El último cruzado

Por Cezary Novek

El último cruzado

Hay autores que construyen su obra sobre los cimientos de infinidad de lecturas y conocimientos académicos. Otros, descansan sobre una poderosa imaginación. Los hay también que se basan en sus experiencias para sublimarla en arte. Las categorías se pueden volver infinitas en la proporción en que se mezclen estos ingredientes. Pero hay una categoría muy especial, que es la de los escritores cruzados, que producen obra como quien cumple una misión.

Hace casi un año, el 23 de noviembre de 2021, partía Andrew Vachss, uno de los últimos autores que consagró su vida y su obra a la misma batalla contra las fuerzas del mal, entendidas estas como todo aquel que se aproveche de los niños y adolescentes. Apenas un escueto mensaje en su web oficial decía: “Andrew Vachss ha muerto. La pérdida no se puede medir y las deudas sólo se pueden pagar hacia adelante”.

El icónico escritor del parche en el ojo, autor de Hard Candy y de una saga de novelas hard boiled adelantadas a su época, había nacido el 19 de octubre de 1942, en Nueva York.

Abogado especializado en defensa de menores, antes de comenzar su carrera literaria trabajó como asistente social, investigador federal, director penitenciario para menores y participó como enviado de la ONU durante la guerra en Biafra. En su desempeño como integrante de las fuerzas de paz se dedicó a buscar rutas terrestres para llevar alimentos y medicinas después de que los puertos fueran bloqueados y las rutas aéreas prohibidas.

Ganó los premios Raymond Chandler (2000), el Grand Prix de Litérature Policière (1988), Falcon Award (1988), el Deutsche Krimi Preis (1989). Fue aficionado a los perros de presa, pasión que compartía con su esposa Alice, fiscal de delitos sexuales en Queens y autora de obras de no ficción. Fue muy amigo de Joe R. Lansdale y juntos colaboraron en algunas historias breves. También participó con guiones de comic. Escribió, además, poesía, cuento y teatro.

Fue un intenso activista en contra del abuso infantil y creó la campaña “Don’t Buy Thai” en contra de la prostitución infantil en Asia. Aún hoy puede verse en Youtube el registro de su participación en el programa de Ophra Winfrey, en donde sugiere un proyecto de ley, que en 1993 sería efectivizado por el entonces presidente Bill Clinton: la Ley Nacional de Protección Infantil. Entre otras cosas, esta ley promovió la creación de una base de datos de delincuentes sexuales.

Un accidente en la infancia le dañó un ojo y desde entonces usaría un parche negro característico. Con el ojo restante se asomó a los peores abismos que puede conocer un ser humano, el de los abusadores de menores. Mientras investigaba para el gobierno las cadenas de contagios de enfermedades venéreas, descubrió cosas aberrantes que lo cambiarían para siempre –desafío a cualquiera a encontrar una foto de Vachss sonriendo–. Baste con citar una vez más la declaración que sería repetida en numerosas entrevistas y artículos: “Sabía de los abusadores de niños, esos hombres monstruosos que merodeaban por los patios de recreo, con una bolsa de caramelos en los bolsillos y la maldad en el corazón. Pero nunca supe que los humanos tuvieran sexo con bebés. Y no cualquier bebé, sino con sus propios bebés.

A comienzos de los 80, Vachss se desencantó del sistema legal y su proverbial lentitud. Soñaba con promover a nivel masivo la concientización y denuncia sobre el abuso de menores. Y lo hizo a través de la literatura de ficción, a lo largo de una treintena de libros. De toda su obra, se ha traducido muy poco al español, apenas las cuatro primeras novelas del detective Burke: Bajos Fondos, Strega, Blue Belle y Nido de gusanos. El detective creado por Vachss es muy singular: criado en un orfanato, habiendo pasado un tiempo en la cárcel y rodeado de un círculo de amigos entre los que se encuentran una trabajadora sexual trans, un luchador asiático mudo, la dueña de un restaurante oriental, un mecánico conspiranoico que vive en un búnker y, por último, la principal aliada del detective: Colita (Pansy) una perra feroz de más de cien kilos, que es parte de su rebuscadísimo sistema de alarmas. Burke se enfrentará en cada uno de las dieciocho entregas de la saga a villanos de lo más abyectos, desde traficantes de personas hasta productores de pornografía ilegal. Vachss vengaba a los débiles a través de su imaginación siguiendo el razonamiento de que una comunidad que no protege a sus crías está condenada a la extinción. Y que quien atente contra las crías, debe ser aniquilado.

Una de sus novelas más icónicas es Hard Candy, libro que no fue traducido aún al español pero sí llevado al cine en 2005 por David Slade respetando el título original. En la película actúan Patrick Wilson como un fotógrafo que chatea en redes con una menor de edad (Elliot Page, por entonces, Ellen) con quien acuerda una cita que se convertirá en una truculenta venganza. El personaje de la adolescente justiciera con rasgos sociopáticos es un hito del cine de los últimos años y podría ser un avatar perfecto del mismo Vachss.

Un año después de la partida de Vachss –que tenía ya 79 años– nos queda por lamentar más su escasa difusión en otros idiomas que su inevitable desaparición física. Las vidas humanas cumplen su ciclo, los cuerpos se desmoronan y desaparecen pero las ideas, las obras y las luchas se perpetúan más allá de la carne efímera. Tal vez por eso es que aconsejan enamorarse de ideas antes que de personas. Vachss dejó tres decenas de obras y una ley de protección a la minoridad, que es mucho más de lo que deja la mayoría de los humanos en su paso por este mundo.

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