La Revolución Cubana cumple dos años y el ex gobernador radical de Córdoba, que dice que su partido ya no es lo que debió haber sido, es invitado junto a su compañera Elvira Ellacuría a conocer las bondades del Caribe socializado. El convite llega por uno de los líderes de la gesta. Recuerda ese líder barbado de pasado cordobés al hombre que gobernaba su provincia durante la niñez de Alta Gracia. Si lo invita, el recuerdo ha de ser auspicioso.
En los actos oficiales por un nuevo aniversario de la Revolución, Santiago y Elvira son ubicados en el palco principal para ver desfilar las milicias triunfantes en Sierra Maestra. Al paso de los uniformados, se escucha la voz de orden:
_ ¡Compañía vista derecha march! Saludo uno al ex gobernador de Córdoba, República Argentina, ¡saludos dos!
La imagen posterior, que no es bandera radical sino más bien tabú de boina, los muestra a Elvira y Santiago en el Habana Libre, en el festivo y popular enero de 1961. Junto a la pareja, Ernesto, aquel niño que creció en la Córdoba de Del Castillo, posando para la foto. Se los ve a los tres felices. Ella, además de feliz, está enamorada de esos dos hombres.
Ya de retorno, Del Castillo lanza arenga que sintetiza el espíritu yrigoyenista-guevarista que encarna: “En mi juventud nuestra bandera fue la Reforma Universitaria, hoy la bandera de los jóvenes es Cuba”. Elvira, casi murmurando, a su lado, repite las mismas palabras. Y Elvira, que ahora no habla -pero murmura- sigue mencionando, en penumbras, palabras que sueña y que su compañero dice en voz alta: «Deseo para mi patria una revolución como la cubana». También dice don Santiago, que sufrió al peronismo y que hostigó al peronismo, que el peronismo debe ser la columna vertebral del frente de liberación.
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“Si me habré pasado mañanas escuchándolo en un bar de la avenida Olmos”, me dice Eduardo Angeloz, también en un bar, pero de la avenida, casualidad, Yrigoyen. Habla, Angeloz, de Del Castillo. “Yo tenía 18, 20 años. Él hablaba con otros correligionarios, ya era presidente de la UCR. Iba y venía en ómnibus, un tipo de una pobreza franciscana tremenda”.
El hombre que gobernó Córdoba entre 1983 y 1995 recuerda que el heredero político de Sabattini se casó con Elvira, “a quien había conocido en la cárcel. Era una mujer muy de izquierda, muy de izquierda. Y la señora recibió, a la muerte de Santiago, la mejor biblioteca política del país”.
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No tendrá, Santiago, mucho más tiempo. Muere en 1962, apenas acompañado por su madre, doña Amelia, y su compañera Elvira. No recibe honores de ex gobernador, tan solo un leve decreto sobre su pasado -escrito por la intervención de la provincia- y un olor furibundo por su presente.
“Una sentida demostración de pesar resultó el sepelio de los restos del ex gobernador Del Castillo, cuyo deceso acaecido en la madrugada del martes provocó en todo el país una profunda repercusión”, abre la crónica del día del entierro el diario La Voz del Interior. “La amplia personalidad del extinto político, cuya honradez acrisolada fue un claro ejemplo en la crisis moral por la que atraviesa el país, recibió la adhesión de numerosos sectores”, narra y publica imágenes de una multitud despidiéndolo a su paso.
Velado en su propio hogar –la Casa Radical no fue sede, pese a la habitualidad de estos casos-, los restos de Del Castillo fueron llevados en andas por las calles del casco céntrico de Córdoba. El ataúd iba cubierto por tres banderas. Una era el pabellón patrio, celeste y blanco. La otra, el paño morado que siempre ha representado a la Reforma Universitaria. Por último, acompañaba con igual protagonismo abrazando el último reducto del ex gobernador radical, la bandera de la República de Cuba.
Al frente de la columna que se había formado para acompañar el féretro caminaban mujeres y hombres que, en más de una oportunidad, detuvieron la marcha para cantar el Himno. Más atrás marchaban los jóvenes pertenecientes a Avanzada Revolucionaria, de la UCR del Pueblo. A medida que el cortejo avanzaba por la avenida Olmos, los comercios entornaban sus puertas como adhesión el duelo. Cerca del mediodía y con el cuerpo del ex gobernador conducido ahora por una carroza, la multitud se detuvo frente al Comedor Universitario, en la calle Sol de Mayo, en pleno Alberdi. Allí, el jovencito Américo Tatián, militante universitario y ex integrante de la Federación Juvenil Comunista, dio sus palabras de despedida. El lugar elegido no era casualidad: el inmueble había sido donado durante la gestión de Del Castillo a la Federación Universitaria de la que él había sido parte.
Diez minutos antes de la 1 de la tarde se escuchó el toque del clarín: el cortejo llegaba al cementerio San Jerónimo. Efectivos de la Policía, bomberos y Guardia de Infantería con banderas y banda que ejecutaba marcha fúnebre, todo en movimiento coordinado, saludaron al caudillo pobre. Los uniformados esperaban los restos junto a Arturo illia, Eduardo Gamond, Justo Páez Molina y Arturo Zanichelli, ya destituido como gobernador: radicales unidos por un momento.
Pero esa postal de boina rojayblanca era apenas la foto de una película más completa: el republicano de izquierdas Gregorio Bermann, el comunista Miguel Contreras y otros dirigentes del PC marcaban el pulso del viejo gobernador. Algo que quedó demostrado a la hora de las palabras finales de despedida. Héctor González fue el primero. Abogado, González, que en el universo de la izquierda era conocido como Pipo, había sido legislador frondicista y en ese momento era parte del Partido Movimiento Popular Argentino, una de las tantas vertientes del marxismo vernáculo. Más adelante, el mismo González será referente del PC cordobés, candidato a gobernador bajo el sello de la hoz y el martillo y enviado a la URSS y a Cuba a beber de las aguas del materialismo. Mientras González hablaba al pie del ataúd, Illia, que al año sería elegido presidente, le preguntó a Gamond, candidato a vicepresidente en 1973, quién era ese orador que tenía más presente la lucha de clases que las banderas del civismo radical. Juntos, en el San Jerónimo, entre desconcertados y afligidos, los radicales armaron el rompecabezas de quiénes despedían al extinto: Santiago se había vuelto enteramente rojo.
No hay una sola palabra, en todas las crónicas, que mencionen a Elvira encabezando la eterna marcha de despedida. Ni una.
Igual ella no detiene su marcha. Ni su fuego.
Continuará…