El fantasma de lo cíclico

Por Manuel Sánchez Adam

El fantasma de lo cíclico

En el marco de los años noventa en Argentina, un joven que proviene de un pueblo llega a la gran ciudad y, luego de algunas entrevistas poco alentadoras, comienza a trabajar de cartero en un contexto de profunda incertidumbre y zozobra.

El ambiente no es para nada ameno, en parte por la diferencia generacional que existe entre él y los demás, y también debido a la escasez de puestos de trabajo, que da lugar a una competencia voraz en la empresa.

Hernán Sosa (Tomás Raimondi), además de pasar las horas entregando cartas en bicicleta, cursa el Ciclo Básico Común (CBC) para ingresar a la facultad. Así, vive sus días entre el trabajo y el estudio, alojado en una especie de pensión, y, si le queda tiempo, yendo a un cine que casi está en desuso.

Entre los empleados más añejos se encuentra Sánchez (Germán de Silva), que lleva más de treinta años en el oficio, y es quien tiene la tarea de enseñarle los secretos al joven, que escucha atento sus consejos mientras sus ojos y su tez pálida dejan entrever un ahogo en su rostro, por la cantidad de información que está obligado a procesar en un lapso corto de tiempo. Sentimiento que describe en una carta a Yanina, una chica de su pueblo, que le gusta desde la infancia y vive en Buenos Aires, pero no sabe cómo hablarle: “cuando llegué a la ciudad pensé que no era nadie, lo que pronto entendí es que todos somos nadie. A nadie le importás”.

El extracto de la carta refiere a un estado emocional que Sosa transita con pesar, potenciado por una cotidianeidad que lo sobrepasa. Atravesando un proceso de duelo por acontecimientos anteriores que lo marcaron, arrastra sus pies al llegar la noche, y anhela hallar un propósito que lo mantenga a flote en la gran ciudad.

Freud, con respecto al duelo, señala la “importancia del desasimiento, pieza por pieza, de los lazos que unen a la persona (…) a lo perdido”, algo así como un proceso, una especie de viaje que requiere de cierta reelaboración por parte del sujeto para lograr nuevas identificaciones. Pero en el caso del protagonista, que se ve apremiado por cuestiones económicas y en la más profunda soledad, el contexto no colabora para que dicho pasaje suceda; esto sumado a que es testigo día a día de las decisiones drásticas que va tomando la compañía con respecto a rebajas de sueldo, precarización laboral, horas extras no contabilizadas y otras medidas que reducen al máximo las condiciones de salubridad del espacio.

La mayoría de los empleados que comienzan obligadamente a tomar la opción que se les brinda, como el “retiro voluntario”, han pasado más de la mitad de su vida en el mismo trabajo, formándose en valores y forjando amistades que se ven obligados a abandonar a la fuerza. Tras ser anoticiados, las agresiones físicas hacia el joven Sosa aumentan, como si en él y la nueva generación que se avecina al terreno encontraran los culpables de sus desdichas.

Con la dirección de Emiliano Serra, “Cartero”, disponible en la plataforma Cine.ar, es una película que transmite la crudeza de aquellos años menemistas, con privatizaciones y concentración de la riqueza en manos de unos pocos.

Y si bien los 90 en el país fueron una época particular de la historia, que maquilló la decadencia de una estructura amparada en la superficialidad de lo efímero, y una vidriera donde las apariencias cobraron un valor incalculable, lo cierto es que la actualidad en términos de oportunidades no dista tanto del pasado. Con una crisis social y económica galopante, escasez de trabajo y una inflación estrepitosa, la promesa de un futuro en el país está lejos de cumplirse.

La historia tiende a repetirse y, con ella, el fantasma de lo cíclico.

Salir de la versión móvil