Alejandro Dolina vuelve a Córdoba, en esta ocasión para compartir escenario con Darío Sztajnszrajber en el espectáculo de filosofía y humor que han convenido en llamar La conversación infinita. Dos formas de pensar confluyen en un encuentro en el que la palabra funciona como la brújula que orienta la reflexión.
“Tenemos trayectorias diferentes, pero parecidas obsesiones” comenta.
¿Cuáles son esas obsesiones? La posibilidad de ser feliz, la angustia, la muerte. “O sea, la gente va a pagar para angustiarse durante un buen rato” bromea, pocos días de su presentación.
A lo largo de su carrera, Dolina ha elegido el diálogo como forma artística y, también, una herramienta del pensamiento. Se trata “de un razonar entre dos, un discurrir. A mí no me interesa tener razón frente a otro que no la tiene, me interesa buscar argumentos junto con otro.”
Para generaciones y generaciones de oyentes de La venganza será terrible, su voz es una voz familiar, amiga, por momentos indispensable. Algo similar ocurre con sus libros, a los que el lector llega para reír, emocionarse, sorprenderse y, en definitiva, profundizar en la vigencia de su pensamiento.
Los temas que abordan en La conversación infinita aparecen en tu obra artística, tanto en lo literario como en lo musical.
Así es. Yo creo que son temas que están presentes en cualquier obra que tenga alguna aspiración de profundidad: la angustia ante la muerte, la perplejidad de no saber qué demonios hace uno aquí. Y en este caso hay un tema que también debe haber estado en otras obras: la sensación de estar uno manipulado.
¿Cómo sería eso?
La sensación de que todo consejo, toda educación organizada, en realidad tiene el propósito de convertir nuestra conducta en funcional a los poderosos. Entonces, también señala la necesidad de poner en tela de juicio nuestras propias convicciones. Dada la forma en que funciona el cerebro humano, la forma en que se nos presenta la realidad y las características no confiables de nuestras percepciones, lo más razonable es dudar.
Tus libros también se construyen en el plano de la duda y plantean más interrogantes que respuestas.
Exactamente. Y así es también en este espectáculo. Nos situamos en la duda. Incluso diría que uno encuentra más amigos en los que son dudosos que en los que están persuadidos. Porque la convicción servil muchas veces conduce al odio.
Al revisar la dinámica de La conversación infinita, Dolina señala que Darío Sztajnszrajber tiene mejor organizadas las apreciaciones filosóficas sobre los temas que desarrollan. “Yo estoy más bien para darle la razón”, aprecia entre risas. Sin embargo, el saber más clásico se combina con sus aportes artísticos, aunque a veces no estén en desacuerdo.
¿Discrepan?
Bastante. Por ejemplo, él cree que el amor no existe, que en realidad es uno de los tantos engaños del pensamiento. Bien. Yo también creo que puede ser un engaño, pero en todo caso es posible que ese engaño sea nuestra única esperanza. Porque el amor es una de las pocas cosas que parecen un milagro.
Tanto Darío como vos, en este espectáculo, pero también en sus distintos programas, trabajan con temas complejos, con la historia, la mitología, la filosofía. Y lo hacen desde un discurso amigable, que acerca a muchas personas. Hay una especie de voluntad pedagógica.
Ese punto es responsabilidad de Darío. Él es maestro y habla como tal, incluso se dirige al público haciéndoles levantar la mano y opinar. “¿Ustedes saben qué cosa es una epifanía?”, dice. Esa forma de interpelación es propia de la docencia.
¿Y en tu caso? Pienso en algunos segmentos de La venganza será terrible con los que aprendemos una infinidad de cosas.
Sí, pero en el programa más bien soy alumno que docente. No sé si eso ha ocurrido también en los libros, pero por comodidad adopto la actitud de un alumno que no está del todo dispuesto a ser educado. Parece una compadrada de alumnos de la última fila, pero en realidad yo creo que es una más de las tantas formas que asume la duda y el escepticismo clásico. Es decir: “Vamos a ver si esto es así.”
Hay ahí una forma de cuestionar los grandes discursos, el discurso de la historia, de la educación. Y, al mismo tiempo, es una manera de generar interés: nos damos cuenta de que saber puede ser divertido.
Eso ha sido una perplejidad desde el principio de lo que, pomposamente, podríamos llamar mi carrera. Yo no me explicaba cómo, entre tantas cosas que se le decían al alumno para estimularlo, no se le decía “Saber es venturoso”. Uno consigue mejores cosas de la vida, pero no mejores en términos de un mejor sueldo en la empresa. No, uno tiene mejores aventuras, tiene más chance de vivir historias de amor, de diversión. Además, el saber por sí solo no es un trago amargo que se apura pagando un precio para luego ser más próspero.
