadas, decenas de artistas descubiertos, incontables oyentes conectados con ese refugio donde el rock y la poesía todavía importan. Por eso, la próxima vez que veas a un tipo alto -de cultura-, con borcegos, y percibas que los naranjitas están por empezar su danza, saludalo. Es CJ Carballo, una leyenda entre nosotros.
Cualquiera: lunes a viernes a las 20, en Radio Sucesos FM 104.7









