Escritora, docente e investigadora, María Teresa Andruetto reconstruye en «Una lectora de provincia» su vínculo con los libros desde su infancia en Córdoba, pasando por su itinerario durante la dictadura y la reconstrucción de su biblioteca al regresar la democracia, pero también recomienda obras de poetas como Mary Oliver, Circe Maia, Alejandro Schmidt o Beatriz Vallejos.
Editado en la colección Lectores de Ampersand, el reciente libro de Andruetto (Córdoba, 1954) empieza con el recuerdo de una abuela hija de trabajadores golondrinas italianos que trabajaban en la cosecha de trigo en Rosario que decidieron volver a Italia y entonces esa hija, Elizabeta, se alfabetizó sola en italiano con libros de una iglesia que limpiaba y cuidaba en Turín. El relato de su vida apasionada por la lectura atravesó la llegada de Andruetto a esa práctica que la constituye en su lugar en el mundo.
«Escribiendo es como más se enfrenta uno a sus prejuicios, de modo que por ese camino me enseñé a mí misma la intensidad que habitaba en personas y escenas que en un tiempo me habían parecido insípidas. Quizás por eso escribo, ahora mismo, sobre aquello tan viejo para mí, sobre lo que creía saber completamente y que una vez más se me revela como nuevo», sostiene la autora en uno de los capítulos de una biografía lectora que potencia el placer de la lectura y la escritura a lo largo de una vida.
En diálogo con la agencia de noticias Télam, mientras da clases en Brasil después de participar de la Feria de Guadalajara en México, Andruetto cuenta cómo fue la convocatoria y el proceso de trabajo que la llevó a aceptar el desafío de reconstruir su recorrido lector.
¿Cómo fue la propuesta del libro? ¿Cuál fue el principal desafío ante la propuesta?
-María Teresa Andruetto (MTA): Hice un primer acercamiento con unos textos que ya tenía y luego, a partir de una conversación con Graciela Batticuore, que fue muy linda, muy rica, resolví darle un giro y transformarlo en una biografía lectora. Fue una escritura muy vertiginosa. Entre algunas cosas que ya estaban escritas y otras que escribí en unos meses hice este libro en el que intento mirar con honestidad mi propio camino lector, de construcción lectora, que es también un camino de vida. No es, como se puede ver, el lugar de una lectora ideal, sino de esa lectora real que, más acá o más allá de lo aconsejable de leer en una niña, en una joven, en una profesional o lo que fuere, intenta mirarse a sí misma para ver cómo es que ha devenido en la que hoy es, desde dónde y a través de quiénes. Eso implicó también, como en otras cosas mías, un reconocimiento a las mujeres de mi casa. Cuando uno se mira aparecen los motivos que más persisten en uno. Entonces, ahí apareció lo político, la dureza de ciertas etapas que viví, los trabajos, los libros, y la infancia, y las mujeres de mi casa.
Al describir ese arco que la vida hace desde el comienzo o desde antes que uno aparezca, desde antes que uno sea lanzado al mundo hasta hoy, abrí una intimidad a los otros en una escritura que conserva rasgos de oralidad. El desafío era generar una conversación donde yo le contara a alguien cómo se fue haciendo todo.
Contás que después de la dictadura empezaste de cero a construir tu biblioteca. ¿Cómo fue ese proceso?
-M.T.A.: Cuando yo digo una biblioteca democrática es porque es una biblioteca nacida o reconstruida a partir de la recuperación democrática que es cuando empiezo a poder dar clases, a tener trabajos dignos. Tenía una biblioteca de estudiante, sobre todo de literatura argentina y latinoamericana, también leía mucho en la biblioteca de la Facultad de Letras, de Filosofía, y en las bibliotecas grandes de la ciudad de Córdoba, pero la mía estaba armada como estudiante y tenía una cantidad importante de literatura política, tenía una militancia en una organización de izquierda, siempre me interesó el ensayo político, la historia de las clases sociales. Con la dictadura o previo a la dictadura, llevé esos libros a la casa de mis padres y durante la dictadura ellos, en un momento que tuvieron temor a una razia en el pueblo, los quemaron. Así que esos libros los perdí, y los otros, los que tenía como estudiante, los perdí prácticamente a todos, porque se los dejé a otras personas. Necesitaba ir liviana de equipaje, así que se los dejé a otras personas que estaban preparando materias o estudiando para que los tuvieran en su casa, sin saber cuándo iba a volver. Y bueno la vuelta a la recuperación democrática se hizo larga, las personas se mudaron, algunas ya no estaban así que empecé a comprar libros otra vez en el año 84 y a partir de ahí he comprado muchos libros. Después, como coordinadora de talleres, mucha gente que sacaba libros, me los ha regalado, después he tenido cada vez un lugar de mayor referencia, entonces también recibía de las editoriales o de los propios autores, y he ido comprando cada vez más libros. Cuando desarmé la casa de mis padres, me traje los libros de la biblioteca familiar.
