El imperio de las redes

Por Javier H. Giletta

El imperio de las redes

Hoy estamos atravesados por las redes sociales. Consumimos cada vez más redes, lo que nos resta tiempo para dedicarnos a la vida real, a las relaciones reales. Hay estudios que afirman que en Argentina pasamos un tercio de nuestra jornada usando el celular, y la mayor parte de ese tiempo se concentra en las redes sociales.

Los datos son más que elocuentes. Según un informe de “Estado Móvil 2022”, los usuarios de teléfonos móviles utilizaron esos dispositivos un promedio de 4,8 horas por día, durante el año 2021. Esto supone casi un tercio de las horas que estamos despiertos y representa un incremento del 30% respecto del 2020. A su vez, la compañía “HMD Global” estimó que en la última década se incrementó un 90% el uso de celulares. También calculó que tocamos el celular unas 142 veces al día y que pasamos más de 18 horas a la semana viendo la pantalla.

En su libro “Trolls S.A.” (2020), la periodista y comunicóloga Mariana Moyano advierte sobre una seducción que al parecer es irresistible: “Vivimos en lo que algunos investigadores han dado en llamar un Capitalismo afectivo”. La emoción es la última y más importante mercancía a vender. “Esa lógica nace de la ‘selfie’ y se expande en su plataforma favorita: las redes”, que potencian irremediablemente nuestra sociabilidad y son hoy el soporte para la vida pública, incluso la vida política.

Por su parte, el profesor Christian Ferrer nos explica que, como el usuario de redes sociales teme volverse ausente, un ser efímero, orienta sus ojos hacia donde todos miran y además se publicita. “¿Que otra cosa es posible sino actualizarse en un mundo que diferencia socialmente a las personas de acuerdo a su apariencia de juventud y belleza?”, se pregunta el titular de la asignatura “Informática y Sociedad” en la carrera de Ciencias de la Comunicación (UBA).

La necesidad de exposición de lo privado en el ágora virtual justifica nuestra presencia en las redes. Así, para Ferrer, “desde que hemos aceptado que una de nuestras misiones en el mundo es la de ser emisores de información, vivir desconectados ya no es una opción”. Precisamente, esa autocomprensión de nosotros mismos en tanto emisores es lo que mantiene vigente a las redes sociales. Y en este sentido, “internet no tiene límites”, por cuanto se nutre del “apremio a exponer” que es lo que hacemos o estamos pensando. “Me expongo, luego existo”, sería el lema que nos guía en esta nueva era virtual.

Alejandro Rost, profesor asociado de “Periodismo Digital” en la Universidad Nacional del Comahue, incorpora un elemento químico en ese vínculo con las redes: “Todos queremos que lo que publicamos tenga reacciones”. Y las plataformas aprovechan la dopamina que despierta cada “me gusta” para mantenernos cautivos allí.

De todos modos, Rost señala una contradicción, ya que las redes sociales permitieron “diversificar las posibilidades de comunicación”, multiplicando y ampliando las voces, pero al mismo tiempo “están concentrados en muy pocas empresas”. Asimismo, “sus algoritmos se convirtieron en filtros cada vez más poderosos y cerrados que deciden los contenidos que llegan a los usuarios, sin que sepamos cuales son los criterios”. Vale decir que somos libres para todo menos para elegir. Esa diversificación y concentración (o sea, muchas voces en muy pocas manos), vendría a representar una nueva etapa en la evolución de la lógica capitalista.

En un reciente ‘paper’, el neurólogo español Pedro Bermejo alertó sobre los efectos negativos de las redes, concretamente, la dependencia que éstas generan. Así, “cada vez que recibimos un ‘Me Gusta, una reacción, un comentario a una publicación, se libera dopamina (un neurotransmisor asociado a las emociones), y de esta manera, se activan los centros de recompensa y se incrementa la sensación de felicidad”. En las redes tenemos la posibilidad de ser felices, algo que no siempre se logra con facilidad en la vida real.

Mariana Moyano avanza un paso más al establecer una comparación entre estas empresas y las tabacaleras, o bien, entre la adicción a las redes y la adicción a la nicotina. “¿No es acaso lo mismo que sabemos que hacen Facebook, Twitter o Google?, ¿No son los departamentos de retention (con sus estudios acerca de cómo los colores, los estímulos y las interacciones suben el ‘engagement’ y el tiempo usado en la red), la nicotina de las tabacaleras?”, se plantea la autora.

Es más, menciona a las habituales discusiones que proliferan en las redes como otro elemento explicativo de esta adicción. “Las grandes plataformas saben el efecto que producen y de qué manera esa generación de indignación, resentimiento e imposibilidad de acordar con el otro, mejoran sus ventas y su valor de mercado”. Estar enojados pero conectados, eso es lo que importa. Y se sabe que detrás de esas discusiones, de tanto resentimiento y tanto odio, se esconde un multimillonario negocio a escala global. Sólo en 2021 la inversión publicitaria en redes ascendió a 295.000 millones de dólares, lo que evidencia un crecimiento del 23% con relación a 2020.

En el documental “El dilema de las redes sociales” (2020), de Jeff Orlowski, que se encuentra disponible en Netflix, se abordan los riesgos psicológicos y políticos de redes como Facebook, Twitter, TikTok e Instagram. Allí testimonian ex ejecutivos de estas compañías, quienes reconocen que el objetivo es desarrollar redes que sean adictivas, esto es, lograr que el usuario permanezca en ellas el mayor tiempo posible.

Su escena más emblemática es la de una adolescente que rompe el frasco donde la familia había introducido su celular, con el propósito de que permaneciera desconectada. La menor no pudo soportar mucho tiempo sin estar conectada a sus redes sociales, y por eso decidió romper el frasco. Sin conexión a las redes, pareciera que entra en crisis nuestra existencia. Entonces, la pregunta obligada es: ¿Cuánto tiempo podrías soportar desconectado a tus redes?

A pesar de todos los riesgos, Alejandro Rost tiene una visión optimista respecto de la relación “sujeto-redes”, y propone gestionar inteligentemente el uso que se hace de dichas plataformas. Por ejemplo, “fijar momentos de conexión/desconexión durante el día, establecer rutinas o tiempos específicos para conectarnos, responder a los requerimientos y luego dejar el celular y desconectar”. En fin, administrar nosotros el tiempo y no ir detrás de la demanda de inmediatez que exigen las redes. Esto sería lo ideal, aunque por cierto resulte difícil de concretar en realidad.

El principal obstáculo está en el propio sujeto. ¿Cómo salir de un mundo tan seductor y placentero para nuestras subjetividades? Hoy más que nunca las redes sociales se asemejan a un extraño laberinto borgiano, en donde ingresamos voluntariamente con la intención de perdernos y jamás salir.

Salir de la versión móvil