“Me dijo es la vida”, de Julio Castellanos

Por Claudio Amancio Suárez

“Me dijo es la vida”, de Julio Castellanos

Si algo persiste en los libros de Julio Castellanos es esa inconfundible relación con la palabra como misterio poético, como acontecimiento múltiple, que une el cosmos al lenguaje que se dirige, y también a la materia que se degrada, se superpone, se fragmenta y se anuncia, como una búsqueda a tientas, una búsqueda consciente, arrebata, incierta y provisoria.

Con estos presupuestos, asume el poeta su propia tesis: como si dijera: el lenguaje no es sino un mecanismo de disuasión, una herramienta engañosa incapaz de acertar sobre la espalda de la belleza. Julio Castellanos abre con “Me dijo es la vida” paisajes poblados de imágenes -imágenes que son y no son al mismo tiempo- sesgadas e intensas. Palabras salidas de un sueño; de un conjuro que invocan un doble tiempo regular y elusivo, posible y difícil, que corre de uno a otro norte a través de sus páginas, haciendo y deshaciendo lo visible, deslizándose hacia la pena o el consuelo, dejándonos, al fin, en algún momento, perdidos y salvados en el medio de la vida.

“Me dijo es la vida” nos conduce a versos recordados; a un mundo asistido por pequeñas catástrofes que no cesan de transformarlo. De ese modo, el poeta construye su discurso, siempre dispuesto a plegarse sobre sí mismo, con la firmeza poética de quien aspira a ensanchar, mirada y verbo en forma continuada, consciente de que el estatismo es una estación próxima al tedio o al dogma.

El poeta Julio Castellanos, con este libro íntimo, porfía en la línea creativa de “Umbrales”, “Jardín a tientas”, “Esto no es sueño”, que ya contenían el sabor de la soledad y la reflexión sobre la escritura, que tanto caracteriza su obra poética. Lo misterioso es que el poeta, en este poemario, se sitúa fuera de escena, pero a la vez la protagoniza. Así rompe el tiempo para ser un amanecer, su magia hace inconmensurable lo pequeño y no es extraño que convierta lo cotidiano en un acontecimiento. En “Me dijo es la vida” hay un amplio abanico de pequeñas modulaciones, que se agigantan cuando las atraviesa la palabra en el momento justo. En las que el total suele dar más que la suma de las partes.

Palabras meditadas, imágenes exactas, aquellas que resultan capaces de abarcar la dulzura de la melancolía sosegada en el tiempo, las que aceptan su propia contradicción y que aun callándose la nombran.

Julio Castellanos es de los pocos poetas que conserva el don de soñar con aquellas cosas que no son cedidas al tiempo. Y pese a todo, el poeta busca. Busca saber cómo llovía el primer día que recuerda. Se pregunta por qué no intentar ahora -aunque siempre sea demasiado tarde- decir las cosas que nunca hemos dicho, detener el tiempo para hacer posible la ilusión quimérica de la poesía, que tal vez consiste en ir sorteando abismos, más allá de las posibilidades dialécticas del lenguaje.

“Me dijo es la vida” se parece también a un gran silencio, donde Julio Castellanos logra fundir luz, tiempo, vida con la esencia de las cosas y sus frutos. El poeta, como un demiurgo, escoge de los acontecimientos cotidianos, las palabras necesarias y las convierte en versos sencillos, llenos de una humildad tan sincera, que acaban por transfigurarse en un lenguaje elevado de lo íntimo, al que sólo pueden acceder aquellos que, como él, han sido tocados por la vocación de la palabra.

El poeta Castellanos transmite en “Me dijo es la vida” un gozo sereno, mesurado, que tiene la misión de impregnar todo lo que vive, con la intensidad de la fina lluvia, capaz de refrescar los recuerdos. Sus poemas nacen del trato contemplativo con la palabra y por la palabra se vuelven, hechos verificables, con sus distintos grados de temperatura, en la luz crepuscular que las sostiene. Entonces la palabra bebe sus distancias y se embriaga de un ulterior entendimiento sobre lo vivido, semejante al relato de un sueño, mientras cuerpos y memoria señalan la encrucijada de su destino.

“Me dijo es la vida” es un libro que se abre y se cierra varias veces, y en esa reiteración se halla la revelación. Tal vez porque el poeta escribe para saber lo qué tiene que decir y la poesía se parece a su modo de vida, a su manera de mirar, de manifestar y conocer.

Conocimiento de lo indecible, de aquello que está del lado de sombra, del horizonte de los sueños, de la mitad perdida –esa dimensión que desvela tanto a psicólogos como a ocultistas-, conocimiento de lo que se muestra refractario a las formas ordinarias del discurso. Quizás porque la poesía no es un reflejo de la realidad, sino una realidad en sí misma, que guarda –eso sí- la memoria de esa otra realidad. Por ello, el poeta enfrenta, entonces la aventura de su nuevo libro, con los brazos abiertos y asumiendo la vulnerabilidad compartida con el lector a las únicas palabras no dichas, las únicas palabras en las que encuentra un destello lejano de verdad: las palabras del amor, en líneas de aproximación a la fragilidad de la sangre, que tapa con soledad, con hambre de sueños, que están en la realidad para transformarla nombrándola, ya sea con silencios, o desde el susurro con el que respiran sus palabras.

Dice Octavio Paz que el poema es un caracol en donde resuena la música del mundo, y que metro y rima no son sino correspondencia, ecos, de la armonía universal. Después de “Naranjas amargas” y “Diálogo mudo”, Julio Castellanos regresa con este, su bello libro de poemas, urgentes y esenciales, un saber decir lo acompaña y nos habla de lo perdido y lo recuperado, con la clave que une la verdad de su conciencia íntima al tiempo que le toco vivir.

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