¿Y cómo es tu biblioteca hoy?
-M.T.A.: Mi biblioteca es diversa porque puedo decir que hay autores canonizados y otros muy periféricos, hay mucha escritura de mujeres, hay libros de escritores que han circulado de un modo muy marginal y que yo los tengo. Incluso poetas fotocopiados, porque sus libros no se conseguían, porque son autores así como un poquito secretos en el sentido de que no tienen mucha circulación. Siempre me interesó mirar de esta manera, sobre todo con respecto a la literatura argentina, como un mapa de lo que se escribe en distintos lugares del país, en distintos géneros, de distintas generaciones. Me interesa mucho la diversidad, la calidad de escritura sobre todo, pero también la diversidad de estéticas y de asuntos.
O sea que la mía es una biblioteca que está compuesta por los libros que yo he comprado, los que recibo de obsequio de otros escritores, escritoras y de editores cada vez más, los libros que había en casa cuando yo era chica, cuando yo era jovencita, en fin. Y los intereses, bueno, me interesa mucho el ensayo, sobre todo el ensayo que tiene que ver con la lengua o con los procesos de creación. Tengo una cantidad de libros de ensayos, sobre la relación literatura y política, otros de literaturas extranjeras pero mucha literatura argentina sobre todo. Tengo una biblioteca grande de literatura para niños y jóvenes, que ahí por necesidad, por interés, por obsequio de editoriales y por necesidad de trabajo, es una biblioteca copiosa. Y tengo una cantidad interesante de libros de arte, siempre me interesan mucho las artes plásticas, algunos han sido regalos de lugares en los que he andado, o los he comprado en museos, libros de artistas plásticos, algunas ediciones especiales, casi siempre de regalo. Además una cantidad muy importante, una habitación en realidad, tres paredes del escritorio que son solo de poesía. En el lugar más mío de la casa, en ese centro de mí en el que escribo, está la biblioteca de poesía argentina, latinoamericana y grandes poetas universales.
En los últimos capítulos recomendás y te dedicas a indagar en universos de distintos poetas. ¿Te costó hacer esa selección?
-M.T.A.: Quizá me costó dejar a algunos afuera. Tomé a algunos escritores con los que he tenido una relación especial de lectora, en algún caso personal también, como los de Circe Maia y Alejandro Smith. No quise sobreabundar en el libro con todos mis autores, mis pasiones de escritura, porque también ahí en mi forma de ser y de leer hay una diversidad. No soy una escritora que tiene un escritor o escritora modelo de escritura ni me siento heredera o me apropio de una estética, me siento en el cruce, me veo en el cruce de diversas estéticas o marcada por muchas influencias.
Contás que podés pasar largas temporadas sin escribir y cuando pasa eso no te imponés la escritura. ¿En qué etapa estás ahora?
-M.T.A.: Cuando digo sin escribir me refiero a sin escribir poesía y ficción, que es lo que considero la escritura más mía, el núcleo de escritura. Por supuesto que siempre estoy escribiendo, haciendo un prólogo, escribiendo unas columnas semanales, una crónica que leo, grabo y se pasa en un programa de radio los días viernes desde hace siete años. Son columnas de siete minutos, dos páginas y media, menos de tres páginas que escribo semanalmente. Me refiero a la escritura de una novela, un cuento, poemas, que puede pasar largo tiempo sin hacerlo y no me angustia, va y viene. Siempre la escritura estuvo sujeta a mi deseo y no a un deber de terminar tal o cual cosa y es así cómo en mí siento que salen las cosas, por capas, por épocas, tal vez avanzo en algo, después hay tiempo que no, después vuelvo sobre eso, en otro momento tengo muchas cosas, borradores, cosas empezadas.
Puede pasar mucho tiempo sin que las cosas salgan y de pronto confluir en la salida: este año salió en febrero mi novela «Aldao», ahora salió «Una lectora de provincia» y acaba de salir en una editorial pequeña de Canarias un cuento ilustrado, no es un libro para niños pero está muy ilustrado como un libro-álbum que se llama «El Vestido» con ilustraciones muy potentes de la ilustradora argentina Ana Luisa Stock. Las columnas semanales, los ensayos, las conferencias también las trabajo mucho pero las considero más ligadas al trabajo y no al puro encuentro conmigo misma, como me sucede con la ficción y con la poesía. La escritura es un lugar de encuentro conmigo misma y sucede en mi casa por alguna razón que desconozco, no me nace escribir por el camino.