Los clubes de Córdoba, grandes por su gente como rezan sus banderas, fueron achicados, tantas veces, por dirigentes inolvidables: inolvidables por los daños que les hicieron a las instituciones. No hace falta recordar que los dos clubes más grandes de Córdoba, verdaderas máquinas de recaudar dinero, fueron a quiebra por los malos manejos financieros.
En ese desfile de dirigentes inolvidables (cada cuál dirá si lo es en términos positivos o negativos) resalta un hombre que se tomó con plenitud y alevosía el mote que se les da a los hinchas de su club: Walter Spengler, ex presidente de Belgrano, fue un pirata en serio. Pero pirata de esos verdaderos piratas. Sí, en el sentido más amplio del término.
Hasta inicios de los ‘80, Belgrano había tenido, en su mayoría, presidentes abogados y doctos. Pero a comienzos de la década, las crisis permanentes en el club habían puesto en riesgo hasta la propia cancha, que estuvo por ser rematada. Se necesitaba, se ha dicho tantas veces, un cambio. Y en 1983, un cordobés radicado en Panamá, fabricantes de armas y con una billetera importante tras la guerra de Malvinas, llegaba para ser el salvador. Así como Talleres había hecho historia conducido por un hombre más cercano a los negocios que a las leyes (Amadeo Nuccetelli), en Belgrano los socios optaron por un camino similar.
El pirata Walter Spengler, hombre de negocios y de política, fue electo presidente de Belgrano para el periodo ‘83 / ‘85 e hizo varias cosas para la historia. Por ejemplo, culminó, -dice que con su propio dinero- una parte de las tribunas que habían quedado inconclusas y las bautizó con el nombre de Federico Spengler, como se llamaba su padre y como se llama uno de sus hijos. Un auto homenaje. Pero no sólo eso: con la billetera que todo lo puede, por primera vez en la historia el vestuario del club tuvo agua caliente para todos los jugadores y no sólo para los más veteranos del plantel. Agua caliente: Belgrano entró al Siglo 20 en la década del ‘80.
Campeón provincial del ‘83, Spengler armó un equipazo para el Nacional 84. Tenía un objetivo claro: quería salir campeón. Trajo nuevamente a la Pepona Reinaldi, a Chupete Guerini y otros consagrados. Belgrano ganó su grupo, ganó en octavos, pero perdió con River en cuartos de final. En ese subibaja estaba su presidente Spengler: cuentan quienes lo conocieron que a veces estaba eufórico, excesivamente feliz, un barrilete sin destino. Y otras era víctima de una depresión apabullante y triste. Un subibaja permanente. Una vez que culminó su mandato, en Alberdi le perdieron el rastro y alguien tapó las pinturas que recordaban que esas tribunas se llamaban Spengler.
Hasta que Spengler reapareció en los ‘90. Y no por el fútbol, sino por su condición de fabricante y vendedor de armas. Símbolo descarnado de los ‘90, su buena relación (y amistad) con Carlos Saúl le permitió acceder a los pasillos (y negocios) del poder. Y por donde pasó, dejó un tendal (de rumores).
El rastreo de su historia económica inicia en Tubos Transelectric, donde fue contador y tuvo que irse por la puerta de atrás. ¿Había extorsionado a la empresa en la que trabajaba? Rumores. Después le cedieron 20 hectáreas atrás de la Fuerza Aérea e instaló una empresa, Quimar, que no terminó bien: un empleado, su cuñado, terminó muerto y Spengler, investigado, decidió irse a vivir a Panamá.
Cada tanto volvía para criticar a Cavallo, a Yabrán y a Monzer Al Kazar y denunciar la venta de armas a Croacia. Un francotirador. En Panamá se dedicó a lo que más sabía: el negocio de las armas. Pero no sólo a eso: decía ser íntimo amigo de Gabriel García Márquez y de Carlos Saúl. ¿Los habrá hecho de Belgrano?
Y ahora es cuando vuelve Belgrano a esta historia. Justamente, cuando el club de sus amores atravesaba otro grave momento económico. Spengler reapareció en el firmamento pirata en 1993. El presidente de entonces, otro inefable como el Chichí Ledezma, agobiado por los problemas económicos, le dijo a la prensa:
_ Si aparece alguien con un cheque de 300 mil dólares, le dejo la presidencia.
Esa misma tarde, Spengler fue hasta Alberdi, tocó la puerta del Gigante, sacó su chequera y dijo:
_ Muchachos, con esto salvamos al club.
El cheque contenía la cifra millonaria de 300 mil dólares. Chichí, ningún gil, no se comió la curva. Antes de abandonar el barco como lo había prometido, llamó al embajador argentino en Panamá, el cordobés Alejandro Mosquera.
_ Mosquerita (así le decían al histórico dirigente del PJ), averiguame si la cuenta de Spengler tiene fondos -pidió el presidente de Belgrano-.
Mosquerita lo conocía bien a Spengler. Porque Spengler contó alguna vez que en Panamá se había cruzado a Alberto Kohan en un restaurante y que él, Spengler, le había preguntado al secretario general de la presidencia cómo iban a resolver el conflicto generado por el tráfico de armas a Croacia y Ecuador y, según Spengler, Kohan le había dicho:
_ Lo de Panamá, que lo arregle Mosquerita, y lo de Argentina, que nos ayude Dios.
Mosquerita se acordaba muy bien de Spengler y de cómo lo había ensuciado. Así que colaboró con su amigo el Chichí para saber si el cheque tenía fondos. Y el problema, al final, no fue que el cheque no tuviera fondos, sino que directamente el banco emisor del cheque ya si siquiera existía. Se había fundido hacía dos años. Spengler era pirata en serio.
PD: Ah, un dato irrelevante, pero que siempre sirve: uno de los hijos de Walter Spengler se llama igual al padre y es tan pirata como el padre. Músico, fue bajista de La Barra, tiene su banda de rock y fue actor principal de los últimos videos de la Princesita Karina. Y, dicen, no sólo compartieron la ficción del videoclip. Pero eso es vida privada y acá no nos metemos.
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