Muchas gracias por invitarme esta tarde a Villa Allende, y a Florencia Gordillo para que comparta con ustedes algunas apreciaciones de este nuevo libro suyo. Que es un libro nuevo, como digo, pero que también es muchos libros. Y un libro sobre el que se han dicho ya muchas cosas -afortunadamente todas muy bellas, y elogiosas-, en presentaciones con públicos extensos, en columnas periodísticas, en diarios, en radios. Yo intentaré, en orden a esa recepción que ha tenido a obra de Florencia Gordillo, complementar con algunos elementos para presentárselo a ustedes, a quienes, antes que nada, recomiendo efusivamente que se hagan con un ejemplar, para disfrutarlo en soledad -y, si es posible, en esas ubicuas horas de la madrugada, que coinciden con aquellas en las que fueron paridos.
Digo que esta sustantiva obra es un libro que es, al mismo tiempo, muchos libros, por dos razones: la primera, claro, es obvia, porque se trata de una compilación de volúmenes ya publicados, como aclara el subtítulo de “Poesía reunida”. Pero en una “poesía completa” generalmente el criterio es cronológico, y se acumulan los volúmenes editados según los años en que han aparecido, en forma sucesiva. Florencia, aquí, no ha optado por esa costumbre común, que produce libros interesantes (aunque quizás más interesantes a nivel histórico-bibliográfico que literario, más material de investigadores que de lectores plurales, digo), y ha decido otro camino, con una ordenación de lo publicado -y, he aquí otra de las innovaciones que lo alejan de las recopilaciones al uso- de lo no publicado aún, que parece tejer una urdimbre que va girando en torno a un centro, como una espiral ascendente, tanto en el estilo como en el sentido: un lento remolino que se inicia en “Habitar sombras”, que parece desperdigarse en fragmentos, o en “Astillas” (tan mínimas que ni siquiera tienen nombres, apenas un número ordinal para la sucesión de los cincuenta poemas que lo componen), y en ese remolino manso se cuela de pronto un poemario que leemos por primera vez, “Tardanza”, y que se esparce, como una propiedad más, arremolinado entre libros y entre versos conocidos, como una incorporación que transforma aquel libro que podría haber sido una simple recopilación canónica en un libro nuevo, con un interés nuevo. En el centro de ese viento que gira, claro, se ubican los interrogantes -primero- y luego las certidumbres (aunque nunca tajantes, nunca definitivas) de “Nudo”: no sólo su nombre y su ubicación en el centro geográfico del libro, sino también la profundidad filosófica de sus preguntas y de sus intentos de responderlas convierten a esta sección en el corazón de estos “Papeles de madrugada”. El remolino, después del “Nudo” va a aflojar aún más la fuerza de sus vientos al describir “Lo que se fuga” y los “Contornos”, para comenzar a amainar la fuerza del ciclón con dos “Miniaturas”. Por último, esta estructura tan equilibrada y bella, no cierra con una disolución, con una idea de fin de ciclo, de pasar de página, sino que arriesga, valiente y esperanzadoramente, un final de amanecer, de madrugada, de primavera, con “Lo que nace”.
Este libro, que es muchos libros, ofrece en ese giro de sutil y lerdo remolino una obra sólida, que refleja también la obra de una vida entera. De una vida dedicada, con pasión y persistencia, a la creación, y que bien podría por ello dejar en evidencia los saltos, las esquinas, los escollos, los barquinazos que toda obra larga acaece en algún momento; sin embargo, Florencia Gordillo sostiene en esta voz poética -meditativa, personalísima y lírica siempre- unas constantes que la hacen particular y la distinguen en el contexto creativo de su generación: hay un cuidado formal permanente, incesante, poemario a poemario, que pone en acto esa reflexión poética interior que la autora asume como “ars poética” porque es su “ars vivendi”: Florencia escribe como habla, habla como escribe, y escribe como vive.
Florencia Gordillo ha titulado “Papeles de madrugada” a este libro plural porque, nos dice, lo ha escrito en ese momento del día, a caballo entre los que termina y lo que recomienza, en las penumbras deshabitadas y desocupadas. En las madrugadas es donde acaece el silencio, y ése -junto con el tiempo- sería otro de los elementos que yo remarcaría en esta colección poética. No solamente esa palabra se repite una y otra vez en múltiples textos; no solamente es el ambiente explícito donde los mismos toman forma, sino también hay una búsqueda metafísica del silencio elemental donde la Verdad puede ser vislumbrada, intuida; a veces, incluso, hasta escuchada: Maimónides, en la España sefaradí, sostenía que sólo podía escucharse a Dios en el silencio; san Juan de la Cruz -tan cerca y a la vez a una distancia tan grande del filósofo judío- apela a “la voz callada” para dar alcance a la Palabra. En esa tradición -que es tan larga como Occidente, que incluye desde Ireneo a Descartes, desde Erasmo a Teilhard de Chardin- se inserta el silencio pleno de imágenes y de palabras clamorosas de la poesía de Florencia Gordillo, tan llena de preguntas como, en otros momentos, de cuestionamientos. También de lamentos ante el errar del mundo, y -afortunadamente- de gozos y esperanzas.
Me quedo con esta última dimensión de los múltiples significados de los silencios de Florencia Gordillo:
“Esperé la primavera,
metí las manos en la tierra, sentí el barro negro y fértil,
hice un pozo, quité las impurezas y mezclé
junto a los bulbos de lirios y agapantos
las voces desnudas, que empujaban desde adentro,
mientras las depositaba en la hondura tibia.”
Muchas gracias.
(Leído en Villa Allende, el jueves 11 de mayo de 2023, en la Casa de la Cultura).