Editoriales independientes: nuevos-viejos títulos

Por Juan José Burzi 

Editoriales independientes: nuevos-viejos títulos

Resultan escasas las buenas noticias en el mundo editorial independiente, en gran parte debido a las diferentes crisis que atraviesa (costos elevados de insumos, problemas en la distribución, atraso en los cobros, etc.)

Por ello, entrar en contacto con los libros de Pinka, sello editorial que salió a luz a mediados de 2022, ofrece un escape a la dura realidad. Sus ediciones son bellas y nada tienen que envidiar a sellos importados como Impedimenta o Acantilado. Sumado a eso, sus tres primeros libros son títulos descatalogados o inéditos en español. Como bien anuncian en su perfil de Instagram, trabajan con “viejas gemas olvidadas”.

“Montauk”, de Max Frisch (1911-1991), es el primer título de su catálogo. Frisch fue en un principio un arquitecto suizo que escribía, hasta que decidió abandonar una profesión por la otra. Autor de lengua alemana, se centró en escribir novelas y obras de teatro. “Montauk” es, para muchos, su mejor obra; a la vez es un libro que sale un poco de las temáticas de sus trabajos. En obras como “No soy Stiller” o “Digamos que me llamo Gantenbeim”, explora diferentes variables sobre la identidad y la relación del individuo con el mundo que lo circunda. “Montauk”, en cambio, es un “libro sincero”, como anuncia la cita del principio.

Pero ¿qué tipo de libro es “un libro sincero”? ¿Estamos ante una autoficción, literatura del yo, diario íntimo? Un poco de todo eso y nada a la vez. “Montauk”, para resumirlo brutalmente, trata sobre el fin de semana que pasa el protagonista Max con Lynn, una joven periodista asignada a acompañarlo en una gira literaria por Nueva York. En medio de ese repentino romance, el autor recuerda momentos de su pasado. Lo bueno del caso es que Frisch baña en literatura esta melancólica novela y los resultados son los mejores.

Por empezar, el formato poco ortodoxo del texto (fragmentos narrativos con subtítulos y diálogos interpuestos en letra mayúscula) no necesita más de dos carillas para cerrar el pacto con el lector y hacer que la lectura sea rápida y entendible. Es un libro de 180 páginas que se presta a ser leído en una sentada.

Entre los días pasados con Lynn se mezclan los recuerdos sobre la juventud de Max, sus relaciones amorosas del pasado y su propia percepción sobre la fama y sobre sí mismo. La ironía, como es habitual en los escritos de Frisch, sobresale y hace brillar al texto.

También vale destacar los cambios de primera a tercera persona, como si todo lo que hay de verídico en el libro (Lynn existió, se llamaba Alice Locke-Carey; Ingeborg es Inceborg Bachmann, con quien tuvo una relación; W. es Werner Coninx, amigo que financia su carrera como escritor, etc.) resultara imposible de manejar desde la lejanía de una mirada ajena, y también desde una cercana.

“Una hermosa tristeza”, de Bohumil Hrabal, es, más que una “vieja gema olvidada”, una vieja gema inédita en español. Traducida por el periodista argentino residente en República Checa Juan Pablo Bertazza, la lectura de este libro de Hrabal se nos hace feliz y cercana, alejada de las “gallegadas” a las que las ediciones españolas nos tienen acostumbrados.

Hrabal es el autor checo por excelencia. Menos universal que Kafka y Kundera (cada uno con sus características) y menos forzado en su regionalismo que Jan Neruda, sus libros transcurren en diferentes regiones de República Checa. En este caso se sitúa en Nymburk, ciudad en la que vivió y creció.

“Una hermosa tristeza” es una novela conformada de capítulos que podrían leerse como cuentos. El personaje principal es un niño, pero el autor nos ahorra el penoso trabajo de leer otra obra con el insufrible punto de vista infantil. Si bien el narrador no tiene el conocimiento de un adulto y hace gala de su inocencia, Hrabal no hace parecer un tonto a su personaje.

Los lectores de Hrabal encontrarán que algunas escenas están repetidas en “Pequeña ciudad donde el tiempo se detuvo”, y también en varios de los temas eje de “Personajes en un paisaje de infancia”. Y es que la obra de Hrabal funciona como un constante collage, donde los personajes y las situaciones van y vienen de libro en libro. Así tenemos la anécdota del tatuaje de una sirena que le hacen al niño en el pecho; las peripecias del tío Pepín, con una vida dedicada a las mujeres y el festejo de estar vivo; y, contrapuesto a Pepín, está su hermano, el padre del protagonista, responsable, dueño de la cervecería del pueblo, cuyo pasatiempo preferido es desarmar y volver a montar las piezas de su moto Orion.

Hay capítulos que destacan más como cuentos que como parte de una novela: “Alumbrado público”, donde el protagonista sigue maravillado al farolero del pueblo a medida que las sombras ganan el día; “Los músicos de Sumava”, que trata de un grupo de músicos nómades, que solamente tocan en la calle y no bajo techo; “Una muerte en la familia”, donde el sacrificio de un caballo viejo conmueve sin golpes bajos.

Los cambios históricos son nombrados como un elemento más en el día a día de sus vidas: al final de un capítulo se cita un diario cuyo titular preanuncia una guerra; en otro, se interrumpe una función de teatro para avisar que las tropas de Hitler había cruzado las fronteras checas; más adelante, los soldados alemanes ya son parte del paisaje del pueblo; y, en el último del libro, los soldados soviéticos son recibidos como héroes liberadores. Así, “Una hermosa tristeza” finaliza con una escena festiva delirante, con el tío Pepín bailando y bebiendo entre los soldados.

En tiempos de literatura prefabricada, obligada a una agenda temática que aburre por su (in)corrección, Pinka trae con estos nuevos-viejos títulos dos excelentes opciones para dejar pasar horas de la existencia en el inútil y bello mundo de la literatura. Ni más ni menos.

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