La gran bestia pop

Por Cezary Novek

La gran bestia pop

Dicen que podés engañar a unos pocos durante mucho tiempo y que podés engañar a muchos durante algún tiempo pero que es imposible engañar a todos durante todo el tiempo. Hubo alguien que sí pudo y vivió libre hasta el último día de su vida gozando del poder de un rey y de la impunidad de un bufón. Como no podía ser de otra manera, tenía que ser en un país monárquico.

Considerado el mejor DJ del Reino Unido durante décadas, Jimmy Savile condujo el programa “The Top of the Pops” durante 42 años (1964-2006) y “Jimmy’ll Fix It” (1975-1994), constituyéndose en una especie de héroe nacional de los niños, los pobres, los necesitados, los enfermos y también de los jóvenes. Pero ¿quién era este personaje que reunió en su programa en vivo a bandas en su momento promisorias como The Beatles, Rolling Stones o, en sus últimos tiempos, Muse?

Nacido en 1926 en el seno de una familia humilde, Savile trabajó un breve tiempo como minero, se convirtió en DJ a comienzos de los 60 en Leeds, y fue uno de los primeros en su rubro en pinchar dos discos al mismo tiempo para que no haya cortes entre tema y tema. Poco después, ingresó en todos los hogares británicos a través de Radio Luxemburgo, Radio 1 y BBC TV. Estrambótico y avasallador, con su melena teñida de rubio y su estilo informal, tanto en actitud como en vestimenta, tuvo un éxito ininterrumpido desde el comienzo de su carrera. Al tiempo de haber alcanzado la popularidad absoluta en todo el país, asumió el rol de filántropo recaudando donaciones millonarias destinadas a subvencionar orfanatos, hospitales de niños e instituciones psiquiátricas.

Resulta imposible encontrar un personaje que sea equiparable en sus múltiples facetas a lo que fue Jimmy Savile en vida para el pueblo británico. La única manera es imaginar reunidas en una sola entidad a un personaje que fuera tan popular como Maradona, exitoso con los niños como Carlitos Balá en su momento pero que a su vez podía ser un ídolo juvenil al estilo del Pergolini de los comienzos, sumado a la capacidad filantrópica y el altruismo para con los necesitados de Eva Perón, sumado a la vigencia mediática de Mirta Legrand y el desparpajo excéntrico de un Klaus Kinski, más el apetito de depredador sexual de menores del mismo Kinski. Un híbrido entre Willy Wonka y Michael Jackson. Las analogías son infinitas, pero ninguna abarca este caso en su totalidad.

¿Cómo es posible que un engendro así pudiera ejercer sus bajos instintos durante cinco décadas y media con absoluta libertad y respaldo del Estado? Al ver el documental de Netflix (dirigido por Rowen Deacon) “Savile, a british horror story” se puede acceder a una larga serie de testimonios que van desde el productor de uno de sus programas hasta su biógrafa, y algunas de las personas que tuvieron trato personal a lo largo de su vida, más los periodistas que lo investigaron. Todo ello intercalado con testimonios de archivo en los que se puede apreciar la fuerte personalidad del mismo Savile. Una voz que se sigue escuchando incluso a través de los testimonios.

El documental lo retrata como un ser astuto y carismático, emprendedor y pragmático, con una inteligencia brillante y una capacidad de trabajo envidiable. Un deportista y animador que no para de hacer obras de caridad a lo largo y ancho de todo el Reino Unido.

“¿Te autocastigas?”, le pregunta en una parte el periodista Phil Tiehbam. “No –dice Savile– la única vez que te autocastigas es cuando sales con chicas. Te castigas porque eres un villano. Deberías ser amable y no lo eres. Las estrujas y las haces gritar”.

Era una especie de Papá Noel, o un Jesús, un personaje icónico que reunía cualidades milagrosas y bondadosas, pero también una máscara impenetrable.

“El pelo es un truco visual. Una cortina de humo”, dice en otra parte. Su secretaria comenta que no tenía vida afectiva porque no sentía afecto por nadie. “Nunca vi a nadie que hiciera tantas cosas buenas” es una especie de estribillo que se repite a lo largo de muchos testimonios.

Pero a medida que pasan los años, cada vez se arriesgó a colectas millonarias sin precedentes, todas para hospitales y orfanatos en los cuales contribuía como camillero voluntario.

Lo cierto es que bajo esa fachada de buenas acciones había un monstruo que ni siquiera disimulaba lo que era. Como un Bugs Bunny que hubiera cambiado la zanahoria por un puro, se paseó durante décadas por todo tipo de programas y eventos públicos en los que repartía una gran cantidad de chascarrillos acerca de sus preferencias por las niñas, su lado oscuro, su manera de compensar ante Dios todos sus crímenes con buenas acciones –y a crímenes más atroces, obras de caridad de mayor magnitud, siguiendo su razonamiento católico–, su autopercepción como monstruo y su regodeo por poder vivir una absoluta libertad de acción por encima de las leyes, burlándose de los demás mientras no solo no era perseguido sino que llegaba a ser condecorado como Caballero de la Orden del Imperio Británico, en 1990, por gestiones de su amiga personal, Margaret Thatcher. A eso se le sumaría la condecoración como Caballero Comandante de San Gregorio Magno que le otorgó el mismísimo papa Juan Pablo II.

Hay testimonios que son deliberadamente omitidos en el documental, como cuando se colaba por la ventana de los hospitales para abusar de los niños que lo creían un benefactor, la vez que dos hermanos viajaron desde un pueblo lejano y Savile los abusó en los camarines sin sacarse el disfraz de pajarraco que había vestido para el programa de ese día o los testimonios de enfermeras que aseguran que copulaba con los cuerpos de la morgue de los hospitales y se sacaba fotos con ellos. Un “boogeyman” de carne y hueso que por las noches se colaba a través de las ventanas de habitaciones donde yacían niños semi inconcientes por la medicación o sin conciencia alguna a causa de daños cerebrales.

El documental omite lo truculento, porque estuvo a la vista de todos durante demasiado tiempo. Basta con ver en Youtube el archivo en donde habla con dos niños mientras el pantalón deportivo se levanta como una tienda de campaña sin que su rostro refleje acuse de recibo.Sir James Wilson Vincent Savile murió de causas naturales,

en su departamento de soltero, en Leeds, el 29 de octubre de 2011, dos días antes de cumplir los 85 años, en la más absoluta impunidad. En su honor se celebraron funerales dignos de un estadista y su féretro fue colocado a 45º en dirección al mar, según sus instrucciones. Su lápida fue un tríptico que incluía una interminable lista de títulos y actos de beneficencia, rematados en la frase que el mismo Savile eligió como epitafio: “Fue bueno mientras duró”.

Pocas semanas más tarde, comenzó la catarata de denuncias –que llegaron a ser casi 500– que culminó con la destrucción de su ostentosa lápida y la cancelación póstuma absoluta. Al día de hoy, la BBC emitió apenas unas escuetas e imprecisas disculpas. La Familia Real sigue sin decir una sola palabra al respecto. Tampoco tiene mucho sentido discutir con la calavera de un bufón.

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