Pascal Quignard: Todas las mañanas del mundo

Por Juan José Burzi

Pascal Quignard: Todas las mañanas del mundo

La editorial Galaxia Gutenberg permite al lector de argentina, finalmente, acceder a la novela más famosa e icónica de Pascal Quignard: “Todas las mañanas del mundo”. Muchos han llegado a esta obra mediante la fabulosa adaptación al cine dirigida por Alain Corneau, y protagonizada por Gérard Depardieu y su hijo, Guillaume Depardieu.

La novela puede resumirse en un concepto simple: cuenta la vida del señor de Sainte-Colombe, célebre violinista y compositor de la segunda mitad del siglo XVII, y de sus relaciones con el más famoso de sus alumnos, Marin Marais (1656-1728), que disfrutó de la gloria a pesar de que su maestro rechazó obstinadamente todos los honores de la corte.

Esa es una posible lectura, sin embargo, “Todas las mañanas del mundo” es más que eso.

Por empezar, conviene resaltar que los escasos datos que existen del señor de Sainte-Colombe, así como de Marin Marais, son tomados de la obra “El Parnaso francés”, de Titon du Tillet (1677-1762). En dicho libro, du Tillet traza las biografías, mediante citas y anécdotas, de famosos poetas y músicos franceses bajo el reinado de Luis XIV y la Regencia.

Quignard parece buscar en estas biografías elementos que interpelen y estimulen su imaginación, en el sentido de que la historia se hace eco de sus obsesiones, las cuales podemos apreciar en otras obras como “Terraza en Roma”, “La lección de música”, “En ese jardín que amábamos”, momentos de los volúmenes de “Último Reino”.

Volviendo a lo dicho antes, “Todas las mañanas del mundo” es más que una simple biografía novelada. Por momentos la novela es música, ya sea por las imágenes que evoca, o por las palabras que utiliza. De hecho, Sainte-Colombe sólo vive a través de su música y su música sólo existe a través de un diálogo tenso, apasionado y exclusivo con la muerte.

La novela comienza así: “En la primavera de 1650 la señora de Sainte-Colombe murió. Dejaba dos hijas de dos y seis años de edad. El señor de Sainte-Colombe jamás se consoló de la muerte de su esposa. La amaba. Fue en esta ocasión cuando compuso Le Tombeau des Regrets”. El violista se retira del mundo. Da algunas lecciones para vivir. Añade a su viola una séptima cuerda para «dotarlo de una posibilidad más grave y con el fin de proporcionarle un timbre más melancólico». Se construye una cabaña de tablas en las ramas de un gran árbol de moras de su jardín, y es allí donde mantiene, hasta quince horas diarias, su diálogo con las sombras y con su esposa muerta, mejorando constantemente su instrumento y la forma de hacerlo hablar.

Quignard, entonces, aprovecha la oscuridad que rodea a Sainte-Colombe, tanto en lo biográfico como en la ficción que construye a su alrededor, la exigua obra que el músico ha confiado a la posteridad, para construir un personaje inolvidable, una especie de quintaesencia del músico, del creador por excelencia.

En esa elaboración, el autor utiliza el particular contexto del arte en pleno apogeo de Versalles, las cuestiones políticas de la música de ese siglo: o se participa del decoro de la corte o se afirma su independencia sin reconocimiento oficial, opción esta que elige el señor de Sainte-Colombe, opuestamente a su admirador, Marin Marais.

Por otro lado, en esa época las artes eran utilizadas por la iglesia, como medio de convicción para luchar contra el cristianismo reformado, los protestantes.

Ese es el campo donde mejor se mueve Quignard: el barroco, el derroche cultural y artístico que parece conocer como pocos autores en la actualidad.

De hecho, el enfoque musical de “Todas las mañanas del mundo” tiene más que ver con el jansenismo como corriente filosófica-religiosa que surge en el barroco: un movimiento puritano, que enfatiza el pecado original, la depravación humana, la necesidad de la gracia divina -que salvará sólo a aquellos a quienes les fue concedida desde su nacimiento- y la creencia en la predestinación sin libre albedrío. Rasgos todos que pueden verse reflejados en la intransigencia que muestra el personaje del señor de Sainte-Colombe.

Esta novela, el máximo clásico de Pascal Quignard, resulta entonces una obra para leer y disfrutar en diferentes niveles, escrita con una prosa transparente, pero no exigua de imágenes elaboradas y reflexiones profundas.

Una obra con más preguntas que respuestas, atributo de los libros que ameritan ser leídos más de una vez.

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