Mes de la memoria: Todos los que fueron ángeles

Por Silvia Barei

Mes de la memoria: Todos los que fueron ángeles

Un ángel viejo se cae del cielo, viene derrapando en picada y termina estrellándose en el gallinero de una casa en un pueblo de mala muerte.

Los chicos del barrio, que son como todos los chicos del mundo, le tiran piedras y se burlan por unos cuantos días, hasta que se cansan y lo olvidan. El cura decide que no es un ángel, sino un demonio disfrazado y prohíbe que lo visiten.

Cuenta García Márquez que, finalmente, este señor muy viejo con unas alas enormes vuelve a alzar vuelo, pero yo imagino que no es así de fácil la cosa y me invento otro final: la señora de la casa lo descubre un día, sucio y desplumado bajo el cobertizo de su gallinero y decide llevarlo para adentro. No hay nada más piadoso que ayudar a un ángel, y el cura no tiene por qué enterarse.

Cuando llega el circo que viene todos años, la buena señora lo vende. Y el ángel, viejo pero peinado, sale a conocer el mundo, mucho más contento que cuando cantaba sentado en una nube, porque él se mareaba, no veía bien qué pasaba abajo y a cada rato lo retaban porque desentonaba.

Y este cuento con un ángel que termina en un circo (a García Márquez no le hubiera gustado este otro final inventado por mí, creo), viene a propósito de una película con ángeles y circo. Porque un día, por los años 80 de otro siglo, un director de cine pide a un escritor que le arme un guión que tiene que tener ángeles como protagonistas. Al escritor no le sale escribir un guión y presenta unos maravillosos monólogos que el director, que es un genio, convierte en imágenes, algunas en color, otras en blanco y negro, alumbradas por las palabras del escritor que también es un genio. Y entonces dedican la película “a todos los que fueron ángeles”.

Hablo de Win Wenders y de Peter Handke, y de golpe estamos en lo alto de una plaza de Berlín. Desde la Columna de la Victoria, coronada por el Ángel de la Paz, en el distrito de Tiegarten, dos ángeles, llamados Daniel y Cassiel, miran a los transeúntes en una ciudad arrasada por la guerra. La película es de 1987, y la conocemos como “Las alas del deseo”, aunque el título original en alemán es “El cielo sobre Berlín”. Hay una versión estadounidense (poco recomendable) del año 1998, que se llama “El angel enamorado”. Aunque, concedo, lo de “enamorado” tiene sentido porque en “Las alas del deseo” Daniel se enamora de la trapecista de un circo francés -el Alekan- a quien debe cuidar. Abandona su condición de ángel, se encuentra con otros ángeles que viven en la tierra y deambula por las calles de Berlín en busca de Marion, que lo reconoce como aquel a quien presentía en sueños.

Ella le dice en el monólogo final: “Ahora los dos somos más que sólo dos. Nosotros encarnamos algo. Estamos sentados en la plaza del pueblo y toda la plaza está llena de gente que anhela lo mismo que nosotros. Nosotros decidimos el juego por todos. Estoy lista, ahora es tu turno. Tienes el juego en tus manos. Ahora o nunca. Me necesitas y me necesitarás. No hay historia mayor que la nuestra, la del hombre y la mujer. Será una historia de gigantes, invisibles, transmisibles, una historia de nuevos ancestros. Mira mis ojos, son la imagen de la necesidad, del futuro de todos en la plaza”.

En marzo, ese futuro que convoca al amor y a todos en la plaza, se resume en la larga marcha que viene haciéndose desde la recuperación de la democracia, por Memoria, Verdad y Justicia. Este año se pide más democracia, más derechos y menos impunidad, porque la Patria no se vende, la Patria en la calle se defiende. Y todos los 24 de marzo las calles suelen llenarse de ángeles marchando: algunos llevan una pancarta, otros un bombo o una pandereta, otros bailan, otros se disfrazan de colombinas o de payasos. Muchos ríen, algunos lloran. Y de alguna parte bajan otros que no serían las fuerzas del cielo, por suerte, sino más terrenales, como el ángel viejo del cuento de García Márquez, porque todos los países, todas las festividades y hasta todas las protestas tienen sus propios ángeles.

Sólo para recordar en este mes: uno de los nuestros tiene nombre multiplicado de arcángel, mensajero alado y astro celeste, todo junto: Miguel Ángel Estrella. En los largos días de la prisión clandestina cerca del aeropuerto de Montevideo, en 1977, pudo engañar a la muerte y a sus verdugos relatando historias. Rezaba en voz alta, mientras lo torturaban quebrandole los huesos de las manos: “Te vamos a hacer como le hicimos a Víctor Jara, te vamos a cortar las manos”, le decían los perversos a este maravilloso pianista. Mientras, para soportar la tortura, él pensaba en un preludio de Bach, o en la música de Beethoven, y se sentía libre: “Me propuse hacer música contra la locura y la tortura del poder. Quiero pelear con la música contra quienes quieren sojuzgarnos”. De la cárcel salió con la idea de crear “Música esperanza”, porque se había prometido que, si sobrevivía, llevaría a Bach y a Beethoven a los barrios marginados, a los hospitales, a las cárceles, a las villas miseria, a los campos de agricultores, a los pueblos originarios, y esto se transformó en la misión de su vida.

A partir de “Música Esperanza”, que llegó a tener más de cincuenta sedes en todo el mundo, se lo empezó a conocer como el músico de la paz, la inclusión y los derechos humanos. También su “Orquesta para la Paz” reunió a músicos cristianos, musulmanes y judíos, y desarrolló programas para la formación de niños y jóvenes en Occidente y en Medio Oriente. Dicen que decía que la música puede vencer al miedo y a la muerte.

Quien haya estado en una de las plazas del “Ruidazo Cultural” convocado por artistas en los meses pasados, podría decir, parafraseando a Miguel Ángel Estrella: Queremos pelear con el arte contra quienes quieren sojuzgarnos. Contra quienes apuestan a la violencia y la guerra en un país -como dijo Nicolás Casullo- en el que “el tema de los derechos humanos respira sordamente y nunca alcanza a enunciase del todo”.

Según el ángel de “Las alas del deseo”, el reír o el matar marca la actitud de un ser humano frente a la vida. Cuenta Cassiel: “Eran suyos el sol, los rayos y truenos, en el cielo y abajo, en la tierra, los fuegos, las cabriolas, las danzas, los signos, la escritura. Después uno se salió del círculo, corrió en zig zag y las piedras volaron. Con su fuga empezó otra historia, la historia de la guerra. Hoy dura todavía”.

Todas las piedras que vuelan en estos días son las que venimos juntando, no para matar a nadie, sino para alzar los muros de las resistencias.

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