Nacida en 1906 en la pampa bonaerense, a los pocos años llegó a Córdoba y nunca más se fue. Por las sierras o en la llanura de Deán Funes y Cruz del Eje, Iris creció al amparo de su padre español, republicano, ferroviario y socialista, envuelta en libros y en historias de obreros explotados y rebeldías liberadoras.
Siendo una niña de pueblo, a sus 15 años comenzó a publicar su prosa literaria en periódicos de Cruz del Eje. Sensibilidad y principios como vectores de una poesía que anunciaba, en su temprana adolescencia, el devenir de una mujer fuerte, de un carácter galopante y bravo. A medida que avanzaba su letra también lo hacía su instinto libertario.
Temperamental y con un poder de decisión que asustaba en ese mar de la quietud, en 1931, en plena dictadura de Uriburu, y a sus 25 años, Iris se puso al frente de la causa de los presos de Bragado. Los presos de Bragado fueron un grupo de anarquistas acusados injustamente de colocar una bomba en la casa del conservador José María Blanch en la ciudad de Bragado. Los anarquistas fueron perseguidos, encarcelados, torturados por el régimen de Uriburu y condenados a cadena perpetua. La causa se volvió nacional e Iris se convirtió en la voz que buscaba la libertad de estos hombres.
En carta a uno de los condenados, el anarquista Pascual Vuotto, la joven cordobesa le decía:
– La verdad ha de abrirse paso, aunque sea a través de la tierra misma. Y mientras más perseguida, más encarnecida y más profanada haya sido, más luminosa y pura ha de brillar después. Las mujeres que supimos ser madres no permitiremos que se consume tan tremenda injusticia. Por nuestros hijos, por nuestros compañeros, los rescataremos de alguna forma. No se han de pudrir en la cárcel o en el presidio ni sus hijos han de quedar en la orfandad ni sus mujeres en la miseria y en el desamparo. Si no bastan nuestros corazones, tenemos nuestros puños.
La misma Iris, solidaria y arriesgada al extremo, confesaba en carta a Donatila, la compañera del preso Vuotto, que no entendía otro modo de encarar su vida más que reclamando lo justo:
– Lo poco que he hecho y hago por Pascual y los otros compañeros, lo hago simplemente porque a eso me obliga no ya la comunidad de ideales, sino el sentimiento de humanidad y de justicia a que cualquier ser tiene derecho en idéntica circunstancias. Para mí no es sacrificio ni molestia desde que encuentro en ello una satisfacción íntima que vale más que lo primero.
Debieron pasar más de 60 años para que en 1993, la propia Cámara de Diputados de la Nación hiciera público el desagravio a los presos de Bragado, inocentes de toda acusación. Iris, a sus 25 años, pudo ver lo que muchos no quisieron. Adelantarse a los deseos de justicia fue su costumbre.
El obrero muerto
Defensora de causas justas, mujer independiente, madre soltera y militante de 24 horas al día. Iris Pavón parecía no descansar en la Córdoba de los ‘30 y los ‘40. En su Cruz del Eje comandaba un centro juvenil en donde daban cursos libres y actividades artísticas. La misma Iris se hacía cargo de las clases de teatro infantil, en donde tenía como alumnos a niños alemanes, hijos de los ingenieros que construían el dique de Cruz del Eje, “escapados -decía Iris-, del control de los furibundos lacayos de Hitler”. Iris pensaba a futuro: “Estas actividades infantiles -escribió-, pueden ser la antesala del centro juvenil y éste a su vez, curso preparatorio de militantes sociales”. Iris pensaba, siempre, en clave anarquista.
La solidaridad a prueba de todo la llevó a tener una participación activa en la Comisión de Ayuda al Pueblo Español (CAPE) durante la Guerra Civil, en franca colaboración con los republicanos que luchaban contra el falangismo. Y mientras defendía causas internacionales no se olvidaba de los hombres y mujeres de su tierra. En su prosa literaria de la cotidianeidad, que incluía a los Mártires de Chicago y a las rebeliones obreras, también tenía presente a los eternos olvidados. De esos que quedan en el archivo de la desmemoria y que sólo Iris ha inmortalizado. Como hizo con Jacinto Ercolín Arrieta, trabajador muerto en la construcción del dique de Cruz del Eje. De él, dijo Iris Pavón, no habrá placa recordándolo en el paredón del dique. Y como no habrá placa que lo recuerde ni homenaje para proletario muerto, Iris se encargó de escribir el homenaje:
Huesos de proletario,
hormigón humano
hecho con esqueletos triturados
y con sudor y sangre de los esclavos modernos
hormigón que afirma los pilares de los puentes
las bóvedas y las cúpulas de las catedrales
y el orgullo de los rascacielos que agujerean el azul
(…)
huesos triturados que nos duelen en nuestra sangre
astillas de huesos que se nos clavan en la garganta
polvo de huesos que crujen entre nuestros dientes
ceniza de huesos y en el aire y en el agua
en las mañanas sin celajes
en las tardes sin pájaros
en las noches sin astros
de los tubérculosos y los mutilados
de los hambrientos y de los sifilosos
de los hospitales y manicomios
(…)
Un día nos reuniremos (…) y pondremos luz en los cuencos vacíos
y puños cerrados en los muñones sangrientos
y buscaremos por todas las latitudes
por todos los continentes
el polvo de los huesos de los nuestros
y con el sudor y las lágrimas
vertidas por el dolor milenario
de los esclavos
amasaremos la levadura
fermento de la lucha santa
por la redención de los parias
Y serán las mañanas con celaje
y los tardes con pájaros
y las noches con astros
en un mundo sin tuberculosos ni sifilíticos
ni mutilados ni hambrientos
en un planeta sin hospitales y sin manicomio y sin cárceles.