Ni siquiera la muerte es algo indubitable en la Argentina. Ni lo definitivo es definitivo. Yabrán, Nisman. Sobran apellidos y parece restar siempre una cuota de especulación al servicio de lo inexacto. Frecuentemente el problema de lo definitivo va directo a la morgue.
Morgue, Morgagni; en la etimología está la luz. Morguer, del francés medieval: mirar solemnemente. ¿Enfrentar con obvia seriedad la muerte, la propia y la de los demás, es una disposición natural? Quizá por casualidad, más probablemente por la arbitrariedad precisa del lenguaje, a principios del siglo XVIII Giovanni Morgagni diseña una cama a la que coloca un orificio para la evacuación de líquidos y flujos. El diseño se usa hoy en el Instituto de Medicina Forense de Córdoba, en barrio Pueyrredón. Morgue, Morgagni.
En “La inocultable invisibilidad de la morgue” (Del Boulevard, 335 páginas) los médicos forenses Leopoldo Quinteros y Luis Mercado rescatan en relatos cortos una historia de casi medio siglo. Una memoria que también es coral, porque no únicamente sus recuerdos y experiencias se vuelcan sobre lo inescrutable: participan otros forenses y funcionarios de Justicia, y el fenómeno del fin de la vida se mezcla en anécdotas y personajes de la comunidad morguera.
En “La inocultable…” se leen los casos terribles que llegaban a la morgue de calle San Jerónimo, articulada en su momento con el viejo Hospital San Roque, durante los años de plomo e ilegalidad de la dictadura cívico-eclesiástico-militar. Se leen, también, las variadas formas en que la rigidez termina de matar un cuerpo y la mayor displicencia con que la muerte parece actuar sobre locos, pobres, gente que duerme bajo los puentes que cruzan el Suquía.
Pero podría decirse que en el fondo de toda tragedia late lo cómico. Cuando la muerte es rutina nace por sí sola la necesidad de atenuar la frialdad que impone la medicina legal. ¿Puede sobrellevarse sin humor, ironía, una actividad tan “solemne”?
Quinteros responde: “Creo que nos aferrábamos al humor, muchas veces cruel, como una forma de huir de la angustia, sobre todo en ese período sangriento de la dictadura y algunas muertes absurdas de gente joven o criaturas”.
Las señales del cuerpo
La vida es la muerte y los cuerpos hablan. Todo es precario y a la vez hermoso. Los textos de Quinteros y Mercado disparan sucesivas abstracciones y parecen dar una perspectiva existencial incluso cuando hablan de cuestiones anecdóticas como, por ejemplo, las “lechuzas” que rondaban la morgue, con el deseo de hacerse una comisión en las transacciones entre la muerte y las funerarias.
Los forenses parecen estar constantemente asomados sobre el origen profundo del cuerpo.
Un cuerpo es familiar hasta que se vuelve extraño. “Entero hasta que se fragmenta, sensato hasta que enloquece, anestesiado hasta que desea: propio y ajeno a la vez, el cuerpo no cesa en su insistencia de hacerse presente”. La psicoanalista Alexandra Kohan ha tomado notas: “El cuerpo se precipita entre lo soportable y lo insoportable y en ese entre escribe, en una lengua impredecible, su errancia”.
Después de días de intensas lluvias, aparecen boyando sobre el Suquía. Quinteros no precisa el año, pero podría tratarse del período 1976-1983. Llegó a la guardia de la morgue un hombre de unos cincuenta años, congelado en una postura extraña. Muslos semi flexionados hacia el abdomen, ambos brazos extendidos hacia el cielo. En las manos, aferrados, dos ramilletes de yuyos de orilla y flores marchitas. “Una bellísima ikebana. Obra de arte de la Policía de Córdoba. ¡La mejor del mundo!”.
El margen en pleno centro
Muy presente, en los textos, esa parte de la ciudad. Un libro bohemio. La calle San Jerónimo atribulada de líneas de colectivos, el San Roque, las veredas coloniales sobre las que la noche es más oscura porque la iluminación se niega, el sexo a demanda, los albergues. Una zona marginal en pleno centro.
Es notable que apenas un portón de hierro (con vidrios rotos, cartones pegados con cinta scotch para evitar la entrada de los chifletes en invierno) separaba las calles y las gentes de la recepción de la morgue y sus camas de granito. La distancia entre la muerte y la vida cotidiana.
Consultado para esta nota, Mercado dice: “El espacio geográfico que rodeaba a la calle San Jerónimo reunía una combinación de realidades muy complementarias. El hospital-escuela y su estudiantado, el sufrimiento de sus pacientes, la gente humilde acompañando a sus enfermos, los muros eternos de la iglesia de San Roque, la morgue y su submundo, las funerarias, los bares, las chicas de la calle, todo parecía encajar complementariamente y con muchísima potencia vital. Extrañamos aquella sensación y tratamos de transmitirla en el libro”.
Otra vez la etimología, otra vez la luz. Autopsia: “mirar con los propios ojos”.
* Luis Mercado nació en Aimogasta, La Rioja, en 1958. Cordobés por adopción, se ha desempeñado como forense del Poder Judicial de la provincia de Córdoba y ha sido profesor de la UCC. Leopoldo Quinteros nació en la ciudad de Córdoba en 1947. Fue jefe del Instituto de Medicina Forense y profesor adjunto de Medicina Legal en la UCC. Actualmente jubilado, intenta otra mirada sobre su profesión a través de la homeopatía, de la que fue un antiguo detractor. “La inocultable invisibilidad de la morgue” se consigue en todas las librerías de Córdoba.