El saber, de por sí, es uno de los placeres de la vida.
Sin embargo, es raro que te lo enseñen. Más bien se toma la idea, en el colegio, de que el estudiar es un precio que se paga, un sacrificio que uno hace, como quien toma un remedio de gustos espantosos pero que te hace bien.
Por ahí decías, en algún programa, que la lectura, el saber, es un placer difícil, al cual se arriba después de algunas dificultades.
Es cierto, porque es complejo. No se registra de forma automática, hay que ponerle un poco de esfuerzo, de tiempo. Eso sí es verdadero, pero incluso ese esfuerzo es grato. Si aprendés a tocar el piano, no es una porquería, es realmente hermoso. Claro que hay que dedicarse un buen rato, ejercitarse, pero ya de por sí el aprendizaje es bueno, es lindo. No te duele como si te azotaran.
Humanista y… ¿posmoderno?
La carrera de Alejandro Dolina combina la música, la literatura, el teatro, la radio. Es autor de letras de tango, de la opereta criolla Lo que me costó el amor de Laura, una obra sin precedentes en nuestro país, y de libros fundamentales como Las crónicas del Ángel Gris y Notas al pie, que habitan tanto la biblioteca como la memoria de incontables lectores.
Sus búsquedas estéticas no se restringen a un área, sino que se expanden por caminos insospechados. “Yo he tenido más tiempo para prepararme técnicamente en el ejercicio de la literatura que en la música” expresa. “En la música hay siempre unos territorios que no alcanzo a cubrir.”
Sin embargo, componés bastante.
Te diría que soy bastante bueno, digamos, comprendiendo la teoría musical y bastante malo tocando. No soy un buen instrumentista, pero soy capaz de componer incluso cosas que yo mismo no puedo tocar. Siempre trabajo con otros tipos que tocan mucho mejor que yo y digo, “A ver, tocame esto, a ver cómo es.” Y esos tipos lo tocan como imaginé.
Al escucharte pensaba en otros artistas integrales, como Chaplin, que guionaba, actuaba, componía la música de sus películas. O Clint Eastwood, que hace algo similar. Pocas personas logran algo semejante.
A mí me parece que, desde hace algunos años, la posmodernidad convalida un poco esa actitud. Casi como recomendándola, ¿no? Mis tías, cuando uno se dedicaba a demasiadas cosas al mismo tiempo, habrían dicho que el que mucho abarca, poco aprieta, cosas así. Era una forma poco seria dedicarse a demasiados asuntos. Pero la posmodernidad vino a decir que no alcanza con un mero pianista. Entonces, el tipo que toca el piano debe conocer alguna otra cosa, debe estar interesado en literatura, en las artes, en la naturaleza humana. A mí me parece que hago lo que puedo para adiestrarme en algunas cuestiones. A veces, consigo algo; otras, realmente consigo poco.
No lo había pensado en relación con la posmodernidad sino con los ideales del humanismo.
Yo hablo de la posmodernidad en el sentido de admitir la coexistencia de distintas escuelas. De no ser tan riguroso. Y bueno, todas las escuelas son más o menos válidas. Es necesario que coexistan distintas visiones, eso sería más o menos el discurso simple de la posmodernidad. Posiblemente, también es necesario que sepamos articularlas.
Por último, hay algo en vos que sigue impactando en el público, en los lectores. Formás parte de la vida de las personas y, a través de tu palabra, se forjan amistades, se viven grandes amores, incluso se refuerzan vínculos filiales. ¿Sos consciente de tu presencia en la vida de tanta gente?
Digamos que soy consciente, podría ser, pero también digamos que dudo de eso. Y no es que yo me esté ejercitando en la falsa modestia. ¿En qué consiste, después de todo, ser humilde? Consiste en ponerse, por decisión propia, en un lugar que uno considera que está un par de escalones debajo de lo que uno puede aspirar. Es una actitud saludable, no es una compadrada. Es mejor ponerse un poco abajo para poner en tela de juicio lo que uno sabe, para no tener vergüenza de preguntar, para seguir aprendiendo, para confiar en que hay tipos que saben más que uno. Es saludable. Y es por precaución: mirá si realmente todo esto que algunas personas me dicen que yo sé, realmente no lo sé, realmente lo estoy manejando mal. Entonces, es preferible sospecharse.
Pero el cariño está ahí.
Muchas veces, lo máximo a lo que puede aspirar un tipo que trabaja de artista no son la recompensas, el premio no sé qué. No. Por ahí es que un tipo viene a contarte que se ha emocionado por algo que vos inventaste creyendo que lo hacías en la más estricta soledad. Entonces te das cuenta de que no estabas tan solo. La emoción de la gente se convierte también en una emoción propia. Y eso es un milagro que uno debe agradecer.