Como en otros años, la heterogeneidad caracteriza a la programación de esta 24 edición del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (Bafici): si uno recorre transversalmente sus secciones, se puede encontrar con filmes de diferentes épocas, procedencias y estéticas, que acaso atestiguan las posibilidades de este arte múltiple y bastardo, siempre en proceso de cambio y evolución, capaz de habilitar un acercamiento al mundo que transmita las experiencias más extremas del ser humano, así como los universos simbólicos que las organizan, las justifican o las generan.
Es lo que ocurre en “Good Old Czechs” (República Checa), de Tomáš Bojár, un documental de “found footage” que relata la Segunda Guerra Mundial a través de la historia de dos pilotos checoslovacos que atravesaron todo el conflicto por propia voluntad, decididos a enfrentar a los nazis. Narrada prácticamente en primera persona a través de material de archivo, el filme que participa de la Competencia Vanguardia y Género del festival ofrece un retrato profundo de las ideas e ilusiones que mueven a los hombres en tamaños escenarios, así como también del choque con la realidad y la indiferencia del mundo ante el horror de su padecimiento o el valor de su entrega. Ocurre que, a través de un notable trabajo de montaje con imágenes de archivo del conflicto, extraídas de infinitas fuentes, la película adopta la palabra de los protagonistas para narrar, con su propia voz, la experiencia de ambos combatientes. Así, asistimos a dos testimonios orquestados como diarios de guerra que se cruzan dialécticamente para mostrar la dimensión íntima del conflicto que marcó al siglo XX y que sigue presente como el mayor descenso a los infiernos de la humanidad. Uno de los méritos de la película es precisamente su capacidad de actualizar ese hito oscuro de la historia a través de estos testimonios personales que revelan una mezcla de cándido heroísmo, patriotismo obtuso y un sentido de la venganza machista que mueve a los protagonistas, František Fajtl y Filip Jánský, quienes están “entre los pocos aviadores checoslovacos que lucharon activamente en los principales frentes de batalla europeos durante la Segunda Guerra y vivieron para contarlo”, según afirma la sinopsis. Al testimonio en primera persona de estos combatientes –que huyeron de Checoslovaquia para sumarse voluntariamente a la batalla contra los nazis en Gran Bretaña y Francia– se suman por supuesto las estremecedoras imágenes de archivo, que por momentos adquieren una belleza impensada (como al inicio de la película, donde se ven a los bombardeos en pleno vuelo lanzándose coreográficamente en picada a la batalla): allí se encuentra otro de los méritos del filme, que no ofrece un retrato unidimensional de la guerra, donde sólo se destaque lo atroz, sino que es capaz de encontrar momentos de ilusión, esperanza y humor en medio del desconcierto.
Algo similar, en un muy diferente registro, ocurre en el cortometraje “Al final el día”, de la cordobesa Carolina Vergara, que se estrenó el domingo en el festival porteño dentro de su Competencia Internacional, la más importante del encuentro. La similitud no está por supuesto en su tema –que acaso es opuesto pues tiene que ver con la maternidad– ni mucho menos en su propuesta estética o narrativa, sino en la capacidad de ofrecer una mirada desplazada de cualquier lugar común sobre la experiencia que narra. Aquí la protagonista es una mujer llamada Isabel (la notable Natalia Di Cienzo), que en la primera escena de la película aparece sacándose leche de su seno de manera automática, con evidentes signos de cansancio y agotamiento. En los planos siguientes, siempre fijos y a cierta distancia de la protagonista, la veremos lavando los platos, acomodando algo en el horno y pintándose los ojos, tareas cotidianas que no están destinadas sólo a describir la condición de las mujeres en nuestra sociedad, sino que adquirirán un sentido siniestro hacia el final del corto. Resulta notable el modo en que Vergara prepara ese desenlace de manera sigilosa, casi natural, a partir de las charlas que Isabel mantendrá con su amiga Ana (Carolina Godoy), que la visitará sin aviso. Ocurre que Isabel tiene 40 años y está cansada de la vida: tiene varios hijos que se han ido con su ex pareja y también tiene una bebé llamada Carla, que tampoco aparecerá en escena, cuyo su futuro le preocupa especialmente, puesto que ha tomado una decisión drástica que sin dudas la afectará. Frente a Ana se describirá a sí misma como deprimida por la maternidad y cierto sentimiento de fracaso ante el poco reconocimiento económico que tiene su carrera académica, ya que cobra lo mismo que un simple encargado de comercio pese a que ostenta un doctorado. También, ambas se preguntarán por qué razón los hijos deben ser criados por las madres y no por los padres, sobre todo cuando ella está deprimida. Lo cierto es que Isabel ha decidido desobedecer los mandatos patriarcales y su amiga la ayudará en esa escapatoria, aunque sus consecuencias sean definitivas. El último plano de la película, donde la cámara se separa de las protagonistas para acompañar a una niña patinando en la calle, muestra la notable capacidad de síntesis de Vergara, que en su debut como directora es capaz de transmitir de manera sencilla la notable complejidad que implica la maternidad, así como una idea de sororidad femenina que desafía todos los estándares sobre la amistad en nuestra sociedad.