En unos pocos días inicia el proceso previsto por la Iglesia Católica para elegir el sucesor del papa Francisco. Será entonces cuando 133 cardenales (nómina de aquellos que tienen menos de 80 años, sobre un total superior a 200 eminencias en el mundo) se reunirán a definir el futuro de la fe para 1.450 millones de creyentes. Con 23 prelados latinos y 71 países representados, estamos frente al cónclave más diverso de la historia. Este proceso, central en la agenda global, está estupendamente narrado en la película Cónclave, estrenada en 2024.
Arquitectura del poder eclesiástico
La reunión de la cúpula católica contará con una profusa representación de pueblos y la particularidad de presentar candidatos con posibilidades provenientes de culturas variadas y no necesariamente concordantes con una mirada eurocentristas. Este componente es una suerte de herencia del papa, quien eligió una amplia mayoría de los participantes, agregando complejidad a la cumbre de los cardenales.
Los purpurados ya estaban hablando por lo bajo sobre candidaturas, debido a la salud del sumo pontífice, cuando las campanas de San Pedro lloraron con una cadencia inusual la despedía del único papa jesuita de la historia. Después de un funeral austero, sin fastos, y con final en una sencilla sepultura, el argentino más importante de la historia descansa su titánica labor. No es este el momento para hacer una lectura de un legado que todavía debe leudar y alcanzar la justicia de un análisis profundo, pero el papa de los últimos, él que impulsó reformas, desconcertó y caminó por la cornisa de los campanarios sin caerse, sigue haciendo lío. Ahora para su sucesión.
Una iglesia más sensible, más plural, más inclusiva y empática, una iglesia con escala humana, espera la decisión de esta asamblea mundial para saber si continúa su adecuación a este tiempo y comunidad global, o si elige recuperar sus tradiciones. Comienza ahora una trama, uno de los laberintos más apasionantes de la alta política, para definir el futuro, no de la religión católica, sino de su administración.
La fe y, sobre todo, sus terrenos y terrenalidades cambiarán de manos. Y de rumbo.
La realidad supera la ficción
La película Cónclave está basada en la novela homónima de Robert Harris (Reino Unido, 2016) que seguramente en este momento se reimprime y vende de forma imparable. El filme, escrito por Peter Straughany y dirigido por Edward Berger -que en 2023 presentó la extraordinaria Sin novedades en el Frente- cuenta con las actuaciones de Isabella Rossellini, Stanley Tucci, John Lithgow y Ralph Fiennes. Este último se apodera de la película indiscutiblemente.
Considerado uno de los mejores estrenos de 2024, fue ganadora del premio Bafta a mejor película, fue nominada al Globo de Oro, y merecedora del Oscar a mejor guión adaptado. Se la ha calificado como un thriller de suspenso psicológico, pero acá arriesgaremos presentarla como una obra maestra de la intriga política. Lo cierto es que no es una película sobre un milagro divino, sino sobre las debilidades y ambiciones terrenales. Los cardenales, en representación de sus pueblos -pero sobre todo sumergidos en sus propias ambiciones- protagonizan la liturgia del poder y nos permiten espiar las ceremonias solemnes, pero también las miserias terrenales.
En capilla
Únicas electoras del próximo papa, las conciencias de cada cardenal se reúnen en la Ciudad del Vaticano con su doble condición de votantes y candidatas. La capilla Sixtina se presenta como escenografía y la política hace de protagonista. Diferentes movimientos, carpetazos y la versión más elevada (hasta el cielo) de la rosca, conforman la trama de la esta película que debe estar batiendo récords de visualizaciones. Sucede que retrata prolijamente cada proceso y las votaciones, así como la confrontación de las posturas ideológicas y los desafíos de ponerle nombre al sucesor del papa. Sin spoiler, el final es un pecado romántico, excesivo y hasta exagerado, para una película que no es anticipatoria sino una suerte de precuela del acontecimiento más relevante del año.
Ayuda divina
La fiebre vaticana de estos días, la liturgia mediática y 2.000 años de branding hacen de Cónclave una recomendable ficción apta para todo público. Obnubilados por la definición más esperada de esta época, tenemos que comulgar con tradición o progreso, identidad o diversidad, medioambiente y humanismo o capitalismo. Debido a su impacto en la política internacional (mucho más allá del propio catolicismo), esta película ofrece una confesión, una posibilidad para ver más allá del altar. Que Dios nos ayude.
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